Lun
24
Dic
2012

Homilía Natividad del Señor

Os traigo la buena noticia, la gran alegría

Comentario bíblico
de Fray Miguel de Burgos Núñez - (1944-2019)



Iª Lectura: Isaías (9,1-3.5-6): Siempre brillará una gran luz

I.1. El poema de Isaías sobrecoge por su hermosura, por su descaro para proponer lo que no se toca con las manos, pero que siempre se sueña. Lo profetas siempre son utópicos, pero realistas cuando es necesario. Como canto de esperanza y de gozo, es una exhortación a la alegría. Atrás quedan muchas cosas de la historia de un pueblo: guerras y opresiones, deslealtad y búsqueda de “dioses” que no tienen ojos, ni corazón. Hay, pues, un horizonte de luz para el pueblo. La luz, por tanto, se convierte en el signo de este poema. La luz trae la vida, la salvación, y por eso, hasta la noche es hermosa, cuando en ella “hay luz”.

I.2. La luz es, por otra parte, el signo de la gran liberación que el profeta propone al pueblo en nombre de Dios. Liberación que habla de la utopía de la justicia; y con la justicia la paz, shalom, esa palabra clave de la Biblia y de todo corazón humano. La paz nunca se puede dar sin justicia. Bien es verdad que es algo más que el “orden”: es un bien “mesiánico” con todas las de la ley. La tiranía del opresor, su vara, las botas del soldado y el manto manchado de sangre han sido destruidos. La luz siempre evoca la acción creadora y salvadora de Dios. No olvidemos que a muchos esclavos del pueblo les habían sacados los ojos… para no ver; así habían caminado a un destierro.

I.3. ¿Quién trae todo esto? “un niño”. El profeta, desde luego, no piensa en el niño de Belén. Nosotros, sin embargo, solamente podemos leer este poema desde Belén. Es uno de los privilegios de la hermenéutica cristiana. Tenemos todo el derecho a ello, porque podemos ir más allá del poema y de las circunstancias históricas (probablemente se refería al niño que sería después el rey Ezequías). La utopía se realiza en la historia concreta, humana, entrañable: un niño, un hijo, uno de nosotros es quien puede traer todo esto. Probablemente se ha podido inspirar el profeta en poemas de “entronización”... pero es un canto a la justicia y a la paz. Y esto en la tierra no se hace presente si Dios no interviene y nosotros le dejamos intervenir: eso es Navidad.

IIª Lectura: Tito (2,11-14): Se ha hecho presente la gracia de Dios

II.1. En la noche de Navidad, esta especie de confesión de fe primitiva, recogida en el texto de la carta a Tito, evoca la grandeza del misterio de esta noche santa. El texto, que viene después de una exhortación a los esclavos, habla de una epifanía (epiphanía), así comienza; y a continuación se desgranan una serie de expresiones llenas de sentido: la gracia (charis) de la salvación (sôtería) de Dios “para todos” (pasin) los hombres. El pensar que la salvación de Dios es para todos los hombres, para la humanidad, es muy importante. Porque Dios se ha hecho hombre por todos. Esto conviene resaltarlo a todos los efectos, porque en el corazón humano es donde debe reinar esa gracia de la salvación de Dios. Por tanto, todos los hombres, esclavos o libres, estamos llamados a ser nosotros mismos en Cristo nuestro salvador.

II.2. Todo esto recuerda el hecho de una liberación que el pueblo de Israel ha sentido en sus carnes (cf Dt 14,2). Ahora acontece algo semejante, o mejor, mucho más grandioso: ¿por nada? (Desde luego que no!, Nadie puede ver a Dios, ni a su salvador Jesucristo, viviendo en la impiedad y en la injusticia (asebeia - adikía). No es es simplemente por el pago de una vida ética y moral, como en cierta forma se puede leer el texto. Es algo que va mucho más allá de la vida del mundo, de los criterios del mundo y de la impiedad del mundo. Se trata de tener una experiencia nueva del Dios que tiene un proyecto absoluto: la salvación de todos los hombres. Y esto comenzó a ser realidad en la “encarnación”. Todo esto se escribe con la mano de Dios. Y la historia “nueva” de la humanidad no puede escribirse sin el Dios salvador.

Evangelio: Lucas (2,1-14): Cur Deus homo? ¿Por qué Dios está entre nosotros?

III.1. Henos aquí ante el gran texto de la noche de Navidad. La Navidad de Occidente se ha expresado siempre en la “noche” por este relato primoroso; hemos de reconocerlo. El mundo no celebraría la Navidad sin esta narración, aunque sea en esa noche que antes del cristianismo era divino-pagana (era la celebración del solsticio de invierno y la fiesta del “sol invicto”) y ahora es divino-humana. Lucas, su creador, se ha cubierto de gloria como escritor y como teólogo, quizá no tanto como historiador. Hay muchas maneras de leer e interpretar el conjunto, que en realidad debería contemplar los vv. 1-21, pero la última parte se reserva para otro día del tiempo de Navidad, o para la misa de la aurora, donde se celebre. El conjunto narra e “interpreta” lo que significa el nacimiento de Jesús, el Salvador, el Mesías y el Señor en la “ciudad de David”. Los tres títulos que llenan de contenido el anuncio del cielo. Habría que decir muchas cosas desde el punto de vista exégetico y narrativo. Pero nos vamos a reducir a lo más esencial.

III.2. El evangelio de esta noche está planteado en dos momentos. En el primero (vv.1-5) se muestra la autoridad del “César”, dueño del imperio, del mundo de entonces. Un “dogma”, un decreto suyo, moviliza a los oprimidos y esclavos de su autoridad y de su poder. Si analizamos lo que de histórico hay en todo esto, quizás no podamos aceptar cada uno de los pormenores de este relato. Pero entre esos “sometidos” estaban los padres de Jesús que tienen que “ponerse en camino”, que es una constante del evangelio de Lucas. Jesús antes de nacer ya está caminando, como cuando su madre va a visitar a Isabel. La elección de todo esto por parte de Lucas puede responder a la historia, pero sería lo menos importante el probarlo. Lo que verdaderamente nos debe llamar la atención es cómo el “dios” del mundo (Augusto era considerado divino, un dios) quiere “censar”, controlar, someter, hacer pagar tributo a todos los habitantes del mundo (oikumene). Y es eso lo que pretende Lucas que se considere como causa de un acontecimiento de gracia y salvación: la visita de Dios a los que no tienen derecho y libertad y, por lo mismo, al mundo entero, en contrarréplica al decreto y a la autoridad del “dios” de Roma (Augusto) que ha construido un imperio sobre la esclavitud y la injusticia.

III.3. El segundo momento (vv. 6-14) quiere presentarnos al Dios de verdad, según Lucas. Las cosas van a ser bien distintas a todos los efectos: un grupo de pastores se van a convertir en “los emisarios” de la voz y el proyecto de Dios, lo que es verdaderamente extraño. Estos no tienen la autoridad de Quirino para llevar a cabo su cometido. Tampoco hay un “decreto”, un “dogma”, como en la primera parte, sino una “voz” celeste, la del ángel del Señor y la gloria (kabod) que los envuelve. Todo es demasiado irreal por el contraste que se representa. Se podía haber elegido unos emisarios más dignos del testimonio que habían de dar. La intencionalidad, pues, es kerygmática, se dice; proclama que Dios, cuando parece que todo está perdido para los sin ley, sin derecho y sin nombre, tiene una palabra que decir y visita a los suyos. Cuando María no encuentra “acogida” para dar a luz, el cielo muestra que nada hay imposible para Dios. El Salvador, el Mesías y el Señor ni siquiera tiene sitio en la “ciudad de David”. Cualquier letrado hubiera interpretado que la ciudad de David era Jerusalén, pero los ignorantes pastores aciertan con la otra ciudad de David, la verdadera, la primitiva, la que había perdido su rango y su historia. En el caso de la tradición primitiva recogida por Lucas es Belén, pero nosotros tenemos derecho a interpretar que Belén es más una ciudad teológica que histórica.

III.4. Desde el cielo se les da un “signo” (sêmeion): “un niño envuelto en pañales y acunado en un pesebre (phatnê)” ¡Vaya signo! ¿Existe relación entre los títulos de quien ha nacido: Salvador (sôter), Mesías (christos) y Señor (kyrios) con este signo? ¡Desde luego que sí! Pero solo para quien tiene el alma y la conciencia de los pastores y los marginados, de los “sin poder”. Pues he aquí lo extraordinario y la grandeza de la noche de Navidad: se trata de signos muy humanos que hacen posible hablar de una noche divino-humana, como ya hemos apuntado. Nadie reconocería a un personaje de tales títulos en un niño empañado, que es lo primero que hace una madre cuando da a luz a su hijo. Para unos ignorantes y pendencieros pastores era muy poco para reconocer al Salvador y Señor. Y sin embargo no se equivocaron; lo humano es verdaderamente reconocible. La historia que comenzó desde la tiranía de un decreto, la convierte Dios, por obra y gracia de su decisión salvífica, en una historia de liberación y de amor. Dios, pues, está entre nosotros porque quiere divinizarnos a todos, humanizándonos. ¿Cómo? El himno de los ángeles, como colofón, lo deja claro: con el don de la paz que Dios entrega a los que ama; los que son objeto de su benevolencia. Efectivamente, navidad se escribe con la mano del Dios vivo y verdadero que sale a nuestro encuentro.

Fray Miguel de Burgos Núñez

Fray Miguel de Burgos Núñez
(1944-2019)