Ene
Homilía Segundo Domingo del Tiempo Ordinario
Año litúrgico 2009 - 2010 - (Ciclo C)
“ Alegres, irrepetibles, tremendamente humanos. ”
Pautas para la homilía de hoy
Reflexión del Evangelio de hoy
La aurora de la alegría despunta
En este nuestro mundo muchos seres humanos han sufrido, y sufren, un largo destierro que les ha ausentado durante mucho tiempo de sus propias vidas. Muchos de ellos han vivido, y viven aún en nuestros días, “expatriados” de la opción de ser plenamente felices. Su sufrimiento conecta hoy perfectamente con el sufrimiento del pueblo de Dios en el desierto. Su sensación de abandono, de vacío y de ausencia de Dios es, a buen seguro, muy similar. Ante esta toda esta “Jerusalén” devastada, la fuerza que expresa el profeta al regresar es clave de liberación e invita a la alegría. Es necesario recordar a la humanidad sufriente que puede recibir un nuevo nombre, que se la puede renombrar. Es urgente hacerle saber al inmigrante, al exiliado, al refugiado, al expoliado, al pisoteado... que tienen la opción de ser integrados, recibidos, liberados, DIGNIFICADOS. Pueden ser reconstruidos porque son los preferidos de Dios. Por amor no callaremos, por amor no descansaremos hasta que la justicia de Dios se abra camino y despunte la aurora de la alegría. Dios, a través de Isaías, nos oferta el optimismo, nos quiere alegres, valientes, empleados a fondo.
Seres irrepetibles
Empleados a fondo y cada uno desde nuestro modo de hacer, desde nuestro modo de ser. Dios es Padre-Madre creador y creativo. Fiel a su naturaleza nos entrega el don de ser únicos y originales. No es amigo de crear seres autómatas, homogéneos, aborregados, clonados…le gusta la riqueza que proporciona la mezcla, la diversidad. Nos ha fundado seres auténticos e irrepetibles, no sustituibles. Por eso estamos llamados a ser quienes realmente somos. Animados e insuflados por un mismo Espíritu que obra todo en todos. Nuestra tarea es ejecutar esa libertad de ser nosotros mismos y ayudar a otros a hacer lo propio. En la hoja de ruta de nuestra vida está el reconocer su inestimable presencia a través de capacidades y habilidades, pero también a través de miserias y limitaciones. Así, plenamente conscientes de nuestra identidad, la opción es vivir provocando y propiciando crecimiento donde quiera que estemos. Sabernos partícipes del desarrollo y la plenitud de otros es un buen síntoma, estamos haciendo presente a Dios. Aprendamos a respetar la diversidad de identidades reconociéndonos complementarios.
No necesitamos purificaciones, necesitamos oportunidades
A Jesús le gusta estar entre la gente. Este es un signo más de su tremenda humanidad, de su deseo de encarnación. Su presencia es en lo humano, y si lo humano es un ambiente festivo, como por ejemplo una boda, él participa de esa alegría. Así nos lo cuenta el relato que acontece en Caná. Pero no es la suya una presencia de cumplido, de compromiso. Aunque, en principio, es un invitado más, todo cambia cuando surge el conflicto. Ante él se presenta una situación de carencia; se ha acabado el vino. El vino es utilizado muchas veces como símbolo de celebración, de alegría. Su actitud ante una situación de “ausencia de alegría” es lo que acaba por revelarnos quien es y cuál es su propuesta. Después de ser informado, toma parte activa en la resolución. Propone los recursos: sugiere coger las tinajas vacías dedicadas a la purificación de los judíos y llenarlas de agua. De momento vemos acción, pero no terminamos de entender. Y aquí es donde aparece la novedad, las antiguas tinajas adquieren una nueva función, ya no son herramientas de purificación, de corrección, ahora contienen vino, ahora contribuyen a la alegría. Ese es su estilo, hace aflorar en nosotros los instrumentos de siempre para darles un nuevo uso, más liberador, más generador de vida. Nos capacita para la resolución de conflictos sin necesidad de adquirir más cosas, no hay que “comprar más vino”. Jesús nos propone anular los usos estériles, deshumanizantes; no necesitamos purificaciones, necesitamos oportunidades para emplear mejor los recursos.