Mar
Homilía Viernes Santo
Año litúrgico 2015 - 2016 - (Ciclo C)
“ Acerquémonos al trono de la gracia, para alcanzar misericordia ”
Pautas para la homilía de hoy
Reflexión del Evangelio de hoy
Los gestos y los símbolos de la celebración
La celebración del Viernes Santo es rica en textos y símbolos. La tarea del celebrante no es hoy preparar una extensa homilía, sino cuidar de cada uno de los elementos simbólicos, para que la celebración pueda “hablar por sí sola”. La postración inicial del celebrante ante el altar desnudo, en silencio, puede ser más elocuente que añadir demasiadas palabras a la ya de suyo emocionante e impactante lectura de la Pasión según san Juan. La procesión con la Santa Cruz, ir mostrándola poco a poco al pueblo, arrodillarse ante ella con verdadera devoción… son gestos que hemos de cuidar con no menos ternura que la brevísima homilía. Respetar los silencios sagrados parece en esta celebración, si cabe, más importante que en ninguna otra. ¿Cómo podemos acercarnos a la muerte de Dios sin antes acongojarnos en un hondo silencio? Si todas las muertes despiertan en nosotros la sensación de que sobran las palabras, ¿por qué no dejar hoy –más que nunca– que suene la Palabra que debe ser oída, la eterna Palabra de Amor que nace de una cruz ensangrentada?
La cruz: paradoja inalienable
¿Por qué adorar la cruz? ¿No es un instrumento terrible de tortura? ¿No es acaso el símbolo del sufrimiento del justo? ¿No es el lugar en el que los hombres dieron terrible muerte a Dios? La cruz es para nosotros, como han dicho algunos teólogos, una paradoja inalienable. En ella se da cita nuestro pecado y nuestra redención, nuestra miseria y nuestra gloria, nuestra bajeza y nuestra altura, nuestro odio y nuestro amor, nuestra muerte y nuestra vida. Ella es el compendio de todo lo que tenemos y de aquello que necesitamos. En ella quisimos matar a Dios, y en ella quiso Dios darnos vida.
La cruz: omnipotencia de la ternura de Dios
La cruz es la manifestación de la fuerza de Dios en su debilidad, la expresión del servicio en la entrega de la propia vida, la victoria de Dios en su aparente derrota. ¿Cómo ha hecho Dios más cuando parecía incapaz de hacer nada? ¿Cómo se revela Dios al mundo ocultándose tras el dolor, la muerte y el silencio? La cruz es la manifestación de la impotencia de un hombre, de la de Dios incluso. Y es al mismo tiempo la más elocuente expresión de la omnipotencia de su ternura. La cruz es la expresión gloriosa del amor de Dios, y el Amor que es Dios lo puede todo. La cruz es todopoderosa no porque Cristo domine por la fuerza desde ella: los clavos unen a la vez que hieren eficazmente carne y madera. La cruz es todopoderosa porque en ella el Amor de Dios es máximo, y nada hay más fuerte que el Amor. Todo lo puede el Amor. No triunfan en la historia la violencia o la fuerza, aunque lo parezca, sino el Amor. No triunfan la extorsión o la mentira, aunque lo parezca, sino el Amor. No triunfan el disimulo y el doblez, aunque lo parezca, sino el Amor. No triunfa en la cruz el odio que hunde los clavos en la carne, sino el Amor redentor de Cristo que perdona.
La cruz: juicio de amor y de misericordia, oportunidad de vida nueva
La cruz es el juicio al mundo, porque en ella el mundo y su Creador chocan con un estrépito inimaginable, el mismo estrépito con el que un martillo golpea el clavo que se resiste a roer el hueso de Dios. Pero el juicio de la cruz no es el de quien condena y castiga sin más, sino el de un Dios que ha cargado sobre sí todo lo malo del mundo, que ha dado su vida, para que el mundo pueda levantarse de nuevo, caminar, esta vez, por una senda buena. La cruz se levanta donde Adán cayó, la cruz grita por la sangre de Abel. La cruz borra el pecado que lleva hasta ella; restaura la vida de aquellos que la sufrieron antes, y la de aquéllos que la sufrirán después. La cruz es el nuevo árbol de la ciencia del bien y del mal, esta vez accesible a todos. ¡Dulce árbol donde la vida empieza!
La cruz: palabra que se dice en el silencio profundo del mundo
La cruz es esa palabra que se pronuncia en el silencio más profundo del mundo. El silencio que queda cuando nos es arrebatado, por nuestra negligencia, el que es la misma Palabra. ¿Qué podremos decir si ha muerto la Palabra? Por eso nos arrodillamos en silencio ante la cruz. Ella nos conduce al Sábado Santo donde se hace difícil concebir siquiera la existencia. ¿Cómo hay un mundo si su artífice y creador ha muerto? Silencio… Silencio para escuchar esa palabra de la cruz. Silencio para acoger el abrazo de amor de quien no puede abrazarnos desde ella. Silencio para escuchar el lamento de las víctimas en una gota de sangre que cae de la frente hasta la tierra.
La cruz: negrura inmensa antes del alba
Pero también hoy comulgamos. Hay aún la esperanza. La cruz es la negrura inmensa antes del alba. Oscuridad en la que se adivina la más intensa luz… la luz de la Pascua.