Abr
Homilía III Domingo de Pascua
Año litúrgico 2014 - 2015 - (Ciclo B)
“ Vosotros sois testigos de esto ”
Pautas para la homilía de hoy
Reflexión del Evangelio de hoy
Los cristianos proclamamos que la resurrección del Señor Jesús es la experiencia fundante de nuestra fe.
Las escenas evangélicas de este tiempo de Pascua y el acercamiento a la vida de las primeras comunidades a través de la lectura de los Hechos de los Apóstoles, dejan clara la magnitud de esta experiencia en aquellos primeros discípulos: unos individuos y unas comunidades que enfrentan el fracaso aparente del proyecto que ha venido dando sentido a sus vidas y que a la luz de la vivencia pascual son capaces de engendrar una nueva dinámica marcada por la alegría del encuentro y por el coraje del anuncio.
La frecuencia con que los relatos de las apariciones muestran las dificultades de los discípulos para acoger y reconocer entre ellos a Jesús resucitado nos hablan, sin duda, de la historicidad de esta situación. Será sólo después de un camino de incertidumbre y duda que aquellas comunidades descubren junto a ellos a un Cristo vivo y presente, operante en la historia. Es ahí cuando aparece la certeza de la resurrección.
En la catequesis de Lucas, la presencia resucitada de Jesús se muestra como centro y fundamento de la comunidad. Este es el espacio privilegiado para realizar ese descubrimiento y es a la comunidad a la que Jesús desea y transmite la paz en su sentido más hondo: la confianza, la serenidad, la vida plena...
La insistencia en los elementos materiales del encuentro (mostrar manos y pies, comer junto a ellos...) nos indican la voluntad del evangelista de afirmar la total identidad entre el crucificado y el resucitado. No se trata de una experiencia ilusoria o delirante. Aquel Jesús, aunque distinto y en cierto modo irreconocible, es el mismo con el que recorrieron los caminos de Palestina proclamando un tiempo nuevo, anunciando la salvación a su pueblo.
Es ahora, a la luz de la presencia resucitada de Jesús, que la comunidad es capaz de acceder al sentido profundo de la Escritura. Ahora se da cumplimiento a las promesas, porque todo lo dicho ha llegado a su culminación.
Sin embargo, estamos lejos de describir una situación que tuviera una voluntad autocomplaciente. El ensimismamiento de la comunidad que sucede a la experiencia del fracaso de la cruz, se convierte - a la luz de la resurrección- en un impulso hacia afuera, orientado a la misión.
En un tiempo que seguramente es también para nosotros de inquietud y cierta desesperanza, los cristianos estamos hoy llamados a hacer un camino semejante al de los primeros discípulos. En gran medida la intemperie exterior ha ido alimentando nuestros miedos, encerrándonos en entornos cálidos, que nos invitan a vivir en la seguridad de los nuestros.
La resurrección del Señor nos urge antes que nada a la tarea de construcción de la comunidad, pues es sólo en ese contexto en el que Jesús se nos revela.
- Comunidades que recuperen el sentido originario del Pan y la Palabra. Pan que se comparte en la mesa del mundo, llamado a ser espacio de fraternidad. Palabra que nos recuerde la pasión de nuestro Dios por todo lo humano.
- Comunidades capaces de transparentar la presencia viva de Jesús por los caminos de nuestra historia, a través de su compromiso eficaz con la vida en dignidad de los seres humanos.
- Comunidades reconocibles -como apunta la carta de Juan- en la medida de su empeño por arrancar el pecado del mundo. Un pecado que descubrimos hoy institucionalizado y que muestra el rostro de una sociedad de mercado deshumanizada, de la exclusión intolerable de millones de hermanos y hermanas.
- Comunidades apasionadas por llevar una Palabra de esperanza en otra realidad posible a los crucificados de la historia y valientes en la denuncia de todo aquello que contradice el plan de felicidad y plenitud que Dios tiene para todos sus hijos e hijas.