Ene
Homilía Domingo tercero del Tiempo Ordinario
Año litúrgico 2008 - 2009 - (Ciclo B)
“ Venid conmigo y os haré pescadores de hombres ”
Pautas para la homilía de hoy
Reflexión del Evangelio de hoy
Arrestado Juan, presentado y bautizado oficialmente Jesús, con las credenciales del Padre y del Espíritu Santo, no falta detalle alguno para que pueda dar comienzo la implantación del Reino. Ha terminado la encomienda del Precursor, se abre de nuevo el telón y comienza la obra de Jesús, la proclamación de la Buena Noticia del Evangelio. Lo hace en Galilea ahora; lo volverá a hacer allí también una vez resucitado; y, en el ínterin, allí Jesús será acogido, rechazado otras veces, y allí será también donde más tiempo dedicará en su vida apostólica. Sin proemios, prefacios ni preparaciones, Jesús comienza poniendo las bases del Reino de Dios.
No se nos dice a quién se dirige, qué público –si es que había alguno- estaba delante. Puede que la intención de Marcos sea que todo el que escuche o lea el Evangelio escuche a Jesús que va a poner el fundamento de lo que irá desgranando a lo largo y ancho de su vida pública.
“Convertíos”
La conversión fue el tema más socorrido por Juan Bautista. Todo su bautismo lo era de conversión. Cuantos acudían a él lo hacían porque buscaban convertirse de sus pecados o vida, en el sentido que fuera, desordenada. La conversión de Jesús al comienzo de su Evangelio, es esto y mucho más. Jesús la une con la fe y con la Buena Noticia del Evangelio, algo insospechado todavía para Juan.
Comentando este texto evangélico, el Santo Padre dice: “Es particularmente oportuna la exhortación de Jesús, referida por el evangelista Marcos: “Convertíos y creed en la Buena Nueva” (1,15). El deseo sincero de Dios nos lleva a rechazar el mal y a realizar el bien. Esta conversión del corazón es ante todo un don gratuito de Dios, que nos ha creado para sí y en Jesucristo nos ha redimido: nuestra felicidad consiste en permanecer en él. Por este motivo, él mismo previene con su gracia nuestro deseo y acompaña nuestros esfuerzos de conversión”.
La conversión a la que nos invita Jesús al comenzar su Evangelio, mira a Dios. Significa buscar a Dios y, una vez encontrado, caminar con él y seguir las directrices del Reino marcadas por su Hijo, Jesucristo. Esto entraña también esfuerzo y compromiso, pero no orientado hacia la persona humana, como si fuéramos nosotros los autores y creadores de nosotros mismos, sino hacia nuestra dependencia de Dios a todos los efectos.
“Creed la Buena Noticia”
Jesús invita y urge a la fe, a que creamos, pero no en cualquier dios, sino en la Buena Noticia, en el Abbá, en su Padre; y con los rasgos inequívocos de este Dios Padre trazados por Jesús. Dios no es una teoría ni una doctrina; es Alguien, una persona que, como toda persona, tiene gestos, palabras, detalles, que le identifican, Esto nos lo mostró Jesús con ejemplos, parábolas, gestos y milagros, pero, sobre todo, con su misma vida. Para creer en Dios Padre tenemos que creer en él, en Jesús y en el Espíritu Santo, que nos lo muestran. “Yo y el Padre somos una sola cosa” (Jn 10,30). “Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, ya que no me creáis a mí, creed a las obras, para que sepáis y conozcáis que el Padre está en mí y yo en el Padre” (Jn 10,37-38).
Y si quisiéramos, más en concreto, saber qué es creer, en qué consiste la fe de la que habla Jesús, yo acudiría al mismo Evangelio, para que, después de ver sólo dos ejemplos de fe alabada por Jesús, sacáramos nosotros las oportunas consecuencias:
- Actitud del Centurión (Mt 8,5). “No soy digno de que entres en mi casa”. De tal forma quedó prendado Jesús por la actitud de este pagano, que llegó a decir: “En ningún israelita he encontrado tanta fe”. Fe que le llevó a acudir a Jesús con riesgo de perder su prestigio y quién sabe si su empleo y cargo profesional. Claramente, el centurión se fió de Jesús, confió plenamente en él.
- Actitud de la cananea (Mt 15,21). “Ten piedad de mí, Señor, Hijo de David; mi hija es malamente atormentada por el demonio”. Jesús simula que aquello no tiene nada que ver con él, y llega a tener con ella uno de los “desplantes” aparentemente más duros de todo el Evangelio: “No es bueno tomar el pan de los hijos y arrojarlo a los perrillos”. Pero, aquella mujer, que es madre y no pide para ella sino para su hija, continúa: “Cierto, Señor, pero también los perrillos comen de las migajas que caen de la mesa de sus señores”. Y, ante esta actitud, Jesús, una vez más, alaba la fe de esta mujer, poniéndola como modelo para todos nosotros: “Mujer, grande es tu fe. Hágase contigo como tú quieres”.
Vemos a Jesús profundamente impresionado por la fe de estas personas, oficialmente paganas, pero que se fiaron de él, que acudieron a él confiados, y cuya fe, desde entonces, es modelo para la nuestra.
Los primeros discípulos
Cinco personajes: Jesús que llama y dos parejas de hermanos que, al ser llamados, le siguen. Primero, Simón y su hermano Andrés, pescadores más bien modestos tirando a pobres. No parece que tuvieran barca propia, sólo unas redes con las que pescaban desde la orilla. Los dos trabajaban juntos y vivían en casa de los suegros de Simón, casado con una mujer de Carfarnaún. Lo único que abandonan para seguir a Jesús son sus redes. Y, luego, Santiago y Juan, de un nivel social bastante más alto. Parece que vivían con sus padres, Zebedeo y Salomé. Zebedeo, tenía barca propia y jornaleros a su servicio. Al ser llamados, dejan a su padre en la barca con los jornaleros
A lo largo del Evangelio, Jesús mantiene una relación especial con Simón, con Santiago y con Juan. Probablemente, los tres se conocían bien desde antes de ser llamados por Jesús y mantenían ya buenas relaciones. A Simón le cambiará el nombre por el de Pedro y le apodará “roca”; y Santiago y Juan serán los “boanerges”, los hijos del trueno, por su temperamento un tanto impulsivo. Según el Evangelio, sólo estos tres acompañaron a Jesús en momentos tan importantes como la Transfiguración, la curación de la hija de Jairo y la oración en el huerto de Getsemaní.