Abr
Homilía Domingo de Resurrección
Año litúrgico 2021 - 2022 - (Ciclo C)
“ Entró, vio y creyó. ”
Pautas para la homilía de hoy
Evangelio de hoy en audio
Reflexión del Evangelio de hoy
La dinámica pascual nos pone en marcha: ¡es tiempo de moverse y celebrar! La liturgia de este primer Domingo nos habla de movimiento: carreras hasta el sepulcro de Jesús, y desde él al lugar de la comunidad; revisión del camino realizado por Jesús para reconocer en sus huellas al Hijo de Dios; movimiento de los primeros discípulos que se saben testigos y se ponen en marcha… ¿Podremos comprender que la Pascua tiene fuerza como para ponernos en marcha detrás del Resucitado?
La Pascua nos descubre quién es (y quién era) Jesús
Cuando alguien querido toma distancia de nosotros, somos capaces de redescubrirlo y hacer una lectura más profunda de su vida, pese a su ausencia. Tras la Resurrección los discípulos necesitan vivir su propio proceso de relectura de la vida de Jesús desde la luz de la Pascua. ¡Eso permite que todo en Él se vea distinto, más profundo y con más sentido! El discurso de Pedro (pronunciado en Cesarea, en el contexto del bautismo en casa de Cornelio) sintetiza la confesión de fe de la primera comunidad cristiana en Jesús. Definen la realidad de su vida, situándolo en el tiempo, y poniendo el acento en su humanidad: “pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos”. A los ojos de muchos, el Nazareno fue un hombre bueno, curandero y predicador itinerante, ¡uno de tantos! Por sus gestos de servicio merece ser imitado… Pero la certeza de que “Dios lo resucitó al tercer día” lo constituye Señor sobre todos aquellos que planearon su muerte o estaban de parte “del mal”.
La Pascua nos trae una nueva clave de comprensión de la vida de Jesús, ciertamente. Podemos leer su historia encontrando las huellas de Dios en ella, su plan de salvación -desarrollado en tres años- que apunta al futuro y nos implica a nosotros. Pero, sobre todo, desde ese recuerdo casi sacramental, podemos comprometernos con su proyecto, que tras la Resurrección, se plantea como éxito y victoria. Es en el “hacer el bien y curar a los oprimidos” donde tenemos un lugar para entender a Jesús, su misión y la invitación para realizar la nuestra. Es ahí donde se sigue verificando su identidad y la de sus seguidores. ¡No hay Pascua sin deseos de servir a los demás!
La Pascua nos invita a comer y beber con el Resucitado
No pasa desapercibido ese detalle para Pedro. Lo hicieron antes, durante su vida pública; pero esas “comidas y bebidas” se han convertido ahora en lugar teológico, espacio sacramental. En la mesa han oído sus enseñanzas, han compartido su misión y su destino, han visto sus signos y sus heridas. La mesa compartida con el Resucitado es donde la comunidad nace y se nutre, casi de forma imprescindible… ¡Y nosotros seguimos sentados a esa mesa! En cada Eucaristía nos volvemos a sentar, como invitados y protagonistas, en esa misma mesa donde Jesús mismo nos regala su presencia y nos contagia su pasión. Y si nos falta esa mesa nuestra fe se queda en recuerdo antiguo, pero no es experiencia. ¡No hay Pascua sin Eucaristía!
La Pascua nos empuja a ser testigos
El testigo no es protagonista: sencillamente estaba en el lugar y en el momento oportuno; o quizá alguien más importante le encargó que “tomase nota”. Lo importante es el hecho del que luego hablará y le situará siempre en segundo plano. Los discípulos dejaron que Dios “les hiciera ver a Jesús”. Sin ese testimonio no hubiera habido Iglesia ni experiencia pascual. Igualmente, para ser testigo no se necesita una vida ejemplar o una formación específica, ¡basta con una vida sencilla! Solo se requiere una cosa: pasión. O sea, haber interiorizado y hecho propia y necesaria, en el propio mundo vital y el particular lenguaje, la experiencia del Resucitado. Porque solo se es testigo cualificado de lo que primero ha pasado por el corazón y ha cambiado la vida. En este momento la gran crisis vocacional es, sencillamente, de testigos. ¡No hay Pascua si no hay testigos!
La Pascua nos urge a buscar otros bienes
“Los de allá arriba, donde Cristo está sentado con Dios” (Col 3,1). El eco de la Pascua nos urge a replantearnos nuestra escala de valores. ¿Qué es incompatible con la alegría del Evangelio? ¿Qué caras, qué actitudes, qué urgencias nos trae el Resucitado? Nos toca discernir de acuerdo a la escala de los valores del Reino. Cuando otros bienes, otros planteamientos más sórdidos o tristes son los que nos mueven, entonces lo de Jesús se ahoga, no resuena y se convierte en recuerdo vacío. ¡No hay Pascua si no hay siquiera un giro pequeño en nuestras prioridades!
La Pascua nos exhorta a vivir despiertos
El sueño es el símbolo de la muerte. Dormir es dejar pasar la vida, tolerar lo que daña, acostumbrarse a la rutina más plana. La mañana de aquel domingo nos trae el recuerdo de una mujer que madruga, porque es su corazón y su memoria viva lo que la mantiene despierta, velando en la noche. No busca excusas para encerrarse quien vive con pasión, como María Magdalena. Hoy madruga quien tiene un sueño que cumplir, un proyecto que desarrollar por feo que parezca, una razón para ponerse en marcha, ¡alguien a quien amar! Son muchas las realidades del mundo en el que vivimos, nuestros trabajos o familias las que nos urgen al compromiso, a madrugar para apasionarnos y sentirnos responsables de esta tierra que pisamos y esta gente con la que compartimos la vida. ¡No hay Pascua si no hay una pasión que nos empuje a entregarnos!
La Pascua nos pone en movimiento: correr y salir para ver y creer
No nos cuesta imaginar esas carreras de Magdalena, Pedro y el discípulo amado, desde el lugar de su escondite al sepulcro abierto. O aquellas otras carreras, más complejas e internas quizá: desde lo que parece imposible (“no puede revivir un muerto”) hasta lo que se convierte en real (“Señor mío y Dios mío”). Corren y ven, pero necesitan tiempo. En la comunidad de san Juan muchos tenían dudas, pues no habían sido testigos en la mañana de Pascua. Solo el discípulo amado, el ideal de seguidor, comprende desde la fe lo que para Pedro y Magdalena no es tan evidente. La fe respeta los ritmos y procesos de lo humano, que son lentos y complejos. Al final, los tres acaban “entendiendo la Escritura: que Él había de resucitar” (Jn 20,9). Buscar, moverse, correr… Quizá nuestra tarea sea ir (y acompañar a otros) a los “sepulcros vacíos” donde hay huellas del Resucitado; esos que están en nuestra historia personal, en las esquinas de lo humano que transitamos a diario, en las noticias que leemos, en las historias que escuchamos o compartimos, en las lecturas (teológicas o espirituales) que hacemos. Se ve y se cree porque primero se busca y se corre. ¡No hay Pascua si no somos capaces de ponernos en caminos de búsqueda, encuentro y fe!