Ago
Homilía Vigésimo primer Domingo del Tiempo Ordinario
Año litúrgico 2008 - 2009 - (Ciclo B)
“ ¿También vosotros queréis marcharos? ”
Pautas para la homilía de hoy
Reflexión del Evangelio de hoy
Tomar una decisión ante Dios o ante Jesús
El tema común de las tres lecturas de este domingo es «la decisión». Eso es lo que Josué, una vez conquistada la Tierra Prometida, pide a los israelitas. Les pone ante la alternativa de servir a Dios o de servir a los dioses de las religiones de los otros pueblos, ante los que se sentían fascinados. Josué y los suyos eligieron sin vacilar servir al Dios que les había sacado de la esclavitud de Egipto. Josué es el único superviviente que salió de Egipto y entró en la Tierra Prometida, todos los demás murieron por el camino por no permanecer fieles al Dios de la Alianza.
Josué es, además, figura de Jesús, poseen el mismo nombre, sino también porque Jesús es el que introduce a la humanidad en la verdadera tierra prometida.
El pueblo de Israel, como Josué y sus familiares, optó igualmente por servir a Dios, aunque con frecuencia se echó atrás.
De otra manera la segunda lectura nos habla también de una decisión: la que toman mutuamente un hombre y una mujer cuando se casan. San Pablo dice en esta lectura que esa decisión radical que toman el uno por el otro es un símbolo de la elección que Cristo hizo por su Iglesia. La relación ideal entre los esposos debe caracterizarse por amor mutuo, como la de Cristo con su Iglesia.
El evangelio de hoy nos habla de la decisión que tomó un grupo numerosos de discípulos de abandonar a Jesús, porque habían quedado escandalizados por su palabras cuando les declaró que él es el pan vivo bajado del cielo. Ante la desbandada de sus discípulos, Jesús preguntó a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?» Pedro, hablando en nombre del grupo de los Doce, ratifica su apuesta por Jesús con esas emotivas palabras: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo consagrado por Dios».
En el corazón del verano también a nosotros se nos invita a tomar una decisión o, mejor a renovar nuestra opción de seguir a Jesús. Es una opción vital en la que nos jugamos la vida.
Mantenerse fieles
Pero lo más difícil no es tomar una buena decisión, sino permanecer fieles a ella a lo largo de los años y hasta el final de nuestra vida. Cuando nos decidimos por el Dios de Jesús renunciamos a los otros dioses, en particular a los dioses que más seducen el corazón humano, como el tener, el poder y el gozar. Cuando un hombre apuesta por una mujer para compartir su vida y una mujer apuesta por un hombre para formar con él un hogar, tienen que renunciar a otras apuestas posibles y a todos los amantes que puedan encontrarse más tarde en la vida. Cuando elegimos a Jesús, como hicieron los Doce, tenemos que renunciar a otros presuntos salvadores y a sus promesas maravillosas que pretenden seducirnos.
En todas las cosas la elección no es lo más importante, sino la fidelidad de todos los días. Por eso todos los días Jesús nos pregunta: «¿también vosotros queréis marcharos?» Esta pregunta nos obliga a renovar nuestra decisión y a profundizar sus motivaciones para mantenernos firmes en ella. Pues cuando todo va bien, cuando la vida se desarrolla sin grandes problemas, es fácil mantener la fidelidad. Pero cuando llega el tiempo de la prueba, la fidelidad se hace más difícil.
El tiempo de la prueba llegó para los discípulos de los que nos habla hoy el Evangelio cuando Jesús comenzó a hablar sobre la Eucaristía. Pero también los discípulos más fieles tuvieron que enfrentarse con otras pruebas. Recordemos el caso de Pedro. Es indiscutible su amistad y su amor a Jesús. En Cesarea de Filipos él confesó en nombre de los demás discípulos que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios vivo. En Cafarnaún reconoció con firmeza que Jesús tiene palabras de vida eterna y que es el santo de Dios. En la última cena declaró que nunca le negaría y que estaba dispuesto a dar su vida por él. Y sin embargo, en el momento de la prueba, delante de la criada del Sumo Sacerdote negó tener algo que ver con Jesús.
La fidelidad es tan importante en la vida cristiana que no sólo se le llama a Jesús «el testigo fiel», sino que esta palabra «fiel» pronto pasó a denominar a los cristianos.
Jesús y la Iglesia
En el pasaje de la carta a los Efesios que hemos leído en la primera lectura, san Pablo habla de la relación tan estrecha que existe en Jesús y la Iglesia. La Iglesia es el Cuerpo de Cristo. Es una metáfora, pero expresa muy bien parte del misterio de la Iglesia y parte de la relación que existe entre ella y Cristo. Jesús es la cabeza de este Cuerpo, y el salvador de todo el cuerpo. Cristo ama a la Iglesia hasta el extremo de entregarse a sí mismo por ella, para consagrarla, purificándola con el baño del agua y de la palabra, y para colocarla ante sí gloriosa, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada. Cristo, además, da a la Iglesia alimento y calor.
Por esta estrecha relación que existe entre Jesús y la Iglesia, ésta puede lanzarnos la pregunta de Jesús: «¿También vosotros queréis marcharos?» A muchas personas la fe y la misma Iglesia se les ha hecho extraña. Algunos no soportan ya sus enseñanzas, porque les resultan retrógradas, hostiles al mundo y a la vida. Otros, en cambio, mirando el presente desde un pasado esplendoroso –quizás un tanto idealizado–, manifiestan su desencanto, añoran la belleza de su liturgia, su independencia respecto de modas pasajeras, y piensan que la Iglesia está a punto de traicionar su identidad, de dejarse arrastrar por las modas. Muchos sólo ven en ella su eficacia.
Los motivos para permanecer en la Iglesia a veces son contradictorios. Pero debemos reconocer que no podemos estar cerca de Jesús si no permanecemos en su Iglesia.
Cuando, antes de ser papa, le preguntaron Benedicto XVI, ¿por qué permanecía en la Iglesia?, respondió diciendo: «Estoy en la Iglesia porque a pesar de todo creo que no es en el fondo nuestra Iglesia, sino “suya”». Cristo sigue siendo el verdadero Señor de la Iglesia. Por medio de ella Jesús permanece vivo en nuestro mundo y nos habla como maestro y como hermano que nos reúne en fraternidad.
El rol del Padre en el Jesús
En esta disputa con sus discípulos incrédulos, Jesús afirma que nadie puede ir a él si el Padre no se lo concede. Con estas palabras Jesús nos está diciendo que para creer él se necesita en primer lugar esa concesión, ese don, esa gracia. Nadie ha sido privado de ella, pero la gracia no suplanta la libertad humana, necesita ser acogida libremente.