Abr
Homilía Jueves Santo
Año litúrgico 2014 - 2015 - (Ciclo B)
“ Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo ”
Pautas para la homilía de hoy
Reflexión del Evangelio de hoy
Los elementos centrales de la celebración
La cena del Señor se caracteriza por iniciar el Santo Triduo, y en ella hay tres elementos centrales, que se recomienda que no falten en la homilía: la institución de la Eucaristía, la institución del Sacerdocio y el amor fraterno. No deben ser vistos como elementos diferentes sin relación entre ellos: antes bien, se iluminan y necesitan mutuamente.
La Pascua judía
En la primera lectura se nos ofrece la institución de la Pascua judía. Cada uno de sus elementos adquiere su plenitud a la luz de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo. El significado pleno de la Pascua del Antiguo Testamento debe buscarse en la Pascua del Nuevo, igual que la Alianza hecha por Dios con su pueblo encuentra su sello y cumbre en la muerte y resurrección de Jesús. No es la Pascua judía la que explica la cristiana, sino al revés: cordero sin mancha al que se mata al atardecer, la sangre como señal, el trasfondo de la liberación-salvación… son elementos que adquirirán su verdadero y pleno significado para el cristiano a la luz de los acontecimientos de la Pasión.
Lavatorio de los pies: anticipo de la Cruz y sentido de la vida cristiana
La institución de la eucaristía, narrada por Pablo en la segunda lectura, no aparece en el Evangelio de Juan, que sin embargo, como es de sobra conocido, narra “en su lugar” el lavatorio de los pies. Jesús ha estado predicando, hablando sobre Dios y realizando signos. Tras decretar que ha llegado su hora, celebra la última cena con sus discípulos, que inicia la narración de la Pasión y el desenlace al que se orienta todo el Evangelio: la entrega amorosa de Jesús como manifestación de la gloria y el amor de Dios y como victoria sobre las fuerzas del mal. La escena del lavatorio de los pies es, así, un anticipo de su muerte en la cruz, un modo profético de, con gestos, explicar el elocuente significado de la vida, muerte y resurrección de Jesús. Es, además, una invitación a hacer lo mismo: los cristianos deben dar a su vida el sentido que Jesús manifestó en este texto.
Gesto profético inagotable, invitación a participar
El lavatorio de los pies es un gesto profético densísimo que no cabe sustituir por su exégesis o su explicación teórica (por eso es tan conveniente revivirlo en la liturgia de este día). Son los gestos de Jesús los que dan sentido y explican nuestras palabras, no nuestras palabras las que tienen que explicar lo que él hizo. La fuente del sentido está en él, en su palabra y en sus gestos. No obstante, hemos de profundizar de algún modo en lo allí manifestado, por lo que sería conveniente mencionar el contexto cultural del gesto (los comentarios exegéticos de esta misma página son muy útiles al respecto: lavar los pies como tarea de esclavos, son los discípulos los que dan la vida por el maestro y no al revés, etc.).
El gesto de Jesús, además, como todo gesto profético, no busca solamente transmitir una enseñanza, sino que intenta conmover al espectador, arrastrar su corazón, removerlo para que se haga partícipe de lo expresado. Jesús busca una implicación personal en lo escenificado: no se trata de que seamos meros espectadores pasivos. Hay que pasar a la acción, mojarse (nunca mejor dicho). Él mismo deja claro este aspecto: Os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis lo que yo he hecho.
Amor hasta el extremo
El comienzo solemne de la escena, que es también el comienzo de toda la narración de la Pasión, es digno de especial mención (Jn 13,1). Se trata de un solo versículo con una riqueza inmensa, que nos introduce en el misterio del amor de Dios, nos sintetiza el sentido de los acontecimientos por venir y nos da la clave de su lectura. Este amor hasta el extremo que vemos en Jesús, es lo que hay tras el gesto del lavatorio de los pies, es lo que sacramentalmente recibimos en la eucaristía y lo que estamos llamados a imitar en nuestras vidas. El amor hasta el extremo es la realidad que une íntimamente los tres elementos centrales de la celebración de hoy (Eucaristía, sacerdocio y amor fraterno). Necesitamos incesantemente la Eucaristía, el memorial del amor que nos salva (para lo cual hacen falta sacerdotes), porque es una de las maneras (la más privilegiada y síntesis de las otras) de recibir sus beneficios, pero también porque necesitamos alimentarnos una y otra vez de aquello a lo que estamos llamados a ser (amor fraterno como sentido de la vida cristiana).
La reacción de Pedro
Vemos en la reacción de Pedro, como tantas otras veces, nuestra propia reacción. Nos gustaría que Jesús no tuviese que morir, y que no nos lavase los pies. Y es un rechazo normal: no deseamos el sufrimiento a nuestros seres queridos, e intentamos evitar que se comporten como esclavos. Pero hemos de tener cuidado; nuestro rechazo no debe significar un rechazo más profundo que ese: el de quienes no quieren seguir a Jesús en su muerte y en su “esclavitud”. La mirada del discípulo, conducida por la enseñanza del Maestro, debe ver un gesto de suprema libertad donde el mundo sólo ve esclavitud (siendo Maestro y Señor lava los pies como esclavo; no le quitan la vida, la entrega él); y debe ver la gloriosa liberación de los seres humanos, la entrega voluntaria y salvífica de Jesús por todos, la puerta a una vida nueva y eterna, donde el mundo solamente ve una muerte horrible en una cruz (sabía que había salido de Dios y que a Dios volvía; había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre). El Dios que se manifiesta en Jesús es todopoderoso, pero no manda a su Hijo a imponer esa potestad, sino a servir, a entregar su vida. Se trata de un Dios fuerte, invencible, pero que manifiesta estas características suyas en el padecimiento y la aparente derrota. No construyamos un ídolo proyectando nuestro ego insaciable: Dios no es todopoderoso como a veces deseamos nosotros serlo, ni es invencible como a veces nosotros queremos. Ese ego es el que debe morir también en nosotros. En Jesús vemos que Dios es amor, oblación, donación, pro-existencia. Y nosotros no estamos llamados a ser otra cosa.
La lucha siempre difícil contra el mal: Jesús lava los pies a Judas
El amor hasta el extremo no debe confundirse con el “buenismo”, ni con una alegría superficial, ni con un camino de rosas estilo “flower power”. El amor contiene un aspecto terrible, duro y difícil, porque exige la muerte de muchas cosas a las que nos aferramos con demasiada fuerza. Además, el amor es el único modo de luchar contra el mal, y la lucha contra el mal no es nunca fácil. Nunca es fácil vérselas cara a cara con el mal, pero es que además no hay otras armas eficaces en esta lucha, y el amor no es la opción más fácil, ni siquiera la más evidente. Muchos han querido ver en el gesto de Jesús ciñéndose la toalla una referencia al rito en el que los luchadores se ceñían el cinturón antes de la batalla. Y es una buena lectura del gesto. Pero no debemos olvidar que esa batalla no se lleva a cabo a golpes, sino con servicio y amor. También Jesús lavó los pies a Judas, a pesar de que el diablo ya había envenenado su corazón con la traición. La Cruz y el lavatorio de los pies, nos hablan de la victoria del bien sobre el mal, pero también de los medios de los que se sirve esa victoria.