Jul
Homilía XVI Domingo del tiempo ordinario
Año litúrgico 2019 - 2020 - (Ciclo A)
“ Dejadlos crecer juntos ”
Pautas para la homilía de hoy
Evangelio de hoy en audio
Reflexión del Evangelio de hoy
“Tu poder te hace ser bueno con todos” (Sab 12,16)
“¿Dónde está Dios cuando sufrimos”? es la pregunta que golpea a aquellos que buscan justificar su (falta de) fe. Como si un Dios omnipotente tuviese la soberana capacidad de acabar directamente con todo tipo de mal o sufrimiento… “O Dios no existe, o si existe no es omnipotente”. Los seres humanos hemos mantenido a lo largo de los siglos relaciones muy especiales con el poder, y casi siempre lo hemos puesto al servicio de intereses personales o siniestros. Ser poderoso es tener una carta escondida debajo de la manga… ¿Es eso ser grande, ser poderoso? Sabemos de algunas repercusiones que esta “omnipotencia” ha generado en la Historia. Hay un poder que nos cuesta aprender de Dios: su bondad. Su capacidad de amar “hasta el extremo”, de servir, entregarse, confiar, hacer el bien... No hay poder más potente que éste, que lo abaja y lo arrodilla. Desde aquella omnipotencia, el mal es un instrumento entre otros tantos; en este poderío de la bondad, el mal se acorrala y se limita. ¿Qué buscamos? ¿Qué nos mueve internamente? ¿Un mundo de poderosos o un mundo de buenos? ¿Cuál de esas dos fuerzas hará regenerar a este mundo que habitamos, quitando al mal su aguijón? ¿El poder o la bondad?
“Enseñas que el justo debe ser humano” (Sab 12,19)
Si nuestro Dios se relaciona con el mal desde la bondad que traen el servicio, la entrega y el compromiso con las causas nobles, entonces nos invita a nosotros a movernos de otra manera diferente. La meta de las personas no es el poder, sino vivir en plenitud lo humano. Siempre es urgente generar nuevos estilos, nuevos modos de vivir reconciliados: con nosotros mismos y con los demás, reconociendo la dignidad propia y la del prójimo; descubriendo el valor infinito que se esconde en cada criatura, en sus posibilidades y su grandeza… Ser humano no es ponerse máscaras o corazas que separen, sino vivir a pecho descubierto, desde el valor de los gestos pequeños, disfrutando del encuentro con el otro y reconociéndolo como hermano. Mi manera de vivir el encuentro con Dios ¿me acerca a los demás, o me encierra en mi “torre de marfil”? ¿Vivo una fe que me humaniza? ¿En qué gestos concretos se traduce?
“Infundes esperanza, porque dejas arrepentirse a los pecadores” (Sab 12,19)
Tenemos un Dios que usa su fuerza al servicio de la misericordia. Las personas hemos inventado la venganza y la justificamos como forma de ejercer la justicia. Quien espera a un dios castigador está volcando en él su deseo de violencia. Dios no entra a ese juego. Del mismo modo que su poder es el servicio y la bondad, su justicia es el perdón, que -ciertamente- requiere de tiempos y de procesos, pero que es la meta de su relación con “los malos”. El mal no se para con venganza, sino con misericordia; no desde fuera como una orden, sino desde dentro como una convicción profunda. No de forma inmediata, sino dentro de los procesos inevitables de lo humano. ¡Ésta es fuente de esperanza! Confiar en la rehabilitación más que en el castigo. ¿Qué puede más en mí? ¿La venganza/violencia o la necesidad de ser y vivir la misericordia? ¿Lo inmediato o el proceso del arrepentimiento?
“Dejadlos crecer juntos” (Mt 13,30)
Es de una viveza exquisita la forma en que se mueven los protagonistas de la parábola: el dueño de la finca, que siembra buena semilla de acuerdo a un estupendo proyecto; un misterioso enemigo que trabaja en los descuidos y en la noche, y cuyo rostro no podemos ver; y unos labradores enamorados del campo y de la vida, que se sienten impotentes ante el avance de la cizaña. Ellos, en quienes nos vemos reflejados, proponen una solución errónea y desproporcionada para acabar con el mal: arrancarlo de raíz, sin ser conscientes que de esa manera iban a morir muchas espigas de buen trigo, poniendo en peligro toda la cosecha. Es, como muchas veces queremos extirparlo, “matando moscas a cañonazos”. Además, ¿quién distingue perfectamente -al ser casi iguales- el trigo de la cizaña?
El mal, que germina en todos los campos de lo humano, florece ocultando los grandes logros de la persona y de su Historia. Hace mucho ruido, crece en la noche, se da cuenta de su avance en todas las noticias y corrillos… Pero no se hace dueño del campo. La vida está por encima de todo mal, no se rinde y sigue ofreciendo a diario sus frutos. ¿Por qué no habría de vencer el trigo? ¿Y si sus raíces fueran capaces de convertir las de la cizaña?
La solución de Dios, el dueño del campo de la parábola, está en controlar los tiempos, creyendo en la fuerza del bien; su poder no es omnipotencia, sino confianza en los efectos que sus ritmos producen en las personas. Cuando el remedio es peor que el mal que intenta combatir, se impone mirar con confianza evangélica la realidad, respetando los procesos de lo humano, los ritmos lentos con los que Dios escribe en las personas, los momentos únicos en los que cada uno, cada una, aprendemos y cambiamos… ¿Me hago consciente de esos procesos en mi vida y en los demás? ¿Soy de los que cuentan las historias desde los malos o desde los tiempos que el bien necesita para hacerse fuerte?
El valor de lo pequeño: la semilla de mostaza y la levadura
El texto concluye con estas dos pequeñas parábolas que afianzan el valor de las cosas pequeñas. La comparación sorprende por el desfase entre el pequeño comienzo (la pizca de levadura y la diminuta semilla) y el gigantesco resultado final. ¿Qué pasa en el medio? Ahí hay procesos: los efectos de la vida, la paciencia, la dinámica propia del crecimiento. Cuando cogemos el bisturí e ignoramos los procesos, entonces nada funciona, nada tiene sentido. Si los respetamos desde la confianza, entonces veremos sus frutos.
La mostaza y la levadura son una llamada a la esperanza, a confiar en la fuerza pequeña y oculta que enreda y mueve lo humano y todos sus ritmos. El Reino de Dios, dice Mateo a sus oyentes de entonces y de ahora, trabaja en lo escondido, y tiene una fuerza invisible que no podemos imaginar. Capaz de vencer al mal y todas sus obras. Basta mirar con esperanza… También en estos tiempos de virus, crisis y mal humor… ¿Seremos capaces de confiar en que Dios conduce la Historia y sigue construyendo Reino? ¿Nos pondremos de su parte o seremos de los que bloquean su proyecto?