Dom
17
Dic
2017

Homilía III Domingo de Adviento

Año litúrgico 2017 - 2018 - (Ciclo B)

Se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

Una promesa que viene de lejos

La encontramos en muchas profecías, pero es quizá Isaías el que con más nitidez y con más vigor la proclama. Anticipa ya la presencia del Mesías prometido, sobre el cual reposará el Espíritu de Dios para dar a todos la magnífica noticia de que se va a cumplir por fin lo que tantas veces se les prometió en el pasado.

Es una promesa que viene a remediar la situación precaria de aquellos a quienes se dirige: los pobres, los cautivos, los que tienen el corazón desgarrado, todos aquellos que experimentan un profundo malestar en medio del estado de cosas que les ha tocado vivir.

Como es natural, ese anuncio es fuente de alegría para sus destinatarios; pero no sólo para ellos, sino también para quien lo proclama, porque se siente solidario de sus hermanos. Y se trata, además, de una alegría que no sólo se disfruta por los beneficios obtenidos, sino porque la iniciativa es de Dios y el beneficiario se siente también destinatario de su solicitud.

Renace la alegría con la llegada de Cristo

Aquella promesa, que alimentó la esperanza de un pueblo a lo largo de los siglos, se ha ido cumpliendo paulatinamente a través de numerosas generaciones. Ha llegado a su cima en Jesucristo, en quien Dios ha llevado por fin a cabo su proyecto salvador. En beneficio de la humanidad entera y no sólo de una porción privilegiada de la misma.

Pablo invita ahora, por tanto, a la alegría con mayor motivo que cuando se habló a los antiguos. Y exhorta también a mantener un diálogo con Dios en el que tratemos de expresar el reconocimiento agradecido por los beneficios recibidos. Actitud que desemboca en un comportamiento alejado del mal, abierto al Espíritu y mensajero de una nueva profecía: prepararse para el final de los tiempos, todavía desconocido.

Porque, como dice el Apóstol: "El que os ha llamado es fiel y cumplirá sus promesas". ¿Pero es que todavía no se han cumplido? Es verdad que Cristo ha venido y ya no podemos esperar otro Mesías, otro Salvador. Pero él mismo, que realizó de principio a fin su misión personal sobre la tierra, anunció, al subir al cielo, que volvería definitivamente una segunda y última vez, cuando tenga lugar su aparición gloriosa (parusía) para llevar la historia a su consumación final (escatológica).

Un puente entre las dos venidas

El Adviento, que en las primeras semanas anuncia el desenlace final de nuestra historia terrena, en las últimas nos va preparando para revivir la primera venida de Jesús. Él es el Mesías esperado, a quien Juan el Bautista precedió con su predicación incisiva. Dios envió al precursor de su Hijo para que preparara el camino, porque la novedad era tan insólita que necesitaba un preludio profético.

Vivimos, sí, a la espera de la última venida del Señor, pero no podemos pretender que nuestra tarea se reduzca a dejar que el tiempo pase. Si la Iglesia repite, año tras año, esta espera ritual de la Navidad, es para recordarnos que, igual que los que escuchaban al Bautista, tenemos necesidad de prepararnos para un encuentro fecundo con Jesús.

Ese encuentro de cada año tiene que parecerse al que tuvieron con él sus discípulos cuando lo fueron conociendo. Su descubrimiento del Maestro no fue instantáneo. La luz se fue haciendo en ellos poco a poco. Necesitaron tiempo, intimidad y superar dificultades y prejuicios -además de la iluminación del Espíritu- para reconocerlo como su Salvador, sentirse transformados y obrar en consecuencia.

Jesús viene a nosotros cada año, no como vino en Belén ni como vendrá al final de este mundo, sino en una venida íntima y a la vez comunitaria, reconocible sólo en la fe y en el amor fraterno. La única capaz de colmarnos de gozo y de avivar nuestra esperanza.