Sep
Homilía Vigésimo quinto Domingo del Tiempo Ordinario
Año litúrgico 2008 - 2009 - (Ciclo B)
“ El Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los hombres ”
Pautas para la homilía de hoy
Reflexión del Evangelio de hoy
El segundo anuncio de la Pasión y Resurrección
De camino, Jesús vuelve a anunciar a sus discípulos su pasión, muerte y resurrección, diciéndoles que va a ser entregado en manos de los hombres para darle muerte, pero que al tercer día resucitará. Como el justo del Libro de la Sabiduría o el salmista, sabe que su vida y su destino están en las manos de Dios y está firmemente convencido del triunfo final de la VIDA. Asumir su proyecto, sintonizar con la realidad de un Mesías crucificado y resucitado será el largo camino que habrán de recorrer los primeros seguidores de Jesús. Sólo entonces serán de verdad sus discípulos.
En cada Eucaristía, después de la consagración, decimos: “Anunciamos tu muerte. Proclamamos tu resurrección. Ven, Señor, Jesús” ¿Cuál es el auténtico alcance de esta aclamación? ¿La hacemos sólo con las palabras o va acompañada por el testimonio de nuestra vida? ¿Estamos realmente convencidos del triunfo de la resurrección de Cristo sobre su muerte y la nuestra? ¿Dónde reconocemos hoy que Jesús está creando vida?
El silencio de los discípulos
El evangelista Marcos insiste dos veces en el silencio de los discípulos. La primera vez explica que no entienden el anuncio de la Pasión y temen preguntarle. La segunda, Jesús les pregunta cuál era la discusión que habían mantenido en el camino y permanecen callados.
El primer silencio es comprensible porque no logran captar el sentido del anuncio que han escuchado. Necesitarán tiempo para poder asimilar y procesar ese mensaje. También lo vivimos nosotros ante golpes que nos desencajan. El segundo nos resulta más difícil de entender. Jesús acaba de hablarles de que va a ser entregado, va a pasar por un camino de humillación y morir, y ellos discuten sobre quién es el mayor. Sin embargo, este hecho refleja situaciones reales y muy cotidianas. El silencio se crea en un grupo, cuando las personas se disputan el poder, el dinero, el prestigio, los primeros puestos, cuando las relaciones están viciadas por las desconfianzas y las sospechas y es imposible comprenderse y comunicarse. Podemos preguntarnos por la calidad de nuestros silencios. ¿Nacen del deseo de acoger la verdad del otro en el diálogo o del juicio y ambición que alberga nuestro corazón?
“Quien quiera ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos”
Jesús percibe claramente el riesgo de división que amenaza a la incipiente comunidad de sus discípulos y centra la enseñanza que sigue al segundo anuncio de la pasión en el tema de la comunidad servidora, que ha de regirse por el amor traducido en servicio fraterno. Es importante que sobre los que va a recaer la responsabilidad de anunciar el evangelio a todos los pueblos, entiendan perfectamente qué tipo de autoridad ha de practicarse en las comunidades congregadas en el nombre del Señor, muy distinta a la que ejercen los jefes de las naciones y los poderosos. Jesús les propone la actitud del servicio como auténtico rasgo distintivo de la identidad cristiana.
En un mundo en el que las noticias nos hablan a diario de los conflictos y las luchas entre personas o países para dominar, ocupar los primeros puestos, obtener el poder, la comunidad cristiana puede ofrecer la alternativa de una humanización de las relaciones, si acierta a dar testimonio y hacerla vida en ella misma.
Puso en medio de ellos a un niño
En tiempos de Jesús, el niño era un pobre, un excluido social y religioso, como el enfermo, la mujer y el esclavo. Jesús “toma a un niño, le pone en medio y le estrecha entre sus brazos”. La intención del gesto es clara: rectificar el punto de vista de sus discípulos, presentándoles como modelo de pequeñez y de pobreza a un niño, que tenia la obligación de realizar los más humildes trabajos y de servir a todos. Es un ejemplo válido e interpelante para toda persona que se reclama seguidora de Jesús, para cualquier comunidad cristiana, para todo tipo de ejercer el poder.
Jesús pone en medio, en el centro, a los que la sociedad dejaba al margen, echaba lejos. Se empeña constantemente en mostrarnos las normas del protocolo del Reino de Dios. La grandeza del discípulo se mide por la calidad del servicio que presta a los más indefensos, a los que no cuentan, a los más frágiles y abandonados. En ellos acogemos a Cristo y al Padre que le ha enviado; en eso seremos juzgados (Mt 25, 40). ¿A quiénes ponemos nosotros en el “centro” de nuestras preocupaciones, de nuestros desvelos?