Oct
Homilía XXX Domingo del Tiempo Ordinario
Año litúrgico 2009 - 2010 - (Ciclo C)
“ El que se enaltece será humillado. ”
Pautas para la homilía de hoy
Reflexión del Evangelio de hoy
El texto tomado del evangelista Lucas que hoy nos propone la liturgia viene como anillo al dedo para la celebración en que nos encontramos. Vayamos desgranando la fruta de la Buena Nueva para descubrir el mensaje y comprender la necesidad de la labor humanitaria de la Iglesia hecha realidad en tantos misioneros y misioneras esparcidos por el mundo.
La primera lectura tomada del libro del Eclesiástico nos presenta la imagen de un Dios de justicia que – y aunque esto parezca una contradicción- no es para nada imparcial. El Dios de Jesucristo que ya aparece prefigurado en el Antiguo Testamento es un Dios a quien no le da igual la situación del ser humano. Es decir, es un Dios movido a compasión por su obra creada. Frente al dios impasible, frente al motor inmóvil de algunos filósofos, el Dios de la Biblia es un Dios viviente: un Dios que como existente y sostén de la existencia mantiene una relación cordial con lo creado y con las criaturas. Relación cordial que en su propia acepción etimológica deviene vinculación entre corazón y voluntad. Aquellas realidades de la existencia son subjetivadas en el corazón y mueven a la voluntad para una acción determinada. Algo así es lo que sucede con Dios según el Eclesiástico: Dios escucha las suplicas, no desoye los gritos del huérfano o de la viuda y al final hace justicia a quien le clama desde el dolor de la existencia.
El salmo responsorial acentuará más aún la creencia en este modo de Dios: “Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha”.
Esta lectura de la realidad de Dios encierra una de las proposiciones vitales más complejas y difíciles para el ser humano: la escucha por parte de Dios del sufrimiento del hombre y su compasión no se ven siempre correspondidas con la solución de la existencia del ser humano en su anhelo. Y de esto, seguro que tenemos, cada uno de los creyentes, experiencias concretas. ¿Cuál es, entonces, el error? ¿Cuál entonces el desajuste? ¿Será cierto que es un Dios impasible en tanto que no siempre actúa ante el sufrimiento del justo?
La respuesta está ubicada en la misma concepción que de la creación podamos tener. Al afirmar que somos criaturas de Dios, creados por él, corremos el riesgo de identificarle como un creador al modo humano que siempre esta encima de su criatura y puede solventarle cualquier problema. Pero no. El Dios bíblico es un Dios que en el mismo acto de crear genera la independencia de lo creado respecto de su creador: genera dicho de manera comprensible la responsabilidad de la libertad humana. Así pues la comprensión de los desajustes dramáticos de la existencia hemos de analizarlos, en primer lugar, como respuesta de una desatención de la responsabilidad que tenemos los hombres respecto a nuestros hermanos; hemos de analizarlos desde las estructuras propias creadas por el hombre y que no respetan la igualdad del otro en oportunidades y posibilidades (podemos preguntarnos en qué medida es el otro para mi una imagen de Dios lo mismo que lo soy yo).
Dando un paso más veamos como se refleja esto en la enseñanza del propio Jesús que nos trasmite el evangelista Lucas.
Un primer dato nos sitúa ante la parábola en su propio contexto: la parábola va dirigida a quienes se sienten seguros de sí mismos y desprecian a los demás. Ya tenemos aquí una constatación más de la responsabilidad que tenemos, desde nuestra propia condición de sujetos creados, de la propia marcha de la creación y de la situación del otro que peregrina junto a mí en la existencia.
Tradicionalmente se ha llamado a la oración “la hora de la verdad”. Pero una hora de la verdad en que todas las premisas han de responder a esa verdad y no solo las que le interesen al sujeto orante. Verán, en la parábola del fariseo y el publicano sin duda el fariseo estaba diciendo la verdad. Vivía una vida recta, estaba haciendo todo lo que se exige hacer, pero no estaba orando. Estaba dando a Dios un inventario de sus buenas obras. "Ayuno, doy el 10% de mis ingresos...." Hasta aquí, todo parece ir bien, lo realizado por el fariseo es en sí mismo una cosa buena.
Pero el problema reside en el “prólogo” de la misma oración a Dios. En él, el fariseo cumple perfectamente, pero… desde el desprecio del prójimo; olvidándose así de la responsabilidad que como criatura tiene de las otras criaturas. Así empieza diciendo: "Dios, te doy gracias porque no soy como los demás: ladrones, injustos, adúlteros...." Su elevada opinión de sí dependía de su baja opinión de los demás y refleja su falta de compasión y misericordia para con el pecado de los hermanos.
Uno no es mejor ante los ojos de Dios por comparación sino por acción. Lo que quiero decir es que cada uno de nosotros no somos mejores en tanto que otros hay que son peores, sino que, somos mejores a los ojos de Dios, en tanto que nuestra existencia, presentada ante Dios en la oración, es “inventario” de nuestra verdad vital y de nuestro compromiso de compasión y responsabilidad para con los hermanos. No vendría mal traer a colación en este mismo díptico el texto del óbolo de la viuda (Lc 21, 1-4).
En definitiva nos queda la pregunta, como casi siempre, ante las palabras de Jesús: y yo ¿qué estoy haciendo?
Celebrar el día del DOMUND, no es simplemente recoger dinero del que nos sobra para que otros hagan lo que yo no pienso hacer. Celebrar y acordarnos de la labor humanitaria de la Iglesia en las diferentes misiones que desarrolla, significa también optar por un compromiso en mi vida cotidiana para ser misionero: es decir un compromiso personal de vivir desde la preocupación por el otro y un poquito menos desde el “engolfamiento” de mí mismo, que decía Sta. Teresa de Jesús.