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Homilía II Domingo de Cuaresma
Año litúrgico 2010 - 2011 - (Ciclo A)
“ Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo. ”
Introducción
Este segundo domingo de cuaresma está puesto bajo el signo de dos personajes: Abrahán y Jesucristo.
Abrahán que es invitado por Dios a abandonar los ídolos y la seguridad de la casa paterna para emprender un camino de emigración rumbo a lo desconocido para él, y que Dios le había de dar en posesión. Abrahán puso toda su confianza en Dios y se puso en camino hacia la tierra que Dios le prometía y que era totalmente desconocida para él.
Jesucristo que manifiesta en el Tabor a sus discípulos la gloria de su divinidad, una gloria que él llevaba oculta bajo los velos de su humanidad, y que él quiso manifestarles en ese momento para que pudieran tenerlo en cuenta a la hora de la prueba, su pasión.
En el contexto litúrgico de la Cuaresma, Abrahán es el signo de la cuaresma. Y Jesucristo transfigurado, el signo del final de la cuaresma. Abrahán es el signo de la cuaresma porque la cuaresma es una invitación a salir de la propia seguridad y de la propia comodidad para emprender un camino nuevo rumbo a la Pascua sin que sepamos lo que el Señor nos tiene reservado para entrar en ella. Jesucristo transfigurado es el signo del final de la cuaresma porque la cuaresma no termina en el viernes santo, con la muerte del Señor, ni en el sábado santo por la mañana como antes, sino en la celebración de la Vigilia del sábado santo, la Madre de todas las Vigilias, como la llamaba san Agustín, en que los cristianos celebramos no la vuelta a la vida, sino la Resurrección gloriosa de nuestro Señor Jesucristo, llena de luz y de esplendor y de esperanza.