Dom
23
Abr
2017

Homilía II Domingo de Pascua

Año litúrgico 2016 - 2017 - (Ciclo A)

¡Paz a vosotros!

Introducción

Hay muchas maneras de dar respuesta a la gran pregunta humana de qué será de nosotros después de la muerte, qué nos espera o qué debemos esperar tras ese terrible oscurecimiento de nuestro existencia. Los cristianos creemos que resucitaremos con y como Cristo, que fue el primero en ser llevado a una vida humana en plenitud después de su muerte. Para la fe cristiana, los muertos no existen. Como Cristo, pasaron por la muerte y resucitaron. Nosotros creemos que pasaremos por la muerte y seremos resurrección, vida plena en el ámbito misterioso de la plenitud de Dios”. La diferencia con Cristo no debe ocultar la identidad fundamental, tan acentuada por san Pablo: “si los muertos no resucitan, tampoco Cristo ha resucitado” (1 Cor 15,16).

Que nadie intente buscar pruebas físicas, de un hecho que no es físico. Cristo no volvió a la vida que tenía anteriormente, no es un “revivificado”, sino que ha adquirido una “nueva vida”, y ésta no se puede captar con los sentidos. De ahí que resulte muy normal la postura de duda de Tomás. Todos sentimos lo mismo. Sin embargo no siempre nos comportamos con esa misma lógica, porque tampoco nadie ha palpado con las manos la justicia, la bondad, la verdad, el amor, la autenticidad, etc., y sin embargo son valores tan evidentes para nosotros y tan importantes en nuestra vida, que los humanos no podríamos vivir sin ellos.

Pues bien, en un mundo en el que la estima que cada uno recibe de los demás está en relación directa con los bienes económicos que posee, los cristianos celebramos hoy todo lo contrario: la fiesta de la gratuidad, de la misericordia, del dar sin esperar nada a cambio. Porque eso es la resurrección. Toda ella es un acto de misericordia de Dios, que ha dado gratuitamente lo máximo que se le puede dar a un ser humano: no sólo que supere la muerte, sino también hacerlo llegar a la vida humana plena.

Jesús aparece en medio de sus discípulos y les enseña las manos y los pies. Esto parece una prueba irrefutable. Pero los evangelios no pretenden mostrar palpablemente un cuerpo resucitado, porque esto no es posible. Utilizan todas esas imágenes con otra intención bien diferente: indicar sin ningún género de duda que Jesús es realmente un Viviente, no una fantasía creada por algunas mentes. Además, que este Viviente no ha sufrido una aniquilación de su identidad, sino que por el contrario la identidad gloriosa que ahora disfruta conecta armónicamente con la que tuvo cuando vivió con ellos.