Dom
23
Oct
2016

Homilía XXX Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2015 - 2016 - (Ciclo C)

El que se enaltece será humillado

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

  • El Señor es un Dios justo que no desoye a la viuda cuando repite su queja.

La primera lectura del Evangelio de esta semana enlaza con las lecturas que se proclamaron el domingo anterior. Vuelven a aparecer la figura del juez, dibujado por la exaltación de la virtud de la justicia divina, y de la viuda insistente que es finalmente escuchada. Dios juez y viuda desamparada son dos figuras típicas de la Biblia, quizás porque una encarna uno de los atributos divinos por antonomasia y la otra el nivel más grande de desvalimiento para un israelita. Sin embargo es interesante ver en que ámbito semántico se mueve esta virtud de la justicia en la lectura de hoy. Ser justo en Dios se relaciona con la escucha y la atención. Dios escucha, atiende y hace justicia al pobre. Toda una lección para muchos hombres que no escuchamos, atendemos poco y hacemos parva justicia especialmente con los pobres.

  • "Ahora me aguarda la corona merecida con la que el Señor juez justo me premiará aquel día"

Las palabras de despedida de Pablo a Timoteo son uno de los testimonios de fe más conmovedores de sus epístolas. El apóstol con dos símiles muestra como ha entendido su vida en Cristo: ha combatido el combate y ha corrido hasta la meta. En definitiva ha luchado por lo que creía y ha recorrido un camino de fe duro y lleno de dificultades. Y lo importante es el final de todo ello, el poder recibir la corona del juez justo. En las guerras y competiciones sólo uno recibía la corona pero en la vida en Cristo son todos los que le siguen fielmente los que reciben la corona. Lo importante no es ya quién llega el primero sino saber el por qué de la carrera, el por quién corremos y a quien encontraremos en la meta. La meta no es un final sino un encuentro, una persona y una coronación; sobreabundancia de todas nuestras expectativas. Sólo así podemos entender como el apóstol finaliza su mensaje. Cuando el hombre va a morir por su amor al crucificado no mira su gloria sino la de Cristo. Cuando la gloria del hombre llega a su fin es cuando proclama la eternidad de la gloria de Dios. La gloria del hombre es así la alabanza eterna de Dios.

  • "Porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido"

Jesús utiliza esta parábola para enseñar a todos los que le escuchan cuál es la oración grata a Dios, cuál es la oración que Dios escucha y por ello cuál la que consigue la justificación y la sanación del hombre. Jesús muestra estos dos personajes tan diversos y contrastados para hacer captar al oyente por sí sólo su enseñanza. Puede ser que en nuestra vida no nos encontremos con situaciones tan extremas pero sí que en muchos momentos seamos bastante parecidos al fariseo erguido y en demasiadas pocas ocasiones similares al publicano contrito.

La gran diferencia entre ambos es que uno no necesita más que a sí mismo y el otro sólo busca la misericordia de Dios. El fariseo repasa sus méritos, los describe, los numera y así se contempla a sí mismo intachable ante el creador. Puede hacerlo en el templo o en su casa sólo, el lugar sacro es lo de menos. Al no postrarse físicamente ante Dios deja claro que no necesita de su acción, que no ve su vida como necesitada de su misericordia. El publicano abre su vida a Dios, a su misericordia. No expone sus méritos sino que deja espacio a Dios para que actue. Abre su vida vacía al creador para que se llene de su acción regeneradora. La gloria del fariseo es su vida presente mientras que la gloria del publicano es la futura por la acción de Dios. La acción de gracias del fariseo no deja de ser un ejercicio de autocomplacencia donde Dios no tiene espacio, mientras que la petición de misericordia del publicano es el silencio del hombre ante su creador que implora la eficacia de su perdón. La humillación del publicano deja a Dios ser Dios mientras que la soberbia del fariseo simplemente expresa su no necesidad de misericordia. Por ello la gloria de la justificación de Dios se hace eficaz en quien como la viuda lo pide y no puede hacerse presente en quien como el fariseo la ignora.