Jul
Homilía XV Domingo del Tiempo Ordinario
Año litúrgico 2016 - 2017 - (Ciclo A)
“ Así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía ”
Pautas para la homilía de hoy
Reflexión del Evangelio de hoy
La Palabra de Dios como lluvia o nieve
El autor del denominado deuteroisaías -que continúa la tradición del profeta adaptándola a la situación de exilio en Babilonia que padecen los israelitas a partir del siglo VI a. C- cierra su escrito con una llamada a la esperanza: el sufrimiento presente se verá transformado en alegría perpetua futura (Is 55, 12-13). Esta es la voluntad, el encargo que Dios realizará por medio de su Palabra, al que se refiere el texto de Isaías que hoy.
¿Cómo actúa la Palabra de Dios para llevar a cabo esta transformación? La comparación simbólica de su acción es con la lluvia y la nieve que sale del cielo y al cielo retorna “después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar”. “La acequia de Dios va llena de agua, (…) riegas los surcos, igualas los terrones, tu llovizna los deja mullidos, bendices sus brotes”, dice también el Salmo. Todas estas imágenes tomadas del campo resultan de una enorme plasticidad, dando la sensación al escucharlas de que casi podemos sentir bajo nuestros pies esa tierra mullida por la humedad.
La mayoría de nosotros vivimos actualmente muy alejados del mundo rural y de todo lo relacionado con el cultivo del campo. Para comprender la comparación simbólica que hace la Escritura, debemos ponernos en el lugar de un campesino o un labriego que no cuenta con la tecnología necesaria para asegurar el riego de sus cosechas. La lluvia o la nieve se esperan y se reciben como un don. En ocasiones se pueden leer signos en la naturaleza que nos permiten adivinar su presencia próxima, en otros momentos su ausencia o aparición nos coge desprevenidos, en contra de nuestras expectativas. Así, el ritmo de la acción de Dios no es la eficiencia, sino la fecundidad.
La virtud que nos llama a cultivar esta imagen de Isaías es la de la esperanza vivida como confianza paciente. Todas nuestras acciones y compromisos han de estar integrados en este horizonte: nos corresponde a nosotros sembrar, pero queda en manos de Dios todo lo demás (Sal 126, 1; Lc 17, 10). Nuestras sociedades de hoy están marcadas por un alto grado de tecnificación que busca al máximo reducir la espera entre el deseo y su satisfacción y aumentar nuestra autosuficiencia individual para no tener que depender de nadie. Los teléfonos móviles que todos usamos son la metáfora perfecta de ello. Inmediatez, eficacia y autonomía son valores muy importantes para determinadas facetas de nuestra vida, pero si se convierten en los principios rectores de toda nuestra existencia nos deshumanizamos.
La esperanza de los Hijos de Dios
En su Carta a los Romanos, San Pablo nos recuerda que la plenitud que esperamos ya ha comenzado porque “poseemos las primicias del Espíritu”. Existe una tensión escatológica entre un presente redimido en el que aún pervive el mal y un futuro realizado en plenitud, pero no se trata de una oposición entre contrarios, como plantea la apocalíptica judía de la época. El futuro se ha hecho presente por medio de Jesucristo, toda la creación ha sido redimida por Él, y en Él se ha realizado la unión amorosa entre Dios y el ser humano: por el Hijo encarnado hemos sido hechos hijos por adopción (Rm 8, 15).
San Pablo es un gran maestro de esperanza. Él mismo tuvo que aprender a ser paciente. En un primer momento, junto con la primera comunidad cristiana, esperaba la inminente transformación definitiva de esta realidad en el mundo nuevo esperado. Esta es la razón por la cual no mostró mucho interés por los asuntos cotidianos. Pero el tiempo de la presencia y la acción del Espíritu Santo -el tiempo de la Iglesia- se reveló más dilatado de lo que los primeros cristianos, todo ellos de mentalidad judía, pensaban.
La aceptación de la demora de la parusía no es una lección aprendida del judaísmo (tal y como les echarían en cara a los cristianos), sino todo lo contrario, supone un abandono definitivo del esquema religioso judío: el Reino de Dios ya es una realidad aunque no se haya implantado definitivamente. No hay que esperar una transformación del mundo por parte de Dios al margen del ser humano porque la acción de Dios respeta nuestra libertad (tal y como muestra la parábola del Evangelio de hoy), y esta es una de las razones que explican por qué, aunque el Reino de Dios ya ha comenzado, el mal sigue estando presente. La historia de la humanidad es más amplia de lo que pensaron los primeros cristianos y la paciencia de Dios para hacer plenamente presente su Reino contando con la libre colaboración del ser humano es también inconmensurable.
La esperanza cristiana es cualitativamente distinta, en este sentido, de la esperanza judía. La imagen de un Dios que llama a la puerta de los corazones de los hombres y les pide su libre adhesión para poder entrar en sus vidas es una imagen que incluso a los propios cristianos nos cuesta aceptar. La fragilidad del Dios crucificado es un escándalo para los judíos y una necedad para los paganos, tal y como advirtió el propio San Pablo (1 Cor 1, 23).
La parábola del sembrador
¿Por qué nos habla Jesús en parábolas? El modo de enseñar de Jesús es original, diferente al de los maestros de la Ley. Él habla con autoridad (Mc 1, 22), no cita a otros maestros e incluso modifica la Torá para perfeccionarla (Mt 5, 21 ss.). El centro de su predicación es el Reino de Dios y de él hablará no por medio de discursos teóricos o conceptuales (porque esa clase de discurso no permite hablar de realidades como esa), sino a través de ejemplos, metáforas, comparaciones, alegorías… siempre unidos a acciones concretas: curaciones, sentarse a comer con pecadores, perdonar los pecados, gestos proféticos… Palabra y obra van de la mano.
La conocida parábola del sembrador la encontramos también en Marcos (Mc 4, 1-9) y Lucas (Lc 8, 4-8). Y al igual que ellos, Mateo explica el motivo de que Jesús hable a la gente en parábolas y la interpretación alegórica de la parábola del sembrador que probablemente hizo la primera comunidad.
En cuanto al motivo que dan los evangelios por el que Jesús predica en parábolas, no corresponde ahora detenerse en ello. Conviene tan sólo dar una breve explicación de la extraña justificación que aducen: el embotamiento u obstinación que se menciona en Isaías (de hecho los tres citan Is 6, 9-10). ¿Acaso Jesús pretende con sus parábolas ocultar el misterio del Reino de Dios o confundir a aquellos a quienes se dirige? Ciertamente no. La causa de su ignorancia no está del lado de las parábolas, al contrario, se debe a su obstinación. No puede comprender la predicación de Jesús quien no acepta la necesidad de la misericordia de Dios y se convierte.
¿Qué es lo que quiere simbolizar Jesús a través de esta parábola? Los especialistas distinguen dos posibles sentidos en la parábola del sembrador. En primer lugar, estaría el motivo originario que probablemente llevó a Jesús a contar esta parábola: responder a las dudas acerca del éxito de su propia predicación. El trabajo del sembrador muchas veces puede parecer inútil por los obstáculos que se enumeran en la narración, pero esta sería una valoración superficial de su esfuerzo. El sembrador sabe que es “poco” lo que no dará fruto mientras que “el resto -es decir, la mayoría- cayó en tierra buena y dio grano: unos, ciento; otros, sesenta; otros, treinta”. Las cantidades mencionadas son exageradas, recurso retórico habitual para indicar sobreabundancia.
Como otras parábolas de contraste (el grano de mostaza o la levadura), la parábola del sembrador es una invitación a confiar en la acción de Dios y no dejarse desanimar por las apariencias. Una invitación, como hemos venido viendo en las lecturas precedentes, a la esperanza. Jesús, como el sembrador, está lleno de alegría y de confianza porque sabe que, a pesar de que su trabajo pueda parecer inútil a los ojos de los hombres, al final Dios hará aparecer de unos comienzos humildes una cosecha magnífica.
En segundo lugar, está la interpretación que algún tiempo después haría la primera comunidad. El eje de la interpretación se desplaza de la irrupción del Reino de Dios (simbolizada, como en otras parábolas, con la cosecha) a la vida de los primeros cristianos, a los ya convertidos (simbolizada en las cuatro maneras de acoger la semilla=Palabra de Dios). En este caso, podemos extraer como enseñanza una exhortación al cuidado del don recibido, es nuestra responsabilidad porque seguimos siendo libres. ¿Queremos acoger a Jesús en nuestra vida y hacemos por ello o nos dejamos llevar por el viento cuando sopla en contra?