Dom
21
Abr
2013

Homilía IV Domingo de Pascua

Año litúrgico 2012 - 2013 - (Ciclo C)

Conocen mi voz y yo las conozco

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

  • Luz y alegría de los gentiles (Hch. 13, 14. 43-52):

Los Hechos de los Apóstoles sitúan a Pablo y Bernabé en Antioquía de Pisidia. Su predicación era envidiada por los judíos, ya que congregaban a mucha gente que deseaban escucharlos. Su predicación y anuncio, fue ofrecido a los judíos, pero despertó insultos en lugar de interrogantes, escucha o adhesión. Rechazaron el mensaje. No había acogida en su corazón.

Pablo y Bernabé, no se detuvieron en contemplaciones, hablaron con claridad ante la actitud de rechazo, por no considerarse dignos de recibir la vida eterna, nosotros nos dedicaremos a los gentiles. Y lo asumen, como un mandato del Señor: “Te hago luz de los gentiles, para que seas la salvación hasta el extremo de la tierra”. Estas palabras colmaron de alegría a los gentiles, a los despreciados porque no eran como los judíos, a los pueblos extranjeros, desconocedores de Dios, de Jesús y de su propuesta de vida eterna.

El rechazo, la no aceptación, el insulto conduce a un abrir caminos de dignidad. Dignidad para la escucha, dignidad para la acogida, dignidad donde el respeto sea un camino transitable. Donde la alegría pueda compartirse, donde la persecución se transforme en una actitud de acogida y reconocimiento mutuos.

La Salvación y la Luz de Cristo Resucitado son ofrecidas, pero no impuestas. Es la libertad humana la que reconoce, acepta y acoge, y es también la que rechaza, insulta, persigue y amenaza. Aunque estos últimos viven cegados por la envidia. Son los dos polos opuestos de las consecuencias de la libertad.

Los conocedores de Dios muchas veces se muestran rechazando la novedad de Dios, la nueva promesa, la nueva alianza. El lenguaje nuevo, la vida nueva propuesta por Dios. Aunque sea el mismo contenido, siempre habrá una resistencia al cambio. Una resistencia porque ese cambio no cubre mis expectativas. Podemos entrar en el desaliento, pero también podemos dirigir nuestra voz y nuestra mirada a quien sepa amarnos y acogernos, que no siempre son los de casa, los de nuestro pueblo, los creyentes, los hombres y mujeres de Iglesia.

A veces, la Palabra de vida, resuena como novedad a quien nunca se ha sentado a escuchar. Cercano o lejano. La prueba y la satisfacción de predicar será la alegría que experimenten otros, cuando supieron sentarse a escuchar, comprendiendo la luz, la vida, y la verdad que se les ofrecía. Si Pablo y Bernabé cambiaron el rumbo, dejaron a los judíos y dirigieron sus esfuerzos a los gentiles; nosotros hoy tendríamos que descubrir cuáles son nuestros gentiles del siglo XXI, y tener el coraje y la valentía, primero de denunciar el rechazo, y segundo de abrir un camino hacia otro interlocutor válido, capaz de acoger y escuchar la bondad de la vida que se propone. Por eso, hemos de estar convencidos en que la promesa de vida, que parte de Jesucristo, no está ni permanece restringida a ningún pueblo, ni a ninguna generación. Es oferta común y universal.

  • Y Dios enjugará las lágrimas de sus ojos (Ap 7,9. 14-17)

Más allá de los límites que la historia humana nos imponga, hemos de vivir el mensaje del resucitado como una experiencia no sólo personal, sino sobre todo, como una experiencia de identidad, conocedores de pertenecer a un nuevo pueblo, una comunidad nueva de creyentes. La resurrección, lo mismo que el compartir el pan tiene esa dimensión comunitaria, eclesial, no acontece en la soledad, sino en un caminar juntos.

Aquellos que lavaron sus túnicas en la sangre del Cordero, la muchedumbre que dio la vida por la fe en Jesús - el Cordero que quita el pecado del mundo, el que nos reconcilia con la vida y con el amor- son los que vienen de la gran tribulación. Por eso, el que se sienta en el trono, el Hijo de Dios, el que reina en nuestros corazones con humildad, bondad, paz, amor y reconciliación, ese habitará entre ellos. Los cuidará, cultivará sus corazones, permanecerá a su lado, conduciéndolos como pastor hacia fuentes de aguas vivas, donde Dios enjugará las lágrimas de sus ojos.

Recibirá nuestras lágrimas, y nos consolará una vez vencidos los miedos de la vida, los avatares de nuestra historia: soledad, persecución, rechazo, insulto, abandono, acusaciones; todos aquellos avatares que provocan sufrimiento por la violencia humana, porque han pretendido impedir la felicidad, los sueños, la vivencia de la esperanza, la libertad de amar y creer.

  • Conocen mi voz y yo las conozco (Jn 10, 27-30):

Jesús admite y reconoce a quienes les siguen. Usando un símil pastoril, con la excelencia de un buen pastor, conoce a cada uno de sus ovejas, y ellas saben, intuyen y conocen, cómo es su voz. Yo les doy la vida eterna, nadie podrá arrebatársela de su mano, ni de la mano de Dios Padre, porque hay una unidad en el cuidado del Padre y del Hijo.
Podemos situarnos en la experiencia de nuestros seres queridos. Cómo los hemos visto nacer, crecer, y cómo siempre hay una mirada de reconocimiento del recién nacido ante su madre, o ante su padre, por el que se siente cuidado, protegido, alimentado, y animado para la vida. Su llanto sólo se calma cuando reconocen la seguridad de aquellos que identifica como a sus padres: los reconoce por el cuidado diario recibido. Así es la actitud de Jesús, el Buen Pastor y así se muestra la actitud confiada de cuantos creyeron en él, y le siguen. Un reconocimiento mutuo por el camino andado y la vida compartida.

En este domingo, en que también oramos por las vocaciones, a la vida consagrada, a quienes se sienten llamados a ser dominicos, hemos de preguntarnos sobre cómo nos conocen, y si realmente reconocen nuestra voz. ¿Hemos puesto demasiadas fronteras generacionales? ¿Demasiadas exigencias o criterios evaluativos de orientación vocacional? ¿Éstos están dirigidos más a cómo deben ser entre nosotros? Y ¿nos hemos olvidado de cómo se nos ha de conocer? de ¿cómo hemos de cuidarlos, alimentarlos y animarlos para que ellos reconozcan nuestra vida y nuestra voz? ¿Qué esperanza ofrecemos? ¿Qué llanto enjugamos? ¿Qué tribulación calmamos para que ellos sientan la experiencia de que Dios habita en ellos, acampa y permanece en ellos?

¿Qué palabra y qué gesto les impulsará a seguirnos y a quedarse con nosotros? ¿Qué vida le ofrecemos? Si no asumimos la actitud de cultivar, de cuidar, de enjugar los llantos ¿cómo se va a regenerar nuestra vida con savia nueva? ¿Hemos dado por perdida nuestra vida, porque la hemos dejado envejecer, y la libertad y verdad de los jóvenes nos molesta? ¿Será que también hemos olvidado el cómo enjugar el llanto de quien vive a nuestro lado? ¿Le hemos quitado el protagonismo de su historia vocacional, y cortado las alas antes de andar?

Los jóvenes de hoy han vivido muchas experiencias en su vida de dolor, y mucha experiencia precoz de libertad: ¿estamos preparados para acoger y orientar con una pedagogía liberadora esa libertad para encaminarla a la docilidad y a la obediencia? ¿Buscamos amoldarlos a nuestra vida? ¿Pero esta vida que proponemos como verdad y sentido de nuestra vocación, contiene palabras de salvación que enamoren?

No busquemos poner en un molde personalidades, ni voluntades, ni libertades, cuando se ha optado dejar casa, familia, trabajo, y un futuro para estar con nosotros, cuando nosotros hemos olvidado tantas cosas. Más que rezar por las vocaciones, tendríamos que rezar por nuestra vida, para que esa vida que postulamos regrese del olvido, de la desesperanza, de los corazones viejos. El mundo les abrió fronteras, y nosotros se las hemos cerrado: quizás buscando tener discípulos clonados a nuestra individualidad, a nuestro parecer, a nuestra voluntad. Nos falta resucitar, volver abrir nuestros corazones antes que nuestras casas, y escuchar y acoger la voz de Dios y contemplar la luz que nos ofrece. Ellos podrán tener el mismo coraje de Pablo y Bernabé, para decir con valentía: os hemos ofrecido la vida, y no se sintieron dignos de merecerla. La rechazasteis, por eso, nos vamos a los gentiles, donde nos sepan aceptar, acoger y querer.

Algunos pensadores nos muestran señales de una auténtica acogida, que nos pueden ayudar a reflexionar:

• Nos volvemos sabios cuando sabemos que el amor es la respuesta a todas las preguntas.
• Con la gratitud, tu mente se convierte en el mejor lugar para pasar el tiempo.
• El trabajo es amor hecho visible. Y si no podéis trabajar con amor sino sólo con disgusto, es mejor que abandonéis el trabajo y que os sentéis a la puerta del templo a recibir la limosna de quienes trabajan con alegría (Khalil Gibran).
• Se ha de ser un gran hombre para saber escuchar.
• La gratitud nos abre a la plenitud de la vida. Convierte lo que tenemos en suficiente y más. Convierte la negación en aceptación, el caos en orden, la confusión en claridad… Transforma los problemas en dones, los fracasos en éxitos, lo inesperado en lo que llega en el momento perfecto y los errores en acontecimientos importantes. La gratitud da sentido a nuestro pasado, nos da paz en el presente y crea una visión del mañana (Melodie BEATTIE).
• Lo único que vemos de una persona en cualquier momento es una instantánea de su vida, ya sea de su riqueza o pobreza, felicidad o desesperación. Las instantáneas no muestran el millón de decisiones que la condujeron a ese momento (RICHARD BACH).
• Si juzgas a las personas, no tienes tiempo para amarlas (Madre Teresa).
• Cuando mires atrás, te darás cuenta de que: cuando realmente has vivido, ha sido en aquellos momentos en que has hecho cosas con el espíritu del amor (Henry Drummond).

La gratitud con amor, es una escucha esperanzada, y una actitud de acogida mutua, donde el respeto hace posible el convivir atrayente de la verdad que contemplamos, y predicamos.