May
Homilía Séptimo Domingo de Pascua
Año litúrgico 2008 - 2009 - (Ciclo B)
“ Id al mundo entero y proclamad el Evangelio ”
Pautas para la homilía de hoy
Reflexión del Evangelio de hoy
Cristo se va y sigue presente
Cristo realizó su misión como ser mortal en esta tierra. Con la resurrección ha adquirido la plenitud de gloria, de felicidad, de ser, su inmortalidad. No nos abandona, sigue haciéndose presente en nuestra historia: en los seres humanos, especialmente en los más postergados, sufrientes, pobres; sigue presente en su Iglesia, y se hace presente en la eucaristía. Nuestra fe es fe en la presencia de Cristo entre nosotros. El mismo Cristo histórico. Esa presencia es la que garantiza la vigencia permanente de su Evangelio. No fue algo predicado para un momento, por alguien “que pasó a la historia. Es la propuesta para siempre de lo que Dios espera de nosotros como seres humanos: individual y colectivamente. Porque Cristo lo es para siempre.
Cristo pasa el relevo a los discípulos…, sin irse
Cristo asciende al cielo y, por decirlo de alguna manera, pasa el relevo de la predicación del evangelio a los discípulos: “Id al mundo entero y proclamad el evangelio”. Son las últimas palabras de Jesús sobre la tierra, según san Marcos. Lucas en el relato de la ascensión que encontramos en la primera lectura, pone como últimas palabras de Jesús la promesa a los apóstoles del Espíritu Santo para que sean sus testigos “hasta los confines del mundo”, tras empezar por los lugares más cercanos, Judea, Samaria.
Celebrar implica ser testigos
Nosotros celebramos esa gloria de Jesús, que implica el triunfo del bien y de la verdad, el triunfo del amor, el triunfo del representante más auténtico de la condición humana. Es triunfo de esa misma condición, de lo más noble y grande de ella.
Pero a la vez hemos de asumir el compromiso de ser sus testigos. No podemos quedarnos mirando al cielo. La tierra nos espera, y en ella las personas con las que convivimos, con las que nos rozamos en nuestro vivir diario. Ante ellas hemos de ser testigos de Jesús. Testigos de su resurrección, de su evangelio, de su modo de ser.
La fiesta de la Ascensión es una fiesta que nos habla del cielo, destino de esa ascensión de Jesús, a la vez que nos recuerda nuestros compromisos aquí en la tierra. Es fiesta de gloria, la de Jesús, y de compromiso, el nuestro. Es fiesta de pensar en el cielo que nos espera, pero no para quedarnos como los apóstoles plantados mirando hacia él, sino para bajar la vista sobre la tierra que pisamos e iniciar en ella ese cielo.
Nos deja el Espíritu Santo
Puede que nos encontremos demasiado frágiles para acometer esa tarea. Y ciertamente lo somos. Pero Cristo ha prometido estar con nosotros hasta el fin de los tiempos. Y además ha hecho la promesa del envío del Espíritu Santo para iluminar nuestra mente, fortalecer nuestra decisión y, sobre todo, ampliar nuestra capacidad de amar. Esta semana la Iglesia la considera como la semana de preparación de la Pascua de Pentecostés. La semana de sentir la necesidad de alguien que nos fortalezca en nuestros compromisos cristianos.
Mantengamos a lo largo de ella ese deseo de que el Espíritu Santo nos inunde, como lo hizo con los apóstoles. Y no lo olvidemos: los apóstoles estuvieron de retiro, reflexionando y orando en torno a María este tiempo entre la Ascensión y la venida del Espíritu Santo, como nos dice san Lucas. Bien estará que acudamos a ella, a María, para que nos vaya preparando, en la oración y reflexión, a la fiesta del próxima Pascua, la plenitud de la Pascua de Jesús, la del Espíritu Santo, Pentecostés.