Abr
Homilía Jueves Santo
Año litúrgico 2010 - 2011 - (Ciclo A)
“ Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. ”
Pautas para la homilía de hoy
Reflexión del Evangelio de hoy
Jesús se reúne con los suyos para celebrar la gran fiesta judía del poder liberador de Yahvé, que condensa la experiencia religiosa de Israel. Quizás nos resulte difícil valorar el significado profundo de esta fiesta de la libertad a quienes disfrutamos de este maravilloso don, imprescindible para una auténtica y digna realización de la persona humana. El pueblo judío lo recuerda y celebra año tras año. Y el mismo Señor Jesús encaminó toda su vida, tal como queda recogida en las páginas evangélicas, hacia este objetivo de ser fuente de liberación para todos los que se veían oprimidos por alguna de las múltiples expresiones del mal.
Contó para ello con su profunda experiencia del amor del Padre por sus hijas e hijos, un amor que le condujo a la entrega total: a servir a los suyos, a dar la vida, a regalarnos la fuerza misteriosa de su mismo Espíritu.
Es este contexto de amor pleno de Cristo Jesús el que hoy celebra la iglesia. Por amor pasó por el mundo haciendo el bien. Por amor se ciñe la toalla y lava los pies de sus discípulos. Por amor toma el pan y el vino, expresión de su vida entregada hasta el extremo. Por amor hace de ellos sostén de su presencia que es plenitud, vida-sin-fin, razón de firme esperanza. Por amor deja a quienes comparten mesa con Él el encargo de mantener vivo el signo en medio de su pueblo. Por amor abrazará la cruz y subirá al monte de la entrega. Y por amor, el Amor le arrancará del poder de la muerte, y hará de su memorial la fuente de la verdadera libertad.
El memorial de la Cena del Señor, del amor que se adentra en la entrega total, reclama hoy de cada uno de nosotros gestos de amor y de vida entregada, de vida que da vida a quienes carecen de ella o la tienen hipotecada por las duras y crueles realidades de la existencia: enfermos, damnificados, explotados, marginados, excluidos, asustados por la oscuridad del futuro, desafectados, rechazados… a los que viven sin amor, sin cultura, sin sanidad, sin recursos, sin vivienda, sin trabajo, sin pan, sin paz… violentados, torturados, extorsionados, engañados, estafados… carentes de libertad, de dignidad, de apariencia humana…
Celebrar hoy la solemne Cena del Señor, la Eucaristía, habrá de eucaristizar también toda nuestra existencia de creyentes. Y hacernos, en estrecha comunión con el señor Jesucristo, fuente de liberación y oferta constante de amor para todos, avanzando así firmes hacia la gran fraternidad universal.
Justamente estos tiempos recios de increencia y de indiferencia religiosa, al menos en muchos de los ambientes de estas sociedades occidentales del bienestar, nos retan a estas dos grandes tareas: la de multiplicar los gestos de amor que esbozan el rostro del misterio de Dios, que hacen de alguna forma visible al Invisible. Y a multiplicar también los símbolos que le evocan, que son así mismo como un eco del misterio que le constituye.
Con su vida, con su palabra y con su amor, el Señor Jesucristo fue para muchos de su época punto de encuentro con el Dios-Padre amoroso que quiere lo mejor para los suyos y que en la entrega de su Hijo se ha dado a conocer como cercanía entrañable y fuente de libertad y vida inagotable. Hoy nosotros celebramos y nos fundimos en este mismo amor del Señor Jesús. Dejemos que Él haga de cada uno regalo de amor y vida allí donde nos encontremos, fermento de la nueva humanidad que Él inauguró, sueño realizado del banquete universal de la única y plena fraternidad que Dios quiere.