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Homilía V Domingo de Cuaresma
Año litúrgico 2014 - 2015 - (Ciclo B)
“ Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. ”
Pautas para la homilía de hoy
Reflexión del Evangelio de hoy
Tanto para el aprovechamiento espiritual de la Palabra de Dios de este V Domingo de cuaresma, como para la orientación de la predicación en torno a ella ofrecemos tres pautas íntimamente conectadas:
1. La Pascua: la oferta salvífica definitiva y universal de Dios en Jesús
2. El secreto del camino que conduce a la vida: la entrega, la donación de uno mismo
3. Dios siempre cumple lo que promete
La Pascua: la oferta salvífica definitiva y universal de Dios en Jesús.
El Evangelio de Juan de este domingo (12, 20-33) ubica su narración en la celebración de la Fiesta de Pascua. La Pascua de los judíos, claro. Celebración que actualizaba la acción salvadora de Dios a favor de Israel. Se nos informa que mucha gente acude a participar en ella. Lo más interesante de esta información es que no sólo se hacen presentes judíos, también van a la misma “algunos gentiles” (o, quizás, “temerosos de Dios”). Este detalle es altamente significativo. Por tanto, la Pascua, la fiesta por excelencia del Pueblo de Israel, posee un valor desbordante. Se trata de una celebración trascendente que rompe fronteras. Su valor se universaliza. La salvación que en ella se celebra y se anuncia adquiere una dimensión más amplia, más ancha. Con todo, para ser veraces, hemos de advertir que, en el texto, esta perspectiva universal, en verdad, guarda relación directa con Jesús. Son los gentiles quienes, en el contexto pascual, quieren ver al hijo de María. La presencia de éstos en la pascua parece decantarse por el Maestro de Nazaret. La fiesta pascual, así, conduce hacia él de modo natural. De este modo, desde un contexto Pascual amplio se dibuja otro de mayor tamaño. Jesús es quien explica este fenómeno. Él es la nueva Pascua. Nuestro texto lo anuncia de forma velada hacia el final: “y cuando yo sea elevado atraeré a todos hacia mí”. Esta universalidad de la Pascua cristiana, no lo olvidemos, se emparenta con su sentido salvífico o soteriológico. Si la Pascua judía era ya expresión del amor de Dios que salva, la Pascua de Jesús es su expresión máxima.
El secreto del camino que conduce a la vida: la entrega, la donación de uno mismo.
Jesús es la nueva Pascua. Él aporta a la misma un valor salvífico universal. Con todo, las lecturas de este domingo, además, detallan con cierto detenimiento la manera, el modo, el camino por el que la Pascua de Jesús ofrece tal perspectiva. Lo hallamos, por ejemplo, cuando el evangelio nos habla de la “hora” de la glorificación de Jesús. Esta hora glorificadora se identifica con la pasión muerte y resurrección de Jesús (su singular Pascua). Pero en las lecturas de este domingo tiene unos matices muy concretos. La comparación con el grano de trigo es muy ilustrativa. Para dar vida, para que la vida sea verdaderamente fecunda, se ha de morir; hay que darlo todo por amor. Por eso, “el que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guarda para la vida eterna”. Todo encaja desde esta óptica. No extrañe que Juan refiera en este momento la oración de Jesús en Getsemaní (“Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora”) con respuesta del Padre incluida. La segunda lectura, de la carta a los Hebreos, insiste en este momento clave (5, 7-9). No se ha de olvidar que, desde el bautismo de Jesús, tal y como las tentaciones del Primer Domingo de Cuaresma recuerdan, el Hijo de Dios y el Mesías va a vivir su identidad, lo que es, ajustándose a la senda del Siervo de Yahveh. ¿Es posible hallar a Dios y su salvación en el camino del servicio, del desprendimiento más radical? En este domingo, una vez más, la cuaresma nos recuerda que el secreto del itinerario que conduce a la vida es la entrega, la donación generosa de uno mismo. Jesús así lo ha vivido y enseñado.
Dios siempre cumple lo que promete.
La última de las pautas que ofrecemos coincide con un esquema que recorre la historia de la salvación: Dios cumple lo que promete. Es una clave neurálgica de la comprensión de Dios. En nuestro V Domingo la encontramos en la relación que la liturgia de la Palabra establece entre la primera lectura y el texto evangélico. Jeremías (31, 31-34) anuncia para el porvenir el establecimiento de una nueva y definitiva. Sus características son: Dios mismo la escribirá en los corazones y la meterá en el pecho del pueblo, y será tan evidente que todos (la pauta de la universalidad de la Pascua y de la salvación) conocerán a Dios. El evangelio de Juan muestra el lado del cumplimiento de lo prometido. Jesús, en su persona, es la nueva y definitiva alianza. Y es verdad que, en él, la nueva ley está escrita en su corazón y en el desarrollo de su existencia gracias al Espíritu que lo unge y conduce. Y a través de Jesús, el Hijo de Dios encarnado, y por el Espíritu, esta nueva alianza nueva preside la vida de la Iglesia, de los discípulos. ¡Dios cumple siempre lo que promete!