Dom
22
Abr
2012

Homilía III Domingo de Pascua

Año litúrgico 2011 - 2012 - (Ciclo B)

Vosotros sois testigos de esto

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

  •  Los relatos de las apariciones.

La experiencia que los primeros discípulos tuvieron de la Resurrección fue una experiencia única, sin precedentes, muy difícil de explicar, por tanto. En el NT encontramos diversas maneras de expresar dicha experiencia: himnos poéticos (como el del capítulo 2 de Filipenses), testimonios concisos (como el de 1 Cor 15, donde no se dan detalles) y relatos de apariciones (como el que nos presenta el Evangelio de hoy). La narración de la aparición de Jesús resucitado que leemos hoy en el evangelio de Lucas es muy semejante a la que escuchamos el domingo pasado, entonces en el evangelio de Juan (Jn 20, 19-31), y juntos constituyen los relatos evangélicos que de este tipo escucharemos los domingos de este tiempo de Pascua.

Los relatos de las apariciones no son relatos mitológicos, como han sostenido aquellos escépticos que pretenden restar credibilidad a la Resurrección. Son relatos acerca de una experiencia religiosa o mística, una experiencia de Dios, que tuvieron unos hombres y unas mujeres concretos. Sitúan, por tanto, dicha experiencia en un espacio y un tiempo determinado. No nos hablan de un tiempo indeterminado u originario, como hacen los mitos, ni cuentan gesta heroica alguna.

Además, encierran una gran riqueza descriptiva. Hay que tener en cuenta que Jesús, una vez que ha resucitado, vive la misma vida de Dios, y por lo tanto su modo de hacerse presente es el modo de hacerse presente Dios. Los relatos de apariciones transmiten de manera excepcional el contenido de una experiencia que está más allá de toda experiencia común, por eso la tradición oral los conservó y fueron recogidos por los evangelistas. No podemos quedarnos en la literalidad de la narración.

  • La Resurrección de Jesús: núcleo de la fe cristiana.

La fe en la Resurrección de Jesús es lo que diferencia a un cristiano de un simple admirador de Jesús. Pocos personajes de la Historia son tan admirados y respetados como lo es Jesús de Nazaret, hombre bueno que quería cambiar el mundo, crítico con los poderosos y defensor de los débiles, que vivió con la única máxima del amor al prójimo y que fue injustamente ejecutado. Este perfil de Jesús es patrimonio de toda la Humanidad. Pero nosotros no somos meros admiradores de Jesús, somos cristianos porque creemos que aquel hombre fue el abrazo pleno y definitivo de Dios a la Humanidad para llevarnos junto a Él para siempre. Vivió como un hombre cualquiera (Flp 2,7) pero entregado como ningún otro a una pasión: el Reino de Dios. Nada le hizo renunciar a su entrega, ni tan siquiera el que pudiera costarle la vida. Se puso en manos de Dios Padre confiado en que Él sabría enderezar lo que parecía completamente perdido, y así fue: “matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos y nosotros somos sus testigos” proclama Pedro en la lectura del libro de los Hechos de hoy.

Por la Resurrección se nos ha dado a conocer esta verdad: la del infinito amor de Dios. Sin ella no podríamos pasar de simples admiradores de Jesús y tendríamos que seguir buscando. La Resurrección es la clave de bóveda de toda nuestra fe.

  • Creer en la Resurrección de Jesús es creer en su palabra.

“Dios cumplió de esta manera lo que había dicho por los profetas” dice Pedro, “todo lo escrito en la ley de Moisés y en los profetas y salmos acerca de mí tenía que cumplirse” explica el propio Jesús al aparecerse a sus discípulos. La Resurrección es el último capítulo de una historia necesario para que todas las piezas encajen. No podemos separar la historia de la salvación, que es la historia del pueblo de Israel, del acontecimiento de la Resurrección. No se puede entender correctamente la una sin la otra. Pero tampoco podemos separar la propia historia de Jesús de su Resurrección: “Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona”.

Si nos quedamos sólo con el Jesús histórico, tendremos un líder espiritual, un hombre admirable, un modelo ético. Si nos quedamos sólo con una proclamación desnuda de que un hombre llamado Jesús ha resucitado, dicho acontecimiento no tendrá relevancia más allá de la que tiene para el propio Jesús.

La cuestión, en cambio, es que el mismo que fue entregado, rechazado y asesinado por predicar lo que predicó y actuar como actuó, ese mismo es a quien Dios ha resucitado. Dios ha sellado con la Resurrección la legitimidad de Jesús y de su mensaje. La Resurrección es a la vez el testimonio definitivo de la verdad de Jesús y lo que da sentido pleno a su vida y su mensaje.

Sabemos que lo conocemos porque “guardamos sus mandamientos”, señala la primera de Juan. Creer en la Resurrección de Jesús no es creer simplemente que un hombre que ha muerto ha resucitado, es creer la verdad que dicho acontecimiento implica: el testimonio de su vida y de su palabra.

La fe en la Resurrección no consiste, por tanto, en creer la literalidad de un relato. No es dejar que nuestro entendimiento ceda ante algo inexplicable para encontrar consuelo. No es la aceptación pasiva de un determinado acontecimiento. La fe en la Resurrección es orientar toda nuestra existencia desde la vida y la palabra de Jesús. Es una creencia que compromete toda nuestra vida haciendo que ya no vuelva a ser la misma. Es compartir la misma pasión que Jesús: el Reino de Dios.

  • La experiencia de la Resurrección.


Así lo expresa con genialidad el relato de Lucas que escuchamos hoy. La Resurrección del Maestro irrumpe inesperadamente en sus vidas y las transforma, aunque no sin ciertas dudas y resistencias. Ante una experiencia de Dios de tal envergadura, los sentimientos que se originan resultan incluso contradictorios: miedo por la sorpresa, alegría desconcertante, asombro, albergan dudas… Además, hay que tener en cuenta que Dios nunca actúa en nuestras vidas por imposición, sino que nos pide siempre nuestra aceptación confiada.

El relato resalta mucho la dificultad que tuvieron los discípulos para comprender lo que estaba sucediendo: ¿será una alucinación producida por sus mentes?, ¿estarán viendo un fantasma?, ¿verdaderamente es Jesús, el Maestro al que siguieron? Pero, con la misma honestidad con la que los discípulos reconocen sus dificultades para comprender, confiesan la convicción definitiva de que es real aquello que experimentan: Jesús tiene las señales de la cruz y come lo mismo que ellos (recordando, también, este gesto las comidas que había compartido con ellos).

La experiencia de la Resurrección, además, les hace sentirse llenos de paz. No se sienten juzgados, sino perdonados. Y en el perdón, que nos hace renacer a la vida nueva, insisten especialmente las lecturas de hoy: Pedro invita al arrepentimiento, la primera de Juan señala el perdón que ha ganado para nosotros Cristo y en el evangelio Jesús resucitado envía a predicar la conversión y el perdón de los pecados.

Por último, señala el relato algo que ya hemos comentado: la Resurrección les hace comprender las Escrituras.

Nuestra fe en la Resurrección es la misma que la de los discípulos directos de Jesús, aunque se apoya en experiencias diferentes. Ellos conocieron a Jesús en persona, creyeron en su palabra y le siguieron, por eso tuvieron una experiencia de la Resurrección que podríamos calificar de directa. Nosotros, en cambio, conocemos a Jesús a través del testimonio de aquellos discípulos directos, por mediación suya podemos llegar a creer en su palabra y a seguirle y a tener experiencia de la Resurrección en nuestras vidas. Y, tanto aquellos discípulos directos, testigos privilegiados de la Resurrección, como nosotros recibimos la fe como un don de Dios. Don, nunca imposición, como ya hemos señalado.

En este sentido, el relato de Lucas señala algo que no debe pasarnos desapercibido: es mientras los discípulos de Emaús están dando testimonio de su encuentro con Jesús resucitado cuando Jesús vuelve a hacerse presente.