Dom
20
Sep
2015

Homilía XXV Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2014 - 2015 - (Ciclo B)

Quien quiera ser el primero, que sea… el servidor de todos

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

Para que las palabras de Jesús nos entusiasmen hemos de echar mano de la sabiduría que viene “de arriba” (segunda lectura), es decir, superar el modo de pensar humano para pensar como Dios. La liturgia de la Palabra propone insistentemente dos puntos de vista opuestos, claramente presentes en la segunda lectura y también en la primera, que pone de manifiesto el punto de vista de “los impíos” respecto del justo, frente al punto de vista de Dios, que se sirve de la paradoja de la cruz para ofrecer su salvación a la humanidad. Frente a “los impíos” está “el justo”, que confía en el Señor, “dando gracias a su nombre, que es bueno” (salmo responsorial).

  • “El más importante”

Esto es lo que interesaba a los discípulos, más que lo que el Señor acababa de decirles a propósito de su pasión, muerte y resurrección (segundo anuncio). Lo que el Maestro les enseña no les interesa, es decir, no quieren entenderlo. Los evangelistas Marcos y Lucas afirman que a los discípulos les daba miedo preguntar a Jesús sobre el asunto (cf. Lc 9,45), mientras que Mateo suaviza la reacción de los discípulos refiriendo que, ante tal anuncio, los discípulos “se pusieron muy tristes” (Mt 17,23).

A los discípulos “les daba miedo preguntarle” a Jesús. El Señor, en cambio, les pregunta directamente: “¿De qué discutíais por el camino?”. Notemos la reacción de los discípulos: primero, no entendían; segundo, les daba miedo preguntarle; tercero, no se atreven a responder a la pregunta de Jesús.

El ser humano da muchas vueltas para no afrontar la realidad: buscamos disculpas, ingeniamos dificultades, presentamos justificaciones… para no dar el brazo a torcer, es decir, para no tomar en serio el punto de vista de Dios, que es lo que Jesucristo trata de hacernos comprender, más allá de nuestro interesado “ser el más importante”.

  • “El que acoge a un niño en mi nombre me acoge a mí”

El ejemplo que pone el Señor es de lo más sencillo de entender. Así es como llegamos a la conclusión de que los discípulos, más que no entender, no querían entender, por las consecuencias que se derivan de seguir el camino trazado por el Señor: pasión y muerte, dejar atrás el propio “yo”.

Jesús se identifica con un niño, es decir, con lo que no cuenta, con lo que nadie toma en consideración, por ser insignificante. He aquí nuevamente los dos puntos de vista contrapuestos: ser el más importante (criterio humano) o prestar atención a un niño, algo que se considera insignificante, sin relevancia, que es lo que propone el Señor.

  • “…no me acoge a mí, sino al que me ha enviado”

Este paso es fundamental, pues nos sirve para adentrarnos en la identidad que Jesucristo establece con nosotros (en la persona del niño) y la identidad que él tiene con el Padre del cielo. Así es como lo que se refiere a Jesucristo en realidad encuentra su plenitud en el Padre del cielo, y a esta plenitud es a la que el Señor quiere conducirnos a través de su Espíritu, que es quien nos llevará a la verdad plena (cf. Jn 14,26).

  • “…a los tres días resucitará”

La resurrección de Jesús es la demostración del sentido de su vida, desde su encarnación hasta su muerte en la cruz. De ahí que san Pablo afirme rotundamente: Si Cristo no ha resucitado vana es nuestra predicación y vana nuestra fe (1 Cor 15,14).

Los discípulos no querían entender lo que se refería a la pasión y muerte del Señor, tanto que ni se atrevían a preguntarle. El hecho de la resurrección sí que era algo inaudito, y podría parecerles cosa poco interesante para ellos en aquel momento, donde lo que contaba era ser el primero entre los demás.

La resurrección de Jesucristo nos interpela también a nosotros. El hecho de celebrar la Eucaristía significa que creemos en la resurrección de Jesús y en la nuestra, tal como confesamos en el Credo. Ahora bien, una cosa es lo que sabemos o creemos teóricamente y otra bien distinta aquella que vivimos y que da sentido a nuestra vida.

Jesucristo en la Eucaristía se nos da como alimento, pan y bebida de “vida eterna”. Acercarnos a comulgar significa asumir la vida de Jesucristo y tratar de dejarnos guiar por su Espíritu. El Espíritu no nos mueve a prevalecer sobre los demás ni a pretender ser los más importantes, sino todo lo contrario, a declararnos, como nuestra Madre del cielo, la esclava del Señor, que es lo que Jesucristo nos propone este domingo de manera bien clara: “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”.

No tengamos miedo de lo que nos propone el Señor, pues él va delante, dado que no ha venido para ser servido sino para servir. Este es el único camino que lleva a la felicidad, y recorrerlo es experimentar ya la alegría de ser verdaderamente discípulos del Señor.