Dom
23
May
2010

Homilía Pentecostés

Año litúrgico 2009 - 2010 - (Ciclo C)

Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.

Comentario bíblico
de Fr. Gerardo Sánchez Mielgo - (1937-2019)



Primera lectura: (Hechos 2,1-11)

Marco: Los Apóstoles presididos por María y acompañados de otras piadosas personas, esperan, en armonía y en oración, la Promesa del Padre. Pentecostés supone la realización plena de la obra salvadora y el comienzo de su actualización hasta que vuelva el Señor.

Reflexiones

1ª) ¡Permanecían unánimes y en oración: la fuerza del Espíritu!

Todos los discípulos estaban juntos el día de Pentecostés... De repente un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Estaban todos los apóstoles juntos, unánimes, en oración con las mujeres, con María la madre Jesús y sus hermanos. Jesús les había mandado que no se alejasen de Jerusalén, que esperasen allí la Promesa del Padre, es decir, al Espíritu Santo, y así lo han cumplido. A Lucas le gusta recordar que la venida del Espíritu Santo acontece cuando están juntos y en oración (Hch 4 y 13). Es el clima apropiado para recibir el Don del Padre. En la oración se recibe al Espíritu y en la oración se renueva constantemente su presencia. Es necesario buscar espacios y tiempos de silencio y escucha para recibir y percibir la presencia del Espíritu. A lo largo del desarrollo del pensamiento sobre el Espíritu en la historia de la salvación se puede verificar que, en los orígenes de esa reflexión, aparece el viento tempestuoso y huracanado como manifestación del poder y de la soberanía de Dios. Es el punto de partida. Más adelante se descubrió en el respirar de los seres vivos como manifestación de la vida. En este momento se recuerdan aquellas primeras manifestaciones para indicar que el acontecimiento entra dentro de los planes de la manifestación del poder soberano de Dios. El Espíritu todo lo penetra y todo lo llena con su presencia. El Espíritu es inasible, desborda todo intento de querer encuadrarlo, poseerlo o dominarlo. Es soberano y dinámico.

2ª) ¡El Espíritu, don escatológico!

Se llenaron todos del Espíritu Santo... Empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería... En el Antiguo Testamento cuando se quiere expresar esta actuación se le contempla en tres líneas fundamentales: en primer lugar, en la línea de actuación de la salvación manifiesta su poder en aquellos que fueron elegidos para llevar adelante la salvación del pueblo de Dios. El Espíritu actúa en ellos, pero no de modo permanente y sólo como representantes del pueblo. En segundo lugar, el Espíritu actúa en los profetas para prepararles a la misión y para que puedan realizarla superando todas las dificultades y contradicciones. En tercer lugar, el Espíritu aparece como la gran promesa escatológica (Isaías, Ezequiel y Joel), es decir, como un don para el final de los tiempos. Esta promesa se realiza en el Mesías, en toda la comunidad y en cada uno de sus miembros. Y en todos ellos estará de manera permanente. Obsérvese que en griego no lleva artículo determinado (Lucas lo utiliza habitualmente). Se trata, por tanto, del Espíritu Creador que realiza la nueva creación y que han de hacer presente en el mundo los Apóstoles. El milagro de las lenguas está más en los oídos de los oyentes que en los labios de los Apóstoles. La finalidad de este fenómeno está en relación con la enumeración de los pueblos que se encuentran representados en Jerusalén. Se trata de una lista que incluye la totalidad de los pueblos entonces conocidos. Pues bien, Lucas quiere hacer notar sutilmente que se restaura la comunión entre Dios y los hombres y de los hombres entre sí, rota en Babel, y que esta comunión entre los pueblos se llevará a cabo por la evangelización impulsada por el Espíritu. Cuando se anuncia el Evangelio en cualquier parte del mundo se está rubricando este don del Espíritu y se ofrece a los hombres la causa que garantiza la verdadera comunión.

Segunda lectura: (1 Corintios 12,3b-7.12-13)

Marco: El contexto es el mal uso de los carismas.

Reflexiones

1ª) ¡El Espíritu al servicio de la fe cristológica!

Nadie puede decir «Jesús es Señor», si no es bajo la acción del Espíritu Santo. El contexto en el que hay que leer estas palabras es el martirial. No se trata de una invocación de Jesús como Señor realizada, por ejemplo, en la oración o en lo íntimo del corazón. Más bien se trata de una situación extrema de persecución: cuando los creyentes se encuentran ante los tribunales y son sometidos a la confesión de fe o amenazados de muerte (Mt 10, 17-20). El Espíritu es el continuador de la obra de Jesús, el que había de facilitar la comprensión de la identidad de Jesús y el sentido de sus palabras. Pues bien, el apóstol Pablo recuerda en este fragmento que la confesión esencial (reconocer a Jesús como Señor) sólo es posible en el Espíritu Santo. Tanto en la confesión como en el testimonio, el mismo Espíritu Santo es quien acompaña a los creyentes a realizar este acto de fe que sólo es posible con y en el Espíritu Santo.

2ª) ¡Diversidad de dones para un mismo bien común!

Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu... En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común... Hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. El Espíritu es soberano para distribuir los carismas y los dones en bien de la Iglesia. Acoger esta diversidad de dones es acoger la acción providente del Espíritu. En la primera Iglesia como en la actual abundan los dones. Todos los carismas, con su distinta función y misión, proceden del mismo Espíritu. Pero Pablo nos advierte, apoyado en la experiencia dolorosa de su querida comunidad de Corinto, que nadie se puede arrogar carismas que no ha recibido, que nadie se vanaglorie de su carisma como si le fuera concedido por méritos propios. Y que nadie los utilice para crear división, porque todo ello estaría fuera del proyecto del Espíritu cuando concede los carismas. Estos carismas manifiestan la diversidad para conseguir la comunión y la unidad. El nuevo título de la pertenencia al pueblo de Dios ya no es el de la herencia de sangre y raza, sino el signo sacramental del bautismo. Este sacramento de regeneración hermana a todos los pueblos que aceptan el mensaje, porque es un nuevo nacimiento en el Espíritu y, por tanto, se establecen nuevas relaciones. Por eso el bautismo en un mismo Espíritu anula y hace desaparecer las diferencias antiguas. Todos formamos un mismo cuerpo. Pentecostés nos invita de diversas maneras a abrir fronteras y ensanchar horizontes.

Evangelio: (Juan 20,19-23)

Marco: Forma parte del conjunto de las apariciones del Resucitado.

 

Reflexiones

1ª) ¡Reconocimiento de Jesús vivo: El Espíritu realiza la nueva creación!

Les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Como el Padre me ha enviado así os envío yo a vosotros... Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos. En la escuela joánica se insiste de modo particular en la misión. El Padre envía al Hijo al mundo para salvarlo y no para condenarlo. El Padre y el Hijo envían al Espíritu, y juntos a los apóstoles. La cadena de la misión se prolonga hasta la vuelta del Señor glorioso al final de los tiempos. Este carácter teológico de la misión se traduce en un sentido misionero que invade el Evangelio. Aliento y viento se expresan en hebreo con el mismo término de Ruaj (que en griego se traduce por Pneûma y en castellano Espíritu). Este doble sentido del término es el que expresa toda la riqueza del Espíritu. Es necesario observar algunos detalles para la comprensión del fragmento. En primer lugar, Jesús es el transmisor del Espíritu. Se ha cumplido la era mesiánica y Jesús, verdadero Mesías, dispone del Espíritu recibido del Padre y lo entrega a sus discípulos. En segundo lugar, el verbo «exhalar» remite a dos momentos importantes en el plan del Dios Creador y Salvador: la creación del hombre (Gn 2,7), en cuyo texto se afirma que Dios sopla en las narices de la imagen elaborada con la arcilla y se convierte en un ser vivo. El hombre es un ser vivo por la acción del Espíritu. En segundo lugar, la visión de los huesos secos que vuelven a la vida (Ez 37). Esta visión se enmarca en el exilio de Babilonia. Los huesos secos representan a la casa de Israel que ha perdido su esperanza y siente el peso del silencio de Dios. De nuevo aparece el Espíritu y de nuevo la misma expresión verbal soplar. Este acontecimiento histórico se convierte en un símbolo de la nueva creación por obra del Espíritu. Estos datos precedentes nos ayudan a valorar las expresiones de Juan cuando nos transmite que Jesús resucitado se hace presente entre sus discípulos, sopla su aliento sobre ellos y les entrega el Espíritu.

2ª) ¡Nueva creación y perdón de los pecados!

Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos. El don del Espíritu Creador se manifiesta en el perdón de pecados. El pecado es el que malogró, en el paraíso, el proyecto de Dios sobre el hombre que lo quiso y lo formó para la vida y felicidad, pero en la obediencia y comunión con su Creador. El hombre desconfía de su propio Creador y comete el pecado de querer ser él mismo al margen de Dios que le creó, rompiendo su dependencia de Él. El Espíritu Santo, llevando adelante su actividad de perdonar los pecados a través de los Apóstoles y de la Iglesia, hará presente en el mundo la nueva creación; manifestará en el mundo el verdadero proyecto de Dios. El pecado no está en la textura original del hombre. Por eso podemos afirmar que el pecado no es humano, es decir, no entra en el proyecto original que Dios tiene para el hombre. Y por eso se puede decir que Jesús no lo pudo tener como hombre (porque como Persona divina repugnaba frontalmente), aun cuando se afirme que fue igual a nosotros en todo. Con la reconciliación universal, obra de la muerte-resurrección de Jesús actualizada siempre por el Espíritu Santo, aparece de nuevo cuál fue el proyecto original de Dios.

Fr. Gerardo Sánchez Mielgo

Fr. Gerardo Sánchez Mielgo
(1937-2019)