May
Homilía V Domingo de Pascua
Año litúrgico 2013 - 2014 - (Ciclo A)
“ Nadie va al Padre, sino por mí ”
Pautas para la homilía de hoy
Reflexión del Evangelio de hoy
El coraje de dejarse tomar por Dios
“Quien me ha visto a mi ha visto al Padre” (Jn. 14,9). Esta frase viene precedida por otra: “tanto tiempo hace que estoy con vosotros ¿y no me conoces, Felipe?
Probablemente, en esta falta de conocimiento nos encontramos aún hoy, mas de dos mil años después, buscando a Dios fuera de las cosas, allí donde no está. O tal vez, tratando de conocerlo sin el amor necesario para dejar que se nos des-vele. Nos empeñamos en posesionarnos de todo aquello que es susceptible de ser “conocido” sin atender al modo de hacerlo. En definitiva, no podemos vivir sin amor y sin conocimiento, pero el conocimiento sin amor genera competitividad; el amor sin conocimiento genera sentimentalismo. Aún así, los hemos disociado a pesar que el conocimiento y el amor forman el dinamismo principal del ser humano.
Tomás no lo entiende, no comprende que la separación que produce la muerte pueda dar paso a la vida del Padre; la separación-muerte es, para él, el final del camino.
Jesús nos dice que quien le ha visto a él no necesita ver a Yahvé porque ha visto al Padre. Él nos da la imagen y la vida del Padre; este ver al padre en Jesús significa que la verdadera esencia de Jesús es la transparencia. Felipe tampoco ha descubierto ese plus de conocimiento-amor: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”.
La transparencia de Jesús es fruto de esa experiencia que nos enseña a desactivar la indiferencia, el egoísmo, y la vanidad que cubren nuestro corazón, dejándolo expuesto a su propia desnudez, a su auténtica personalidad. Hay una bienaventuranza que dice, “bienaventurados los limpios de corazón”
Una transparencia que es vida y no puro exhibicionismo
La luz es luz, esto es, ilumina en cuanto deja ver su origen. Si le interponemos un cuerpo opaco deja de ser la luz. Ellos ven en Jesús el representante de Dios, lo identifican con el Mesías de la Ley. No acostumbrados a la transparencia de Jesús, no ven en él al Padre mismo. No tienen la fe-confianza de la entrega incondicional, creen en un personaje-fiable al que no terminan de descubrir plenamente. Descubrir que Jesús es el camino supone un proceso progresivo de crecimiento que, con nuestra intervención, nos va “terminando” como discípulos y como obra de Dios. La meta es la máxima solidaridad con el hombre, dándose enteramente por él. Este es el lugar donde estuvo siempre Jesús y en donde estarán los discípulos a partir de ahora: “para que donde estoy yo, estéis también vosotros”.
“Quien me ha visto a mí ha visto al Padre”. No hay un Padre absolutamente distinto al hijo. ¿Qué significado puede tener para nosotros esta transparencia y esta relación Padre-Hijo? En primer lugar, la transparencia total sería otra forma de expresar el morir a uno mismo, el no enquistarse en la opacidad del quedarse para sí, presos de nuestros propios miedos, dolores o alegrías; significa el liberarse de la individualidad egoísta y autorreferencial de la apropiación indebida de la vida que transita en mí. La transparencia es lo único que se nos pide. Es la experiencia de Dios la que nos hace transparentes porque este camino que hay que recorrer no es individual sino comunitario.
Es también desde la transparencia desde podemos interpretar la experiencia del Dios vivo. Desde la transparencia podemos entender que Dios sea experiencia de lo que no se ve, experiencia de nada. ¿Qué es lo que ha de transparentar a Dios? En primer lugar, la realidad toda. En tanto que participamos de ella descubrimos al Padre como su fuente y origen, y al hijo como su plenitud. En segundo lugar, el otro, todo otro, el compañero, el amado, el superior, el inferior, el hijo, el vecino, el desconocido…Quien ha visto al otro ha visto al Padre. Esto último tiene una aplicación inmediata en la vida cristiana. No hay que hacer cosas por Cristo, porque un Cristo separado de los demás hombres, no es nada. Cristo se transparenta en los otros. Por eso, nuestra experiencia de cristo no puede ser otra que nuestra experiencia crística de los otros; una experiencia de apertura, de entrega y de donación, de encuentro. “A mí me lo hicisteis” – a pesar de que no lo sabíais.