Dic
Homilía I Domingo de Adviento
Año litúrgico 2012 - 2013 - (Ciclo C)
“ A ti, Señor, levanto mi alma. Enséñame tus caminos. ”
Comentario bíblico
de Fr. Gerardo Sánchez Mielgo - (1937-2019)
Primera lectura: (Jeremías 33, 14-16)
Marco: Jeremías 26-35 contiene una serie de "profecías de felicidad". La nueva alianza es la cumbre espiritual del libro de Jeremías. Jeremías 33,14-26 anuncia y describe las instituciones del futuro pueblo mesiánico en la misma forma que Zc 4,1-14; 6,13.
Reflexiones
1ª) ¡La nueva alianza en el interior del hombre!
Vienen días, oráculo del Señor, en que yo sellaré con el pueblo de Israel y con el pueblo de Judá una alianza nueva... Pondré mi ley en su interior; la escribiré en su corazón; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. Recoge tres puntos fundamentales para la esperanza del pue-blo de Dios: la iniciativa divina del perdón de los pecados; la responsabilidad y la retribución personal; la interiorización de la religión ya que la Ley deja de ser un mero código exterior para convertirse en una inspiración que alcanza al "corazón" del hombre, bajo la acción del Espíritu Santo. Jeremías invita a la interioridad porque en el interior del hombre se realiza su personalidad y madura la fe y la esperanza que conducen a un compromiso coherente en la existencia cotidiana para humanizarla. Hoy como ayer es necesario insistir con la palabra y el testimonio en el valor de la interioridad del hombre donde se encuentra a sí mismo y se puede encontrar con Dios. Hoy estamos envueltos en mucho ruido, exteriorización y dispersión. El hombre moderno tiene miedo al silencio y a la soledad interior.
2ª) ¡La inquebrantable fidelidad de Dios es la garantía de la esperanza!
Mirad que vienen días en que cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel y a la casa de Judá. En momentos graves para el futuro de Israel, como fue el asedio de Jerusalén y cuyas consecuencias fueron decisivas para los habitantes de Judá, el profeta invita a reavivar la esperanza. Las circunstancias que provocaron el exilio de Babilonia fueron graves porque el pueblo (vasallo) había quebrantado la alianza con su Dios (soberano*). La destrucción de Jerusalén y la deportación a Babilonia supuso un duro golpe para el pueblo de Dios. Pero Dios, fiel a sus promesas y a su alianza, no se alejó sino que siguió presente, aunque oculto en medio de su pueblo. Porque es Dios y no un hombre, santo en medio de su pueblo y fiel a sí mismo. Es propio del ser de Dios la fidelidad por encima de las resistencias y contradicciones de los hombres. Dios no se desdice de sus promesas: Los dones y la llamada de Dios son irrevocables (Rm 11,29). Hoy necesita la Iglesia y el mundo escuchar palabras como éstas. Dios está ahí, comprometido con la historia del hombre, con la historia de su pueblo. Y la historia se realiza paso paso, en lo cotidiano, en lo rutinario de cada día y no sólo en los grandes acontecimientos. Precisamente por eso garantiza realmente la esperanza.
3ª) ¡Los tiempos de salvación son tiempos de justicia y derecho!
Suscitaré a David un vástago legítimo, que hará justicia y derecho en la tierra. Y le llamarán así: "Señor-nuestra-justicia". El cumplimiento de la promesa hecha a David estará en co-herencia con los deberes principales exigidos al rey, es decir, velar y asegurar los derechos de los más débiles de la sociedad: el huérfano, el forastero y la viuda. El rey ideal, sucesor y heredero de David, realizará este proyecto de un modo perfecto. Somos herederos de David, la Iglesia entera, por tanto hay que poner manos a la obra para hacer posible y eficaz en el mundo los proyectos del Dios de justicia y de paz. Los creyentes, inmersos en el mundo con la esperanza anclada en la bondad y poder de Dios, deben asumir este compromiso como signo visible de la autenticidad de una vida creyente. Y esta tarea debemos realizarla mientras avivamos cada día nuestra esperanza. Sólo aparecerá auténtica nuestra esperan-za cuando tomemos con seriedad la justicia y la paz. Dios es la raíz, el agente y el modelo de toda paz y justicia. Dios se interesa por la felicidad del hombre.
Segunda lectura: (1 Tesalonicenses 3,12-4,2)
Marco: El marco general de esta carta está dominado por la intensa esperanza en la segunda venida del Señor. El fragmento que se proclama ahora se enmarca en unas exhortaciones relacionadas con la parusía del Señor. A los hermanos de Tesalónica les preocupaba el destino de los que morían que era para ellos un problema vital.
Reflexiones
1ª) ¡Mientras esperamos la Vuelta del Señor debemos explotar al máximo el don del amor!
Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos y que así os fortalezca internamente. Mientras vamos de camino, alentados por la esperanza, no vamos solos sino que caminamos en comunidad, en pueblo. La herencia que esperamos es la propia de los hijos de Dios. Esta espera debe estrechar nuestros lazos fraternos durante el camino que debemos realizar en comunión, con alegría y seguridad. Compartir en un amor fraterno que supera todas las diferencias, pero aceptándolas, garantiza la realización del camino. La esperanza será colmada al final. Es necesario testimoniar en nuestra vida diaria la autenticidad de la esperanza en una experiencia de amor fraterno hasta el don de la propia vida.
2ª) ¡Hay que seguir adelante!
Habéis aprendido de nosotros cómo proceder para agradar a Dios: pues proceded así y seguid adelante. Es necesario tener la mirada fija en la meta y seguir adelante. El camino es arduo, duro y no pocas veces desilusionante. Pero tenemos la seguridad de la presencia de Dios que acompaña el camino de los suyos cuando permanecen en marcha. El camino de la esperanza se encarna y cristaliza en la visión nueva de lo cotidiano, de lo incomprensible, de lo desconcertante. Y a todos nos asalta la tentación del desaliento, del “no hay nada que hacer”, del “todo está perdido”. Para Dios nada está perdido, todo tiene respuesta y sentido; el túnel oscuro de nuestra dolorosa experiencia se abre a un extenso valle luminoso. Escribía Pablo desde la cárcel a sus estimados filipenses: No pretendo decir que haya alcanzado la meta o conseguido la perfección, pero me esfuerzo a ver si la conquisto, por cuanto yo mismo he sido conquistado por Cristo Jesús. Yo, hermanos, no me hago ilusiones de haber alcanzado la meta; pero, eso sí, olvidando lo que he dejado atrás, me lanzo de lleno a la consecución de lo que está por delante y corro hacia la meta, hacia el premio al que Dios me llama desde lo alto por medio de Cristo Jesús... En todo caso permanezcamos firmes en lo que hemos alcanzado.
Evangelio: (Lucas 21,25-28)
Marco: El contexto es el discurso escatológico en la versión lucana. Sabemos que el género apocalíptico tiene sus propias claves de interpretación de la historia. Se hace presente en momentos difíciles; es una interpretación de la historia desde la fe; intenta ser consolador en las tragedias humanas; esta consolación es para el presente, aunque abierto al futuro. La característica de Lucas es que interpreta en clave histórico-salvífica la tensión apocalíptica.
Reflexiones
1ª) ¡Es necesario asumir la tragedia de la humanidad!
Los hombres quedarán sin aliento por el miedo, ante lo que se le viene encima al mundo. En los primeros pasos de la Iglesia pascual el clima de expectación escatológica era muy intenso. Durante bastante tiempo predominó en la experiencia de fe y sacramental de la Iglesia. La seguridad de que Jesús volvería glorioso daba sentido a su existencia. Esta tensión escatológica no se perdería, pero recibiría interpretaciones complementarias para la vida de los discípulos. La liturgia de la Palabra y la sacramental de este primer domingo nos invita a dirigir la mirada a la vuelta gloriosa del Señor (es el sentido original del Adviento). Esta mirada no nos exime de asumir la tragedia del mundo. Un verdadero creyente ha de estar inmerso en el mundo «compartiendo los sufrimientos y carencias, las alegrías y las esperanzas de todos los hombres.» Sólo desde esta solidaridad humana puede transmitir al mundo una palabra evangélica creíble, razonable, aceptable y con sentido. El verdadero sentido de la encarnación exige esta actitud doble: encarnación en nuestro mundo con un mensaje que abre caminos de plenitud humana en él, sin perder la esperanza en la plena realización final. Teleología* es la palabra clave: enraizados en el mundo y, a la vez, lanzados hacia la eternidad. Los hombres necesitan el testimonio vivo de los creyentes.
2ª) ¡Levantad la cabeza!
Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación. Lucas tiene su propia visión de la escatología, es decir, la interpreta en sentido histórico-salvífico: el Señor volverá, pero dirige ya la historia hacia su meta segura y firme; el Señor volverá gloriosamente, pero más tarde. En el entretanto, es decir, en este momento y en cada momento de la historia, es necesario poner en acción el don de la esperanza, acompañada por la "paciencia-aguante" para mantenerla firme. La primera invitación que nos hace el Señor es estar atentos a no caer en la trampa de los fantasiosos milenarismos. Es en el duro quehacer de cada día, iluminado por la Palabra de Dios y fortalecido con la oración y los sacramentos, donde se curte y se realiza la verdadera esperanza del creyente. La meta es el final de un camino y hay que recorrerlo con la Iglesia en medio del mundo y acompañados por el Maestro Jesús.
3ª) ¡Estad siempre despiertos!
Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir, y manteneos en pie ante el Hijo del hombre. Nos había advertido ya el Maestro: nadie puede servir a dos señores. Es cierto que el creyente, como hombre o mujer que es, comparte la existencia humana, en todos sus avatares, con los demás hombres y mujeres. Es cierto también que el creyente vive inmerso en el mundo y es sinceramente humano. Pero ha recibido la gracia de la fe y de la esperanza que le permiten interpretar esa misma historia humana en clave diferente, es decir, desde el amor gratuito de Dios. Y esta gratuidad le exige una seria vigilancia para no perder el camino. Por eso la esperanza, además de empujar a la solidaridad, lleva consigo una seria exigencia.