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Homilía III Domingo de Cuaresma
Año litúrgico 2013 - 2014 - (Ciclo A)
“ Señor, dame de esa agua; así no tendré más sed ”
Pautas para la homilía de hoy
Reflexión del Evangelio de hoy
Torturados por la sed
Para la mayoría de nosotros, el agua es una realidad cotidiana y abundante. Tanto que hasta llegamos a desperdiciarla. Se abre el grifo y ya está. No tenemos la experiencia verdadera y radical de pasar sed. Pero aún hoy, tantos seres humanos, tantas mujeres también, en muchos lugares y países de la tierra han de recorrer distancias enormes, kilómetros, en busca de agua.
Donde se puede tener la experiencia más radical de lo indispensable que es el agua para la vida es en el desierto. Todos hemos experimentado la sed, pero estar “torturados por la sed”… ¿Cómo será esa experiencia? Es la realidad que vivió Israel y nos cuenta el pasaje del Éxodo de este domingo. Por eso Dios se reveló a sí mismo como el salvador de su pueblo elegido haciendo manar el agua de la roca por mediación de Moisés.
Pero sí hay otras clases de sed que todos experimentamos en la vida, a las que nos remite hoy la Palabra de Dios. El ser humano busca constantemente llenar sus vacíos, colmar sus anhelos infinitos de amar y ser amado, superar sus deficiencias y limitaciones, vivir más y cada vez más plenamente; y este tipo de sed puede, a veces, torturarnos, si no logramos acercarnos a los verdaderos manantiales donde encontrar la alegría, la paz, el amor, la vida auténtica, en definitiva.
Cuando un hombre pasa sed y agua nos da
El recorrido cuaresmal que hacemos cada año es una imagen de nuestro propio éxodo. En el camino de la vida todos experimentamos el cansancio, las dificultades de todo tipo, desorientación, soledad, hambre y sed. Jesús también tuvo estas experiencias, como nosotros. El relato del evangelio de san Juan de este domingo nos presenta a Jesús cansado, “fatigado del camino”. Hace la ruta de Galilea a Jerusalén (Judea), que es dura, cuesta arriba. Y además, en ese recorrido hay que cruzar una tierra pagana, un pueblo impuro: los samaritanos.
Jesús hace un alto en el camino, busca el descanso y tiene sed. Necesita recobrar fuerzas y lo hace junto a un pozo, el manantial de Jacob. El pozo es imagen de manantial, de agua. Pero también un pozo nos remite a la idea de profundidad y hondura. Resulta muy sugerente esta referencia al pozo en nuestra vida: ¿a qué pozos o fuentes acudimos? ¿A quién acudimos cuando estamos cansados, cuando nos puede la sed, cuando no podemos seguir? ¿Dónde buscamos fundamento para nuestro existir, creer, esperar, luchar… vivir, en definitiva?
El texto nos da cuenta de que Jesús no sólo busca un manantial, un pozo. Jesús se dirige a una mujer que se acerca, una mujer samaritana. Rompe esa barrera, ese tabú de que un buen judío debía evitar todo contacto con los samaritanos. Una vez más el actuar de Jesús es una muestra de que ha venido a la tierra enviado por el Padre, para acercarse a todos, hablar y encontrarse con todo ser humano. Nosotros, sin embargo, muchas veces hacemos distinción de personas, ponemos barreras, marginamos, excluimos, despreciamos…
Llama la atención que lo primero que hace Jesús en este diálogo es pedir de beber, mostrarse sediento, necesitado de los demás, como nosotros. La mujer samaritana enseguida va a comprender que aquél que le pide de beber es portador de un agua nueva, diferente, de otra clase. Como en otros pasajes del evangelio, Jesús pide algo antes de devolver con creces. “Señor, dame de esa agua”. Se pasa de un agua que quita la sed a esa otra agua que da la Vida.
Si vienes conmigo de camino, jamás yo tendré sed
Al escuchar las palabras de Jesús, en ese diálogo intenso y profundo, la samaritana reconoce en él al Salvador y comprende que es la fuente de una vida nueva, la vida más hermosa, la que no tiene fin porque viene de Dios. Caminar al descubrimiento de Dios es como ir al pozo a buscar agua: hay que hacer un esfuerzo y tener sed de encontrarlo. ¿Cómo está nuestro deseo y nuestras ganas de seguir buscando y conociendo más a Dios?
Como la samaritana, es preciso que también nosotros nos preguntemos dónde está el Dios verdadero, en qué monte, en qué templo, en qué pozo… La respuesta de Jesús es la clave. Para encontrar a Dios hay que darle culto, adorarle en “Espíritu y Verdad”. Se abre un nuevo horizonte. Esa agua que da la vida nos lleva más allá de los sacrificios, liturgias, normas, cánones… ¿Cómo llegamos a encontrarnos verdaderamente con Dios y a experimentarlo como hijos? Respondiendo a la llamada de su amor incondicional de Padre. Y recibiendo el agua viva del bautismo que representa y contiene el don del Espíritu Santo.
Jesús, el Mesías, aparece como el Moisés de la Nueva Alianza que da agua viva a su pueblo. Un agua profunda es la palabra en el corazón de la persona, un río que brota, una fuente de vida. El agua que nos ofrece Jesús es su Palabra, su enseñanza llena de sabiduría divina. El que guarda esta Palabra no verá la muerte jamás, vivirá para siempre. Esta agua tan especial simboliza y representa el Espíritu. Sólo esta agua que nos da el Hijo sacia y satisface nuestra alma inquieta e insatisfecha, nuestros anhelos, carencias y búsquedas.
La samaritana, apenas salió de su diálogo y encuentro con Jesús, se convirtió en misionera, en testigo, en predicadora; y muchos samaritanos creyeron en Jesús “por la palabra de la mujer”. ¿A qué esperamos nosotros?
Señor Jesús, danos tu Espíritu, para vivir y darte el culto que realmente quieres. El Espíritu, principio del nuevo nacimiento, es también principio del nuevo culto espiritual, culto en “verdad”: la entrega de nuestra vida a diario, a hacer el bien a todos nuestros hermanos; a promover sin cesar la dignidad, la justicia, la fraternidad y el cuidado y respeto a todos y a todo cuanto nos rodea.
“Señor, cuando tenga sed, envíame a alguien que necesite agua”
(Oración M. Teresa de Calcuta)