Ago
Homilía Vigésimo primer Domingo del Tiempo Ordinario
Año litúrgico 2008 - 2009 - (Ciclo B)
“ ¿También vosotros queréis marcharos? ”
Comentario bíblico
de Fray Miguel de Burgos Núñez - (1944-2019)
La Eucaristía, Pacto de Vida
Iª Lectura: Josué (24,1-18): Israel en las manos de Dios
I.1. La primera lectura nos habla del famoso pacto de Siquén en el que el sucesor de Moisés al frente del pueblo liberado de la esclavitud de Egipto, y ya introducido y poseedor de la tierra prometida, convoca a todas las tribus para hacer un pacto, una alianza con Yahvé. ¿Por qué? Cuando los israelitas llegaron a Canaá se encuentran con que sus habitantes tienen sus dioses, sus santuarios, lo cual ha de influir bastante en los advenedizos; no se cambia de la noche a la mañana una cultura religiosa acendrada en la situación social y antropológica de ese pequeño territorio. Este pacto, desde luego, es presentado en la Biblia como el prototipo de la unidad de tribus, cada una de las cuales tenía sus intereses sociales y políticos; e incluso, lo más probable, es que no todas las tribus hubieran tenido la experiencia de la esclavitud de Egipto y del paso por el desierto.
I.2. Habría que considerar en el marco de la lectura de este texto de Josué una serie de propuestas sobre el origen de “Israel” en la tierra prometida, que hoy se proponen desde la arqueología y desde un planteamiento de sociología religiosa. Se ha llegado a hablar que el origen de Israel en Palestina es el fruto de una “revuelta campesina” (cito los autores más famosos: G. Mendenhall y N. K. Gottwald) que se ha trasmitido a la posteridad bajo un pacto religioso de las tribus para dar coherencia y unidad. No quiere decir que las tesis tradicionales de la Biblia: un grupo de esclavos que sale de Egipto bajo el liderazgo de Moisés se deba descartar. Pero la forma en que la Biblia narra las cosas no han de ser aceptadas sin tener en cuenta los datos de la arqueología, la antropología y la sociología religiosa. La Biblia ha escrito su “historia” desde arriba, desde el proyecto de Dios, eso es lo importante. Pero eso no significa que “Israel” sea un puro proyecto divino en sus pormenores.
I.3. El autor de este relato quiere decir que la unidad de las tribus había que conseguirla con un pacto religioso con el que se comprometían en servir a Yahvé y abandonar a los dioses cananeos. Es lo que algunos han llamado la “anfictionía” a imagen de lo que se conoce de Grecia e Italia, en torno a un santuario común. No está claro este asunto y hoy es históricamente menos interesante. Lo que importa para el autor deuteronomista, es el reto constante de la religión de Israel, nunca conseguido, como combaten frecuentemente los profetas y los encargados de la ortodoxia religiosa de Israel y Judá. El texto de hoy es propio de una escuela teológico-catequética, llamada deuteronomista (porque se inspira en el libro de Deuteronomio), idealizando los orígenes y las fidelidades del pueblo a su Dios. Es una propuesta, además, de futuro: sólo Dios puede salvar a su pueblo en todas las situaciones. ¿Es eso así? Para un pueblo que ha construido su vida en torno a Yahvé como identidad no es y no debe ser nada extraño. Desde el punto de vista teológico y espiritual tener confianza (emunah) en Dios es decisivo.
IIª Lectura: Efesios (5,21-32): La familia cristiana vive en el amor de entrega
II.1. La segunda lectura es uno de los textos más expresivos y polémicos del NT, ya que el simbolismo de la cabeza y el cuerpo (Cristo y la Iglesia), aplicado a las relaciones hombre y mujer en el matrimonio, ha dado mucho que hablar en estos tiempos de reivindicaciones de los derechos de la mujer. Pero este texto no está escrito en esos términos polémico-reivindicativos. Se trata de hacer una lectura de la familia (técnicamente se le conoce como «código familiar») aplicando los principios de la eclesiología: la Iglesia no es nada sin su Señor, que ha dado su vida por ella. Eso no es lo mismo en el matrimonio, donde hombre y mujer están en el mismo plano de igualdad, pero donde cada uno desempeña su papel y su misión. La sumisión es de uno a otro si se entiende positivamente, ya que en el matrimonio no hay sumisión, sino entrega mutua.
II.2. Pues a pesar de todo, como el prototipo de esta forma de hablar es el romance de Cristo con su Iglesia, el matrimonio debe entenderse así en su realidad radical; es un romance de amor, de entrega, de generosidad, de dar la vida el uno por el otro, como Cristo y la Iglesia. Este romance de amor tiene todo su sentido si el amor de los esposos toma como prototipo el de Cristo a su Iglesia. Quiere eso decir que el amor del que aquí se habla no es el erótico, ni el de pura amistad, ni siquiera el amor “familiar” que es un amor específico. Los cristianos viven, pueden vivir todos esos amores, sin duda, y los necesitan. Pero el que da sentido al matrimonio “cristiano” es el amor de entrega absoluta a ejemplo de cómo Cristo se ha entregado por la Iglesia.
Evangelio: Juan (6,60-69): Eucaristía y vida
III.1. El evangelio del día es la última parte del capítulo sobre el pan de vida y la eucaristía. Como momento culminante, y ante las afirmaciones tan rotundas de la teología joánica sobre Jesús y la eucaristía, la polémica está servida ante los oyentes que no aceptan que Jesús pueda dar la vida eterna. Se habla, incluso, de discípulos que, escandalizados, abandonan a Jesús. Deberíamos entender, a su vez, que abandonan la comunidad que defendía esa forma de comunicación tan íntima de la vida del Señor resucitado. Pero la eucaristía es solamente un anticipo, no es toda la realidad de lo que nos espera en la comunión con la vida de Cristo. Por ello se recurre al símil del Hijo del hombre que ha de ser glorificado, como nosotros hemos de ser resucitados.
III.2. Ahora, el autor o los autores, se permite una contradicción con las afirmaciones anteriores de la “carne”: “el Espíritu es el que da vida, la carne no sirve para nada”. Nunca se han podido explicar bien estas palabras en todo el contexto del discurso de pan de vida, donde la identidad “carne” es el equivalente a la vida concreta que vivimos en este mundo. Es la historia del Hijo del hombre, de Jesús, en este mundo. ¿Por qué ahora se descarta en el texto? Porque en este final del discurso se carga el horizonte de acentos escatológicos, de aquello que apunta a la vida después de la muerte, a la resurrección y la vida eterna. Y la vida eterna, la de la resurrección, no es como vivir en este mundo y en esta historia. Tiene que ser algo nuevo y “recreado”. Es una afirmación muy en la línea de 1Cor 15,50: “la carne y la sangre no pueden heredar el Reino de los cielos”.
III.3. Este es uno de los grandes valores de la eucaristía cristiana y en este caso de la teología joánica. La Eucaristía no se celebra desde la memoria del pasado solamente: la muerte de Jesús en la cruz. Es también un sacramento escatológico que adelanta la vida que no espera tras la muerte. Esto es lo admirable de la eucaristía. Jesús, pues, les pide a sus discípulos, a los que le quedan, si están dispuestos a llegar hasta el final, a estar con El siempre, más allá de esta vida. E incluso les da la oportunidad de poderse marchar libremente. Las palabras de Pedro, que son una confesión de fe en toda regla, descubren la verdadera respuesta cristiana: ¿A dónde iremos? ¡Tú tienes palabras de vida eterna! Todo esto acontece en la eucaristía cuando se celebra como mímesis real y verdadera de lo que Jesús quiere entregar a los suyos, por ello es un pacto de vida eterna.