Ene
Homilía II Domingo del tiempo ordinario
“ Amad como yo os he amado ”
Comentario bíblico
de Fray Miguel de Burgos Núñez - (1944-2019)
Seguir a Jesús es sentirse "llamados"
Los textos de este domingo IIº del Tiempo Ordinario nos presentan el tema de la “vocación”, de la llamada. Sabemos que Jesús llamó a algunos discípulos que le siguieron. Pero la llamada es para todos, no solamente para privilegiados o para perfectos. Sin vocación, la vida no tiene sentido y menos una vida “religiosa” si esta la entendemos como don y como gracia. Porque también hay que saber recibir los dones y las gracias.
Iª Lectura: 1º Samuel (3,3-9.19): Habla Señor, que tu siervo escucha
I.1. La lectura de Samuel nos relata la vocación profética de Samuel, el niño que la madre consagró a Yahvé como prenda por haberle concedido el don e la maternidad. Pero no basta, para ser un profeta u hombre de Dios, que nuestros padres nos destinen a ello. Hace falta una “llamada”, la vocación, y la respuesta más personal a la palabra de Dios. Samuel, que sería un profeta que habría de conducir al pueblo hasta la llegada de David, vivía con el sacerdote Elí en el santuario donde estaba depositada el arca de la Alianza. Los hijos de Elí, por el contrario, no seguirían los pasos de su padre, no heredarían su carisma; al contrario, sería Samuel el llamado por Dios para ser su profeta; porque el profetismo no se hereda, ni es una institución que se aprenda, sino que hay de descubrirla.
I.2. La vocación de Samuel se describe con rasgos propios de las leyendas antiguas, en las que se oye la voz de Dios. En el silencio, en la noche. Es una experiencia fascinante que no le deja dormir al muchacho. Estima que es Elí quien le llama, y es éste quien se da cuenta que es Yahvé quien está por medio en todo este asunto. Y así el maestro le enseña a decir a discípulo, no como un rito, sino como el don de la propia vida: «habla, Señor, que tu siervo escucha». Escuchar la voz de Dios en la vida personal es un verdadero reto, que no todos saben afrontar. Elí, el viejo sacerdote-profeta, tiene experiencia de Dios y se la comunica a alguien que está en disposición de ello; lo contrario de lo que sucede con sus hijos. No es lo mismo vivir con “vocación” que sin ella. Esta vocación se descubre de muchas formas y de muchas maneras: unas veces buscando y otras sin que sepamos por qué. Es evidente que estamos hablando en el contexto de una experiencia religiosa extraordinaria, lo que es respetable. Debemos ser capaces de ver a Dios, de escucharle si queremos, en las realidades de nuestra vida personal y de los que nos rodean. No habrá vocación, sin embargo, si no estamos dispuestos a escuchar a Dios.
IIª Lectura: 1 Corintios (6,13-15.17-20): El cuerpo revela nuestra interioridad
II.1. La segunda lectura está tomada de 1ª Corintios, una carta muy compleja desde muchos puntos de vista. Y para comprender esta carta y este texto de hoy debemos conocer algunas cosas de aquella comunidad de la capital de Acaya, en la que Pablo se empeñó a muerte en su misión de apóstol y en ofrecer una identidad verdaderamente cristiana a esta comunidad. Se trata de un texto que debemos saber contextualizar y conocer por qué lo escribe San Pablo. Corinto era una ciudad famosa por su santuario a Afrodita, la diosa del amor, al que acudían gentes que llegaban a la ciudad doblemente portuaria desde las regiones lejanas y limítrofes. El hecho de la prostitución sagrada era una perversión del amor y de la sexualidad humana según san Pablo. Precisamente por ello el apóstol hace una teología del «cuerpo» humano, que no es la carne y la sangre, aquello que nos llevará a la muerte; sino de lo más interior a nosotros mismos, que es lo que no podemos entregar a la irracionalidad. La “antropología” bíblica que subyace en esta concepción del cuerpo del texto paulino es manifiesta: no es dicotómica, dualista, sino es una realidad única: interior-exterior, alma-cuerpo.
II.2. Esto, probablemente, lo escribe Pablo, porque algunos convertidos al cristianismo no veían inconveniente en participar en esos ritos sagrados de la sexualidad, y por ello afronta la cuestión desde la clave más profunda de la fe cristiana: la resurrección de los cuerpos, que volverá a afrontar en el c.15 de esta misma carta. La sexualidad forma parte de nuestro ser; si la entregamos al comercio y a lo irracional, pierde todo el valor positivo que el Creador ha puesto en ella; la reducimos a la animalidad. Pero ni lo irracional, ni lo animal están llamados a la resurrección. El cuerpo no es simplemente lo exterior, lo que se ve, lo que se gasta: el cuerpo lleva en su seno el misterio de la persona, de la interioridad, de la misma libertad. Por eso si entregamos nuestro cuerpo a cualquiera o a cualquier cosa, eso es una idolatría. Es decir, estaremos sometidos a los ídolos, que no son más que irracionalidad y ceguera. La actualidad de este tema hoy, sabemos que se puede cifrar en entregar nuestro cuerpo, nuestra persona, nuestra mente y nuestra voluntad a la droga o al dinero. También aquí, con esta simbología del “cuerpo”, se sugiere la verdadera dignidad de nuestra vocación humana y cristiana.
Evangelio: Juan (1,35-42): ¿Dónde habitas?
III.1. El evangelio de hoy nos presenta la forma en que Jesús acogió a sus primeros discípulos. No se hace por medio de una llamada concreta de Jesús, - como sucederá después con Felipe, Jn 1,43ss-, sino de otra forma distinta. Probablemente en el evangelio de Juan hay una intencionalidad manifiesta: el paso de los discípulos del Bautista a Jesús. Es una escena que viene después de la presentación que Juan el Bautista ha hecho de Jesús a sus seguidores. Por eso, como respuesta inmediata, dos de esos discípulos (uno de ellos se identifica como Andrés, el hermano de Pedro), se interesan por la vida de Jesús. De ahí la pregunta: “Maestro ¿dónde habitas?”. No es necesario entrar en la cuestión del “otro” discípulo, que, desde luego, no es necesario identificar con el discípulo amado, y tampoco a éste con Juan el hijo del Zebedeo en cuanto autor de este evangelio, como muchos han defendido y siguen defendiendo. El evangelista subrayaba así que Juan el Bautista había cumplido su misión; ésta había terminado, y sus seguidores debían atender a aquél que él llama el «Cordero de Dios». No podemos establecer con seguridad los puntos históricos de esta narración. No sabemos a ciencia cierta si eso fue así, ya que la tradición de los evangelios sinópticos parece más primitiva y nos habla de la llamada directa de Jesús a Pedro y a su hermano Andrés, para que dejaran sus redes y le siguieran.
III.2. ¿Dónde vivía Jesús? No se nos dice en el relato, porque su intención es poner de manifiesto que su modo de vida es lo que se describirá a lo largo del evangelio. Han visto ya algo que fascina a estos discípulos, para dejar al Bautista y seguir a Jesús, y comunicar la noticia al mismo Pedro. Con ello, el Bautista no se encuentra desairado, porque en otro momento él mismo dice: «es necesario que El crezca y que yo disminuya» (Jn 3,30). Así, pues, una vez que Juan el Bautista ha cumplido la misión que le correspondía –según se piensa en la tradición cristiana que Juan, como los sinópticos, recoge-, llega el momento de “seguir” a Jesús, de vivir con él, de contemplar su morada. El simbolismo del evangelio joánico enriquece verdaderamente esta escena sobre la iniciativa de los discípulos. No los ha llamado el Maestro, pero Juan sí les ha trazado el camino. A veces, alguien puede descubrirnos nuestra “vocación”; lo importante es saber discernir y poder dedicarse a ello.
III.3. El encuentro de Pedro, con Jesús, es presentando en Juan de una forma muy particular, distinta a los sinópticos. Aquí se adelanta su hermano Andrés en su decisión a seguir al Maestro. Pero lo que importa siempre es la disposición. El que Pedro reciba un nombre nuevo “Kefas”(piedra), con todo lo que ello significa, forma parte también del misterio vocacional. Un nombre nuevo es un destino, un camino, una vida nueva, una misión. Todo esto está sugerido en esta escena vocacional. Desde luego, aceptar a Jesús, su vida, su ideas y su experiencia de Dios, no puede dejarnos donde estábamos antes. Todo ha de cambiar, sin que haya que exagerar actitudes espirituales o morales. Seguiremos a Jesús y su evangelio, y volveremos a sentir la necesidad del perdón y de la gracia, porque la debilidad nos acompaña siempre. Pero con un nombre nuevo se nos dice que el horizonte de nuestra existencia es Aquél que trae la luz y la vida al mundo, como se pondrá de manifiesto en todo el evangelio joánico.