Mar
24
Dic
2024

Homilía Natividad del Señor

Gloria a Dios en el cielo

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

La desproporción entre la pregunta del ser humano y la respuesta de Dios

La Navidad, lo mismo que todo el mensaje cristiano, y especialmente la cruz y la resurrección, nos da muchas veces la impresión, clara u obscuramente , que el diálogo entre Dios y el ser humano, es un diálogo de sordos.

Las personas, las sociedades, nuestro mundo sentimos la necesidad de felicidad, de seguridad, de satisfacción de necesidades, sueños y deseos, de relaciones afectivas profundas e incondicionales pero fáciles y sin pesados compromisos. El “bien ser”, se convierte en el “bienestar” que te hace “sentir bien”.

Por eso, consciente, inconsciente y comercialmente, la fiesta de Navidad se ha convertido en fiesta de evasión de los problemas cotidianos (al menos una vez al año), de deseos (pero sin compromiso), de un “año nuevo, vida nueva”, y de ritos semimágicos (uvas, prendas rojas, etc.) de suerte en los que nadie cree realmente, pero “por si acaso…”

Frente a ello, en un aparente “diálogo de sordos”, Dios nos ofrece a un niño, y además pobre. Se ofrece a sí mismo como respuesta y solución, pero ¡como niño y encima pobre! Hay, pues, una desproporción entre la pregunta del ser humano y la respuesta de Dios.

O quizás no. Si lo pensamos, es una buena, acertada y práctica respuesta, pues nos lleva a hacernos conscientes y nos invita a ser prácticamente coherentes con algunas realidades fundamentales:

La primera: Dios se toma en serio al ser humano, a cada hombre y mujer, en cualquier circunstancia y momento de su vida. No espera para amarlo al tiempo de los servicios, las cualidades personales o los méritos. Todos y todas son únicos y únicas. Todos son la comunidad de los “cada uno”. Soy importante, querido, guiado por mí mismo. He de reconocerlo en mí y en los demás, sentirlo y vivir y relacionarme desde ahí. Soy “niño valioso” siempre y en cualquier circunstancia como Jesús en Belén.

La segunda: al hacerse vulnerable, Dios nos “permite” ser y vernos como vulnerables: necesitado del cuidado de los demás y responsable de cuidarlos. En una sociedad de vulnerables, vulnerados y vulneradores, necesitamos desarrollar una “cultura del cuidado”. Y esto es, también, es Evangelio.

Según el relato de la Navidad de Lucas (Lc 2, 14), los ángeles definieron el sentido profundo del nacimiento de Jesús en un pesebre de Belén: “¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres que gozan de su amor!”. No son dos cosas distintas en dos pisos separados (la gloria de Dios) y el amor al hombre, sino una causa y una consecuencia: Dios actúa y se manifiesta (eso es la “gloria”) en este Niño, precisamente porque ama a los hombres y, gracias a Jesús, quiere ser la respuesta radical y total a sus preguntas y necesidades.