Nov
Homilía XXXIII Domingo del tiempo ordinario
Año litúrgico 2012 - 2013 - (Ciclo C)
“ Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas ”
Pautas para la homilía de hoy
Reflexión del Evangelio de hoy
«No quedará piedra sobre piedra»
Siguiendo su método pedagógico, Jesús da una enseñanza importante a sus discípulos aprovechando el comentario de quienes en cierta ocasión le ponderaban la belleza del templo de Jerusalén, manifestada en la calidad de la piedra y de los exvotos con que lo enriquecieron algunos personajes pudientes. En tiempos de Jesús el templo estaba todavía en fase de remodelación, pues en torno al año 19 a. C. el rey Herodes el Grande emprendió esta gran reforma. Algunas de las piedras que aún hoy se conservan llaman la atención por su tamaño; algunas tienen una longitud de once metros.
Jesús sorprende a sus interlocutores diciéndoles: «Esto que contempláis llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido». El pueblo elegido ya había experimentado el saqueo del templo por Sheshonq I en el año 925, y su destrucción por los babilonios durante el asedio de Nabucodonosor II a la Ciudad Santa; experiencias que le habían proporcionado una gran lección sobre Dios. El Dios de Israel no está apegado a ningún edificio.
No obstante, Jesús también apreciaba el templo, y acudía a él cuando estaba en Jerusalén. En el episodio de la expulsión de los vendedores del templo Jesús lo califica como la «casa de mi Padre», «casa de oración». De hecho, los primeros cristianos continuaron acudiendo a él para orar. Aunque Dios está presente en todas partes, se hacía presente de un modo especial en el templo de Jerusalén. La escatología hebrea dice que cuando venga el Mesías será reconstruido el templo. Jesús hablará de sí mismo como el nuevo templo. Ciertamente, los cristianos hemos comprendido que él es el templo en el que nos podemos encontrar con Dios. Como el mismo Jesús le insinúa a Natanel, él es la escala que vio Jacob y que une el cielo y la tierra; sólo por esta escalera se llaga al Padre del cielo. El Apocalipsis, hablando de la Jerusalén que desciende del cielo, dirá: «Templo no vi ninguno porque su templo es el Señor Dios todopoderoso y el Cordero». Lo que cuenta no es el lugar, sino el encuentro, la comunión con Dios. Eso es lo que se busca en el templo. Es verdad que hay ciertos lugares que facilitan el encuentro, pero no lo aseguran de forma automática.
Jesús insinúa en sus palabras la caducidad de las cosas de este mundo que pasa, incluso de aquellas que consideramos más sagradas, como era entonces el caso del templo de Jerusalén. Sólo hay algo que permanece siempre: la verdad; ésta es inseparable del amor. Las palabras de Jesús no pasan. Ellas son verdad, y son la expresión del amor más fuerte que la muerte. Cuando todo se hunde, solo la verdad y el amor permanecen. Sin embargo, con harta frecuencia ponemos toda nuestra energía en apropiarnos de lo perecedero. Nos equivocamos en la valoración de la realidad. Jesús nos invita a poner el corazón en lo importante, en lo que no pasa, en lo eterno, en Dios. Lejos de desentendernos de las cosas de nuestro mundo, las valoramos justamente cuando las ponemos al servicio del reino de Dios; sólo así estarán de verdad al servicio de la humanidad.
Los tiempos y los signos
Al escuchar esta profecía sorprendente los interlocutores de Jesús le preguntaron: «¿Cuándo va a suceder todo eso?, ¿y cuál es la señal de que todo eso está para suceder?» La respuesta de Jesús no concierne a la destrucción del templo de Jerusalén únicamente, sino a su segunda venida. Jesús les pone en guardia, porque esta segunda venida estará precedida por la llegada de los falsos profetas, que intentarán engañar a la gente diciendo: «yo soy», o bien «el momento está cerca». Jesús nos advierte de que no hay que seguir a quienes anuncian el fin del mundo y que tienen el remedio a todos los males. Esta profecía se sigue cumpliendo hasta hoy. Cientos de personas en el mundo se declaran mesías y tratan de arrastrar a otros tras de sí, muchas veces con fines económicos.
La segunda venida de Cristo estará precedida también por guerras, revoluciones, terremotos, epidemias, hambre, espantos y grandes signos en el cielo. Todas estas cosas han marcado la historia de la humanidad y siguen estando presentes en nuestro mundo. Por eso, estas las palabras de Jesús parecen una descripción realista del mundo en que vivimos. Los ejemplos son numerosos y conocidos por todos.
Jesús nos ofrece un tercer signo que ha marcado la historia del cristianismo y que él mismo experimentó en propia carne: como el Maestro, sus discípulos sufrirán la persecución, la cárcel, la traición por parte de sus padres, parientes, hermanos y amigos, e incluyo algunos serán asesinados y todos los odiarán por causa de su nombre.
Jesús es consciente de la violencia que desencadena de su mensaje, a pesar de ser un mensaje de paz y de salvación. Pero las fuerzas del mal extienden sus tentáculos por todas partes, tratando de tocarlo y dominarlo todo, de acabar con la justicia, la verdad y el bien que hay en la humanidad. La injusticia no soporta la verdad ni el bien ni el amor. Les hace la guerra continuamente, de forma abierta o encubierta. La injusticia no descansa hasta destruir el bien. Sin vigilancia también toca el corazón de los discípulos.
Pero la presencia de Jesús es la fuerza de los suyos. No deben tener miedo. Ni siquiera deben preparar su defensa cuando sean arrastrados ante los tribunales. Él mismo Jesús se compromete a darles «palabras (literalmente “una boca”) y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario» suyo. Estas palabras de Jesús llevan implícita la promesa de estar siempre al lado de sus discípulos, de establecer con ellos una intimidad incomparable; no sólo en el momento de la prueba, sino siempre. Jesús sigue siendo el Verbo que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, siempre que éste se deje iluminar, siempre que no oponga resistencia.
Parecen contradictorias las palabras de Jesús cuando dice: «matarán a algunos de vosotros», y cuando dice: «pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá». Esta contradicción aparente se salva si recordamos esas otras palabras también de Jesús: «no tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma». Podrán quitarles la vida, pero no destruirlos, pues Jesús resucitará a los suyos.
La ocasión para dar testimonio
Las pruebas de las que habla hoy el Evangelio son la ocasión propicia para testimoniar la fe. Nuestro mundo necesita, como en todos los tiempos, este testimonio creyente. Alguien decía que «un cristiano que testimonia es un crucificado, pero un cristiano que no testimonia ya está muerto». Es decir, el cristiano verdadero es siempre un testigo de la vida, muerte y resurrección de Jesús. Si deja de dar testimonio, deja al mismo tiempo de ser cristiano. El testimonio más elocuente y más necesario es testimonio de la verdad juntamente con el de la caridad. Según decía Edmond Barbotin, el único testimonio convincente es el de la santidad.
Para salvarse y alcanzar la vida eterna, los discípulos debemos perseverar en las pruebas, soportándolas con paciencia. La parábola del sembrador deja claro que no es fácil perseverar en la fe hasta el final. Es fácil desalentarse antes las dificultades de la vida, que nunca han de faltar. Jesús no promete un camino fácil, pero sí un camino correcto para alcanzar la ansiada felicidad. Jesús hace bellas promesas, pero no oculta las pruebas por las que hay que pasar hasta llegar a la meta. Sin embargo, contamos con su promesa de que si permanecemos unidos a él nunca nos dejará solos.