Oct
Homilía XXIX Domingo del tiempo ordinario
Año litúrgico 2023 - 2024 - (Ciclo B)
“ Jesús llena de misericordia la tierra ”
Pautas para la homilía de hoy
Evangelio de hoy en audio
Reflexión del Evangelio de hoy
En el Antiguo Testamento se encuentra una verdadera siembra de circunstancias, personas, acontecimientos, gestos, en una palabra, de mensajes mesiánicos. Una muestra puede verificarse en este breve fragmento que hoy se toma del profeta Isaías (53, 10-11) y que invita a repasar tolo el capítulo 53. Claramente se anuncian rasgos y actitudes del Mesías, destacados de manera particular en el trance de su pasión, muerte y también de su victoria frente al pecado y la muerte.
Los trazos que se anticipan no son, precisamente, los que más se ajustaban con los comunes que mantenía la generalidad del pueblo de Israel. Llegado el tiempo, se manifestará en los mismos apóstoles y discípulos del Señor. Pero, en realidad, estas características son las que libremente eligió Dios vara llevar una vida humana, sin dejar nunca de ser Dios. El Mesías quiso ser triturado por el sufrimiento, sufrir fatigas anímicas y corporales, eligió soportar dolencias y dolores, desprecios, burlas, humillaciones, marginaciones…
Todo este sufrimiento, es verdad, no le correspondía al Mesías como Dios, pero, siempre con plena libertad, quiso soportar cargas sobre sus hombros, las que corresponden a la humanidad herida por el pecado. Cuando se hizo hombre muchos no lo tuvieron en cuenta y sí lo consideraron, llegado el momento, como un desecho ante el que se oculta el rostro, azotado y objeto de burlas, molido por las culpas de sus hermanos…
Sin embargo, asumió tan lacerantes sufrimientos para abrir un camino, ofrecer una puerta de salida a la humanidad que se hallaba culpablemente cerrada para ella. Sanó a todos a fin de practicar una senda que lleva a la vida; aportó el don inapreciable de la paz, sin la cual es imposible la convivencia, ofreció la unidad para alcanzar una fuerza constructiva y en concordia, mostró los frutos que se consiguen por la paciencia, las humillaciones y, claro está, por su muerte redentora. Su donación sacrificial justificará a muchos, se ganó una descendencia y alargamiento de sus días, verá siempre la luz. Además, «lo que plazca al Señor se cumplirá por su mano». En promesa, se contempla al Mesías como el que cargará con el pecado e intercederá por los rebeldes. Pueden recordarse aquellas palabras de santo Tomás de Aquino: «Todo lo que pertenece a la fe en la encarnación y redención se transmite tan claramente en el antiguo libro de los Salmos, que casi parece Evangelio y no ya profecía».
En el Evangelio según san Marcos (Mc 10, 35-45) se comprueba cómo también los apóstoles pensaban muy diversamente que Isaías acerca de las peculiaridades del Mesías. Siguieron un tiempo a Jesús como quien acompaña a un personaje con poderes especiales, como quien, llegado el momento, podía establecer un reino, incluso con una clase preferente, al estilo de los reinos del mundo, aunque llegaron a darse cuenta de que el reinado de Jesús iba a ser algo distinto. Los hermanos Santiago y Juan anhelaban, con todo, un puesto eminente.
De cara a los suplicantes y, en definitiva, a los apóstoles reunidos, aclaró que, para la glorificación de los seres humanos, es obligado recorrer un trayecto común a todos: el de aceptar la vida como un servicio, sin tiranizar a nadie, buscando lo mejor para los demás, desviviéndose en la búsqueda del bien pleno, sin pugnar por los primeros puestos y, mucho menos, para obrar sin moralidad alguna. En el reino de Cristo, ya iniciado en este recorrido terreno, todos y a porfía han de considerarse como ayudantes de los demás, en definitiva, cual «esclavos de cada uno».
Hay una razón muy poderosa para lanzarse a semejante meta: la humanidad nueva que comienza con la encarnación del Hijo de Dios ha de configurarse desde el ejemplar supremo que es Jesús, nuestra cabeza: no ha venido para ser servido, sino para servir y dar la vida en rescate por todos. Lo hizo por medio de un cáliz cuyo contenido bebió y un bautismo con el que quiso soberanamente bautizarse: su pasión, muerte y resurrección. Se sumergió en el bautismo de la muerte y se alzó victorioso para la nueva vida que nos ganó.
Jesús es el sumo sacerdote que ha atravesado el cielo para franquearnos aquella puerta que nos habíamos voluntariamente cerrado. Pide que en esta peregrinación nos mantengamos firmes en la fe. En cualquier circunstancia se compadece y vuelca su misericordia hacia nosotros; sabe que somos débiles, ha pasado por lo nuestro, menos por el pecado; nos da su gracia y auxilio oportuno, quiere vernos confiados caminando hacia el trono de gloria que nos tiene preparado.
¿Qué lección se desprende del camino de sufrimiento que eligió nuestro Salvador? ¿Cómo dar cabida durante el día a algún Salmo, por el ejemplo el n. 3? ¿Cómo seguir a Jesús en el servicio cotidiano?