Jun
Homilía XII Domingo del tiempo ordinario
Año litúrgico 2014 - 2015 - (Ciclo B)
“ ¿Quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen? ”
Pautas para la homilía de hoy
Reflexión del Evangelio de hoy
Considerando la situación en la que se encuentran hoy tantos hombres, pudiéramos pensar que Jesús está dormido, pero somos nosotros los que estamos un poco adormilados. El problema de la Iglesia es la falta de discernimiento, perder tiempo y fuerzas en hacer lo que no produce frutos de vida eterna. Hoy se hacen muchas cosas en la Iglesia, en las parroquias, en las comunidades, pero los frutos parece que no son muchos. Actuamos mucho nosotros y dejamos poco a actuar al Espíritu Santo; la secularización paraliza a la Iglesia y la hace infecunda. Es evidente que las vocaciones son muy pocas, y es un punto muy sensible de la vida de la Iglesia. Y entre los que hay algunos están cansados y otros han perdido el entusiasmo. Es necesario preguntarnos qué es lo que hemos hecho mal y no perder más el tiempo en lo que no edifica la Iglesia. Sin embargo, sin humildad no es fácil hacerse tal pregunta y sin fe no se puede volver a mirar de verdad a Cristo.
La Iglesia concreta vive en la historia, vive en el mundo y, por tanto, en medio de este combate tremendo entre el bien y el mal, entre los siervos de Dios y los siervos de Satanás. Y es preciso entrar en este combate en contra del mal; pero mirando con más atención, vemos que los siervos de Satanás son víctimas, llamadas también a la salvación. Por eso, nuestra lucha no es contra los malos, sino en contra del mal, del pecado, que es el único mal verdadero del cristiano. Con todo, hoy día es difícil para algunos individuar el mal y da la impresión que algunos piensan que todo el monte es orégano y así van las cosas, pues no es conveniente dialogar con el diablo. Necesitamos, pues, individuar con urgencia las causas del mal, de manera que podamos oponernos al mal, llamando a todos a la conversión. El discernimiento es uno de los dones más escasos en las últimas cinco décadas.
La Iglesia sigue remando en medio de la constante tempestad de este mundo y está obligada a discernir entre las tentaciones del mundo y los consuelos de Dios. Tenemos que abrir bien los ojos y darnos cuenta qué es lo que realmente estamos buscando nosotros en nuestra vida, a saber, estamos cayendo en las tentaciones del mundo o estamos realizando la voluntad de Dios donde se encuentran los consuelos de Dios. Cuando uno está en combate es necesario determinar con mucha precisión dónde está la debilidad del enemigo y también donde está su fortaleza para poder actuar con sabiduría y eficacia. Además, en la batalla o vences o eres vencido; no caben los términos medios. Con respecto al mal, no caben componendas, pues sabemos que es la fe en Cristo la que vence al mundo. Además, los hechos son tozudos; no engañan nunca, aunque las palabras sean bonitas, los hechos son siempre evidentes.
El único problema verdadero de la Iglesia, que está en el mundo sin ser del mundo, es nuestra poca fe. Poner nuestra mirada en Jesucristo y ponernos a contemplar a Cristo crucificado y resucitado. Hay que ver qué es lo que debilita nuestra fe y qué es lo que fortalece nuestra fe. La oración fortalece nuestra fe; la desacralización de nuestra vida debilita nuestra fe. En consecuencia, Dios nos está invitando a entrar en la verdadera vida espiritual cristiana, siguiendo la escuela, por ejemplo, de Santa Teresa de Jesús o de Santa Catalina de Sena. ¿Qué es rezar sino tratar a solas mucho tiempo con quien sabemos nos ama?, enseña S. Teresa. ¿Qué es la vida espiritual sino entrar en la celda del conocimiento de Dios y del conocimiento de nosotros mismos?, enseña S. Catalina de Sena. Vivimos en comunidades que nos enseñan de verdad quién es Dios y quiénes somos nosotros o vivimos en comunidades que llevan ya tiempo muertas a Dios y acomodadas al mundo y, por tanto, no sirven para nada.
En el cristianismo hay siempre una palabra de esperanza y en nuestra historia concreta actual la realidad que nos llena de esperanza es poder exclamar ¿Quién es éste que hasta el viento y el mar le obedecen? Es decir, nuestra esperanza es el encuentro personal con Cristo, que nos da la capacidad de comunicar la fe a los demás. Estamos hablando de la fe en Jesucristo: Jesucristo va con nosotros en la misma barca y hay que encontrarlo, pues a veces parece que se esconde. Y para encontrarlo hay que necesitarlo, pues no es un adorno. Y para necesitarlo hay que entrar en el combate espiritual y darnos cuenta que sin mí no podéis hacer nada; pero también: todo lo puedo en aquel que me conforta. ¿Será tiempo de ir al desierto? No lo sé. Pero sí es tiempo de que entremos en la vida de oración, porque ha llegado el tiempo de la verdad y cada uno mostrará lo que lleva dentro, si lleva a Cristo o lleva el pecado. Cambiará nuestra vida y seremos capaces de evangelizar con entusiasmo y eficacia el día que podamos abandonarnos en la Providencia divina; entonces nuestra vida real será distinta. “Aunque se acaban las ovejas del redil y no queden vacas en el establo, yo exultaré con el Señor” (Hab 3, 17. 18).