Dom
22
Jul
2018

Homilía XVI Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2017 - 2018 - (Ciclo B)

Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

Nuestra vida es testimonio, queramos o no

Cuando las cosas no van como debieran, tendemos a pensar que la responsabilidad es de los demás. Es una tentación en la que caemos con más frecuencia de lo que nos gustaría. Nos cuesta asumir nuestra parte de responsabilidad, y no digamos de culpa (que no son la misma cosa). Es una de las fragilidades fundamentales del ser humano, tal y como nos recuerda el mito de Adán y Eva (Gn 3): Adán le echa la culpa a Eva (que ya no es “carne de mi carne” sino “la mujer que me diste por compañera”) y Eva le echa la culpa a la serpiente (la cual no tiene coartada).

Eludir responsabilidades es una manifestación más propia del egoísmo: “¿acaso soy yo el guardián de mi hermano?”, replicó a Dios Caín cuando le preguntó por Abel (Gn 4, 9b). Preocuparse por uno mismo no debería significar despreocuparse de los demás.

El cuidado que hacemos (o no hacemos) de nuestra propia vida y de aquellos que dependen de nosotros habla de lo que abunda en nuestro corazón.

Responsabilidad y esperanza

El profeta Jeremías lanza, en nombre de Dios, un duro reproche a “los pastores que pastorean mi Pueblo” porque han hecho dejación de sus responsabilidades. Jeremías se dirige a los gobernantes de Israel cuya negligencia supuso el destierro a Babilonia, destierro que Dios permitió (por eso afirma a la vez “las expulsasteis” y “las expulsé”). Pero Dios no se limita a mirar, sino que actúa. El Pueblo le pertenece a él, no a los gobernantes, por eso le rescatará, le dará pastores fieles y enviará un Mesías, “un vástago legítimo” descendiente de David. David, aquel pastor que Dios hizo rey, que gobernó como lo hará su descendiente: "como rey prudente, hará justicia y derecho en la tierra”.

Las palabras de Jeremías son una advertencia y una llamada a la esperanza. Por medio de ellas Dios sigue recordándonos que somos responsables de los demás, no porque sean de nuestra propiedad, sino porque son nuestros hermanos. Una advertencia que debemos tener muy presente cuando tenemos personas a nuestro cargo (fieles, familiares, empleados, alumnos, enfermos, ciudadanos…). Y una llamada a la esperanza realizada ya en Cristo, en quien Dios mismo se ha hecho nuestro pastor. Jesús es el modelo definitivo para asumir responsabilidades hacia los demás: es el buen pastor, siendo suyas las ovejas nunca le guía otro interés que el bien de ellas y siempre respeta su libertad, aunque ello le cueste la vida (Jn 10, 1-18).

La compasión

Jesús cuida de los apóstoles, a quienes les ha encomendado un importante ministerio. Les procura un tiempo y un lugar para el descanso. Hay mucho trabajo por hacer, pero para ello hay que reponer fuerzas. La motivación última es la compasión: Jesús se compadece de los apóstoles, que vuelven cansados de la misión a la que han sido enviados, y también de la multitud “porque andaban como ovejas sin pastor; y se puso a enseñarles con calma”. No le mueve un voluntarista sentido del deber que le permite mantener la calma, sino la infinita misericordia con que Dios ama. Un equilibrio que sólo es posible estando abierto a la gracia de Dios.

San Pablo nos habla en su carta a los Efesios de cómo Jesucristo ha derribado la separación entre dos pueblos: se refiere a la diferencia que los judíos establecían entre ellos y el resto de los pueblos (los gentiles). En este pasaje insiste varias veces en la transformación obrada por Jesucristo: ha sustituido el odio por la paz dando origen a un único rebaño.

La resonancia en el Evangelio de la profecía de Ezequiel es clara: Jesús es el Mesías prometido por Dios que reúne a las ovejas dispersas. Ya no se trata de una dispersión meramente geográfica, sino de la vuelta al Padre, que no quiere que se pierda ni una sola de ellas.