Dom
16
Sep
2012

Homilía XXIV Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2011 - 2012 - (Ciclo B)

El que quiera venirse conmigo..., que cargue con su cruz y me siga

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

  • El Señor me abrió el oído y no me eché atrás

Los relatos de Isaías del “siervo de Yahvé” son unos preciosos textos que esbozan el perfil del profeta y de las comunidades proféticas de todos los tiempos. Profetas comprometidos en una “no-violencia-activa” para la consecución de un mundo mejor para todos y prioritariamente para los más oprimidos. La tradición cristiana ha atribuido a Jesús este perfil. El mismo Jesús en su bautismo, en su presentación en la Sinagoga de Nazaret, y en textos como el evangelio de hoy hace suyo este perfil del “siervo de Yahvé”. Los teólogos de la liberación han atribuido este perfil con Jesús a los pueblos crucificados del “sur” desde el expolio de las conquistas hasta hoy. Monseñor Oscar Romero decía a los campesinos sobrevivientes de las masacres: “sois la imagen del divino traspasado”. Pues bien, una de las características del “siervo” es la de estar atento a los sufrimientos del pueblo crucificado. Pero también al descubrimiento de sus verdugos. Y por supuesto a un compromiso de cambio de esa realidad. Hay teólogos –como Julio Lois- que han descubierto en esos tres rasgos –conocer la realidad, cargar con la realidad y cambiar la realidad- la auténtica espiritualidad cristiana. Dios Padre y Madre llamó a Jesús y nos llama a nosotros desde la realidad de los empobrecidos y el sentido de nuestra vida se juega en el no echarnos atrás sino en comprometernos con todas nuestras fuerzas en “bajar de la cruz a los crucificados”. Podríamos decir que en eso consiste nuestra “salvación”.

  • La fe, si no tiene obras, por si sola está muerta

Tanto la carta de Santiago como el Evangelio de hoy nos ponen en guardia contra tentaciones de la espiritualidad de todos los tiempos: el intimismo, la adhesión intelectual a unos dogmas, la privatización de la fe, la rutina o costumbre, la búsqueda del poder o el dinero, la defensa a ultranza de situaciones de cristiandad… Y no. La fe es el encuentro personal con Jesús, compartido con otros creyentes en comunidad, que nos lleva a vivir en relación filial con el Dios del Reino y con los hermanos; y que nos hace apasionados luchadores por un mundo más justo, en igualdad de condiciones con otros grupos religiosos y sociales. Cito a continuación algunas propuestas de un teólogo amigo y compañero en la pastoral –Julio Lois- con respecto al compromiso temporal de los cristianos, tema reiterativo en sus conversaciones y articulos:

1. “La fe cristiana puede y debe activar el recuerdo del Crucificado y con él el de todas las víctimas de la injusticia ejerciendo una función crítica en una sociedad vinculada a los intereses de los más fuertes o de los vencedores, rehén de la economía y del desarrollo incontrolado de la ciencia y de la técnica”
2. “El cristianismo tiene que recordar a esta humanidad, que parece deslumbrada por un crecimiento cuantitativo indefinido, el deterioro o expolio ecológico que se está produciendo”.
3. “La fe cristiana puede ofrecer hoy un horizonte insospechado e ineludible de esperanza que, sin dejar de remitir a un destino final de plenitud prometido, demande en el aquí y ahora una praxis de transformación social”.

Pero las parroquias y comunidades cristianas, toda la Iglesia, si queremos que de verdad cunda nuestro compromiso en el mundo de hoy tenemos que vivir esos compromisos dentro de la misma comunidad y dentro de la misma Iglesia. Es evidente que hay derechos humanos que no se cumplen. Pongamos el ejemplo de la igualdad de la mujer, o la libertad de investigación de los teólogos, o la participación de los laicos en las comunidades. “Una iglesia que no sirve, no sirve para nada” titula Monseñor Gaillot un libro publicado hace años. Una iglesia que no es comunidad de comunidades, compromiso de fraternidad hacia dentro y hacia afuera no sirve para nada.

  • El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga

Me vienen a la memoria unas palabras del mártir Ignacio Ellacuría: “Ese pueblo crucificado es la continuación histórica del Siervo de Yahvé, al que el pecado del mundo sigue quitándole toda figura humana, al que los poderes de este mundo siguen despojando de todo, le siguen arrebatando hasta la vida, sobre todo la vida”. Jesús no cogió la cruz como holocausto para aplacar a un Dios justiciero. Jesús fue cargado con la cruz. Y fue cargado con la cruz como consecuencia de su compromiso con los pobres. Jesús fue cargado con la cruz por desenmascarar el “pecado del mundo” patente en los poderes religiosos, económicos y políticos de su tiempo. Jesús no escapó de la detención, de la tortura y de la muerte porque sabía que “si el grano de trigo no cae en la tierra y muere no da mucho fruto”(Jn 12, 24-26). Confiaba en que el Reino del Padre y Madre Dios a través de su compromiso iba a ir adelante y que el destino del crucificado era ser resucitado.

La palabra “cargar con la cruz” es muy frecuente en la espiritualidad cristiana. No tenemos mas que ver los espectáculos de las costumbres de la Semana Santa española. O las invitaciones que en virtud de esa frase se hacen al aguante y a la paciencia. Es la religión como droga. No fue esa la espiritualidad de Jesús, ni la de los primeros cristianos, ni la de las comunidades de base de América Latina, África o España. Su espiritualidad es la de “cargar con la realidad” resistiendo a través de una “no-violencia-activa” e ir construyendo pequeñitas parcelas de utopía: “solidaridad, servicio, sencillez y disponibilidad para acoger el don de Dios” (Sinodo de Puebla) . Esa es también nuestra espiritualidad, la espiritualidad que se desprende de las preciosas lecturas de este domingo.