Dom
21
Feb
2010

Homilía Primer Domingo de Cuaresma

Año litúrgico 2009 - 2010 - (Ciclo C)

Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y durante cuarenta días, el Espíritu lo fue llevando por el desierto, mientras era tentado por el diablo.

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

  • Llevados por el Espíritu

En los escritos de San Lucas resalta con fuerza la actuación del Espíritu en la vida de Jesús y en la comunidad de los seguidores del Resucitado, nacida de la Pascua. En el evangelio de este domingo, el Espíritu es el que lleva y acompaña al Hijo Amado por el desierto, antes de iniciar la misión que le ha sido encomendada por el Padre. Ese mismo Espíritu es el que ha sido derramado en nuestros corazones y nos ha hecho hijos e hijas de Dios.

Tal vez, podríamos iniciar el camino cuaresmal tomando conciencia de la presencia del Espíritu en nosotros, de la vida a la que nos llama, de la fuerza que nos comunica. Pedirle humildemente su ayuda para no poner resistencia a su acción en nosotros y colaborar con él en todo lo que contribuya a que nuestra vida y la de las otras personas sea más plena, más humana, más esperanzada…

  • El desierto

El desierto en la Biblia recubre una amplia gama de significados. Es el lugar donde Israel vive la tentación en su marcha hacia la tierra de la promesa; donde experimenta el silencio de Dios, el vacío y la soledad; donde se rebela y abandona a su Dios para volverse a los ídolos. Pero el desierto es, también y ante todo, el lugar de oración, de encuentro con Dios, del  primer amor, de la misericordia y fidelidad de Señor a pesar del pecado de su pueblo; lugar del don de la alianza.

¿Encontraremos durante la Cuaresma algunos momentos tranquilos para orar desde nuestro propio desierto y los desiertos de la humanidad? ¿Nos atreveremos a  hacer una cura de silencio para acallar los ruidos que nos impiden escuchar el latido de nuestro corazón y el del prójimo? ¿Seremos capaces de dejarnos llevar por el Espíritu al desierto y prescindir de tantas cosas que nos mantienen en la superficialidad y el divertimiento? Yendo a lo hondo, lograremos descubrir los oasis fértiles que esconde el desierto.

  • La tentación

En el éxodo hacia la tierra prometida, Israel sucumbe a las múltiples tentaciones que el desierto ofrece. Jesús nos muestra que existe una alternativa distinta ante les trampas del maligno, la de resistir firme en la opción fundamental de la vida, hallando la fuerza para ello en la unión a la voluntad del Padre y el dialogo fecundo con la Palabra a través de la cual Dios se ha revelado a los seres humanos. “Está escrito…”, “Está mandado…”, responderá Jesús a quien intenta apartarle de la misión que le ha sido encomendada. Si el pueblo elegido busca su protección en el becerro de oro, el Hijo de Dios puso toda su confianza en el Padre.

Las tres tentaciones que presenta el relato evangélico afectan a dinamismos muy profundos del ser humano: el deseo de tener y acumular bienes, el deseo de dominar y del éxito, y el deseo de dominar a Dios. No es difícil reconocer estas mismas tentaciones a lo largo de la historia de la humanidad y de la historia de la Iglesia, pero existen otras muchas: la desesperanza que surge en tiempos de crisis, el creernos mejores que los demás, el juicio inmisericorde a la debilidad ajena, el imponer como voluntad de Dios lo que se funda en nuestros criterios humanos, cerrar los ojos al dolor ajeno y refugiarnos en una vida confortable…

¿Cuáles son las tentaciones personales, comunitarias, eclesiales que nos asaltan en este hoy que vivimos? ¿De dónde sacamos la fuerza para hacer frente al mal?

  • Hasta otra ocasión

El evangelista termina el relato diciendo que “el demonio se marchó hasta otra ocasión”. Jesús no fue tentado una sola vez como tampoco lo somos nosotros. El momento crucial de la pasión y de la muerte en la cruz será la ocasión propicia para que el tentador vuelva a la carga “Si tú eres el Rey de los judíos, ¡sálvate! (Lc 23, 37), “¿No eres tú el Cristo? Pues  ¡sálvate a ti mismo y a nosotros!” (Lc 23, 39). Necesitamos la fuerza del Espíritu para permanecer unidos a Dios en todo momento y, especialmente, cuando el mal muestra sus garras crueles y  la confianza en la bondad de Dios flaquea. Después de la catástrofe del terremoto de Haití, ha vuelto a surgir en muchas personas la misma pregunta: ¿dónde estaba Dios? Jesús, consciente de la dificultad que supone resistir en la prueba, enseñó a sus primeros discípulos, y en ellos a todos nosotros, a pedir con confianza al Padre que no nos deje caer en la tentación y que nos libre del mal. Hagamos con insistencia esta súplica.