Jul
Homilía XVII Domingo del Tiempo Ordinario
Año litúrgico 2009 - 2010 - (Ciclo C)
“ Seguidme y os haré pescadores de hombres ”
Pautas para la homilía de hoy
Reflexión del Evangelio de hoy
Este domingo os ofrecemos las pautas homiléticas para la Solemnidad del Apóstol Santiago y las pautas del XVII Domingo del T.O. para aquellos lugares donde Santiago no se celebra como solemnidad.
Solemnidad de Santiago Apóstol
Los orígenes
Viviendo a la vera del “camino”, en un pueblo que nació por el “camino” y se bautizó con su mismo nombre, uno en lo primero que piensa, por propensión e inclinación connatural, es en Compostela y Zaragoza. Pero, no es así. Esta “cosa” también empezó en Galilea, junto al lago, al lado del mar.Los primeros en ser llamados fueron dos paisanos de Santiago, Simón y Andrés, que en medio de sus quehaceres habituales, fueron llamados por Jesús: “Seguidme y os haré pescadores de hombres” (Mt 4,19), y, dejándolo todo, le siguieron. No mucho más tarde, fue cuando se encontró Jesús con Santiago y su hermano Juan, que estaban con su padre Zebedeo: “Los llamó y ellos, dejando la barca y a su propio padre, le siguieron” (Mt 4,21-23).
Santiago, el del evangelio
Santiago se manifiesta en el Evangelio como uno de los discípulos predilectos de Jesús. Aparece junto a él en momentos importantes, algunos decisivos: en casa de Simón Pedro, cuando realiza la curación de la suegra de éste, están con él solamente Santiago y Juan; en casa de Jairo, Jesús, junto a los padres de la joven muerta, únicamente permite entrar a Santiago y a Juan; en la Transfiguración, Jesús llama de nuevo junto a sí a los tres discípulos predilectos; finalmente, al acercarse la Pasión, Jesús se lleva consigo al monte de los olivos a los mismos que ha favorecido en los otros momentos puntuales.Santiago, además de dejar “a su propio padre” como nos dice expresamente el evangelio, también dejó a su madre, pero ella, según el mismo evangelio, no le dejó a él ni a Jesús. Salomé, la madre de Santiago, aparece en el Calvario con el nombre de “la madre de los hijos del Zebedeo”. Era una de las distinguidas señoras que, juntamente con María Magdalena y Juana, la mujer del administrador de Herodes, y otras varias, seguían a Jesús en sus viajes y le servían de sus haciendas, como apunta San Lucas (8, 3). Entre el grupo de mujeres que contemplaban a Jesús en la cruz, menciona San Marcos especialmente a María Magdalena, María, la madre de Santiago el menor y de José, y a Salomé; las cuales cuando estaba en Galilea le seguían y servían (15, 40). Y eran precisamente las tres mujeres que en la madrugada del domingo de Resurrección, compraron aromas para ir a ungir a Jesús, lo cual supone que disponían de dinero, a juzgar por el precio del ungüento que, en reciente ocasión, había indignado –o así lo fingió- a Judas.Santiago predicó en Judea y en Samaría. En la persecución contra los cristianos desencadenada por Herodes Agripa, Santiago fue la primera víctima. Esta fue la preferencia en el nuevo reino. Es el único apóstol cuya muerte violenta se relata en la Escritura. Sucedió en la Pascua del año 42.
Clase particular de Jesús en dos tiempos
La primera nos la presenta Mateo subiendo hacia Jerusalén cuando sucede el episodio que hemos escuchado. Les habla con una claridad meridiana de su próxima muerte, sin omitir ningún detalle por doloroso o escalofriante que parezca. Les anuncia también su resurrección. Y añade Mateo: “entonces” -cuando les estaba dando la lección-, se le acercó la madre de los Zebedeos con sus hijos y le hizo una petición. La petición la conocemos todos. Como también conocemos la reacción indignada de los otros discípulos ante el descaro y atrevimiento de la madre que pide y ante el temor de verse desbancados por los hijos de la peticionaria.Nueva lección privada de Jesús a los suyos, a aquellos hombres que conviven con él y que, sin embargo, no arrancaban de su corazón lo que está tan arraigado en el de todos los hombres: el afán de figurar, de estar cerca de quien manda, de participar en el poder, de ser alguien. Nueva lección privada a aquellos hombres que llevaban mucho tiempo recorriendo los caminos de su tierra con Jesús y le habían oído decir que no tenía donde reclinar su cabeza. Pero, a pesar de esto, esperaban un reino, un reino inmediato en el que querían asegurarse el mejor puesto. Nueva lección, una más, para aquellos hombres que no serían capaces de comprender que el reino que él anunciaba no tenía nada que ver con los reinos que ellos conocían y deseaban. Esta es la lección: Tendréis el puesto, pero por caminos distintos a los que imagináis; tendréis la gloria de ese puesto, pero será absolutamente distinta de la que ambicionáis. Porque ese reino que Jesús inaugura es un reino de libertad, de madurez, de servicio, de interioridad, de la elección consciente, de la entrega personal y reflexiva. Nunca un reino de coacción, de órdenes y mandos, de imposiciones y dictaduras.
La segunda fue más particular. La aspereza e impetuosidad de su carácter, como la de su hermano, le atrajo el apelativo de “boanerges”, hijo del trueno. Y no sin razón. Unos samaritanos no recibieron bien a Jesús y a los suyos. Los dos hermanos “boanerges” se enfadaron hasta pedir un correctivo inmediato y drástico: que bajara fuego del cielo y los consumiera. Obraban a impulsos naturales, primitivos. También en este caso se puede decir que “no sabían lo que pedían”. Porque es imposible entender las cosas de Dios con criterios humanos. Lo supieron más tarde. Como sus compañeros, volvían a casa contentos después de haber sido azotados por haber sido encontrados dignos de sufrir por el nombre de Jesús.
Santiago, el de la tradición
Según una antigua y venerada tradición, Santiago vino a España a predicar el evangelio. A él se deberían la fundación de las primeras iglesias y la base y fundamento de nuestra fe. Siempre según la tradición, envuelta en belleza, poesía y la más honda ternura, se muestra a Santiago, cansado y abatido, a orillas del Ebro, junto a un hito o pilar, donde se hace presente la Santísima Virgen, que vivía todavía, para animarle y entregarle las fuerzas que necesitaba para continuar y acabar la evangelización que había comenzado.Hoy lo más llamativo, sin duda alguna, es el auténtico fenómeno, de no fácil interpretación, del camino, de los caminos, por Santiago, a Santiago de Compostela. Antes esto tenía lugar en los años santos compostelanos, como el que celebramos este año. Pero, de un tiempo a esta parte, todos los años son santos. Y los peregrinos fluyen de todas partes, tanto de Europa como de América y Asia, inundando los caminos que conducen a Santiago. ¿Qué van buscando? Algunos, los más, conversión, purificación, santificación. Otros puede que no lo sepan con claridad. Pero el hecho es que todos son buscadores de silencios que se han puesto en camino, en los caminos, de Santiago, a la búsqueda de lo que todo “homo viator” ansía y necesita.
XVII Domingo T.O.
Tanto la primera Lectura como el Evangelio se refieren a la oración en su modalidad de petición. Y surgen de inmediato dos preguntas: ¿Orar sí, pero pedir? “Vuestro Padre conoce las cosas de que tenéis necesidad antes que se las pidáis” (Mt 6,8). ¿Para qué, entonces? Dios no es ningún fontanero a quien acudimos para que repare lo que, pensamos, hizo o hace defectuosamente. Más todavía, no podemos pedir lo que él ya nos ha dado potencialmente, aquello que nos corresponde a nosotros. Hay un texto en el Éxodo que se puede interpretar en este sentido: “Yahvé dijo a Moisés: ¿A qué esos gritos? Di a los hijos de Israel que se pongan en marcha” (Ex 14,15). Que se dejen de pedir, de gritar, y que se pongan a hacer ellos lo que están pidiendo, que talentos tienen.
Siendo esto cierto, más cierta es, por una parte, nuestra indigencia y, por otra, la voluntad expresa del Señor, de que pidamos aquello que necesitamos. “Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá”. Cuando un hijo, una hija, es coherente y responsable, aunque pida erróneamente aquello que hay que denegarle, no por ello se enfada su padre. Pues, el otro Padre, menos todavía. Todo lo contrario, ambos concederán aquello que implícitamente estaban pidiendo “entre líneas” y con la “la letra pequeña”.
La oración de petición
La oración no es monopolio de los cristianos. En todas las religiones se ora. Toda persona que quiera dar sentido a su vida y se enfrente con el misterio o Misterio, ora. Nosotros hablamos de la oración nuestra, la que nos enseñó Cristo, la cristiana. Y lo primero que notamos es que siempre que oramos lo hacemos como discípulos de Jesús, en su nombre. Y, al mismo tiempo, en unión implícita o explicita con nuestros hermanos los cristianos. Es como la garantía de autenticidad. “Yo os aseguro que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,19-20).
A la vera de un Santuario, como tengo la suerte de estar, y con seguridad en cualquier iglesia parroquial o de culto, constatamos la “piadosa” equivocación de personas que, con toda su buenísima intención “manipulan” –y tratan de que otros “manipulen”- a Dios, “negociando” con él la obtención de determinados favores por medio de oraciones rezadas, repetidas o entregadas a los demás. Normalmente son favores de tipo económico, o de salud o bienestar social o familiar. Nada que ver con la oración cristiana de petición.
Eficacia de la oración
La eficacia de la oración no consiste en lograr que se cumplan nuestros deseos, sino en que Dios nos conceda ser mejores, más humanos y más cristianos, mejores discípulos y seguidores. En definitiva, en que la conversión sea como el “leitmotiv” de nuestra vida. No podemos invertir los términos y buscar en la oración que Dios sea más Dios, que nos ame más, que haga algo más por nosotros y por nuestros seres queridos. Dios ya lo hace. Somos nosotros los que necesitamos cambiar, vivir y actuar más desde su gracia, desde sus planes y sus caminos, porque sabemos que no son los nuestros.
Jesús nos habla hoy de la eficacia de la oración por medio de dos amigos, importuno uno, y oportuno el otro. En contra de lo que se suele pensar, el más importante es el “importunado”, el que está en casa, acostado, con toda su familia, y es molestado e importunado por aquel que se encuentra en un apuro. Éste nos simboliza a nosotros; aquél, a Dios. La pregunta de Jesús es importante: “¿Quién de vosotros… Qué padre…?” Nadie dejaría de levantarse y atenderle, sea por amistad, por hospitalidad o por le dejen en paz. “Pues, si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, cuánto más vuestro Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que lo piden”. ¡Ojo! El Espíritu Santo, el culmen de todos los “panes”, de todos los bienes. El Espíritu compatible con pobreza de bienes materiales, nunca al contrario.
Padre nuestro
El “Abbá”, el Padre, era el motivo y la razón de ser de la oración de Jesús. Desde entonces, lo es también para nosotros. Orar e invocar a un Padre así es recordar que nuestro Dios no está ligado a ningún lugar sagrado, a nación alguna. Nuestro Dios es el Dios de todos y “los verdaderos adoradores del Padre lo harán en espíritu y en verdad” (Jn 4,24).
Jesús enseñó a orar a sus discípulos de entonces y de todos los tiempos con el Padrenuestro. Éste fue su contestación a los discípulos que le pidieron “enséñanos a orar”. Tenemos derecho a pensar que este modelo de oración es el mismo que Jesús usaba en su oración, o sea, la oración que nadie podrá mejorar, válida para todos y para siempre.
Empieza llamando a Dios “Abbá”, exactamente como le llamaba él. Sabemos que esta palabra aramea denotaba la máxima intimidad, la que Jesús tenía con su Padre y la que, salvando todo lo que hay que salvar, quiere que tengamos también nosotros con él. En segundo lugar, esta palabra entraña una cercanía y confianza únicas de Jesús en su “Abbá”, las que quiere también que tengamos nosotros. San pablo lo expresa así: “La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama:¡Abbá, Padre! De modo que ya no eres esclavo, sino hijo; y, si eres hijo, también heredero por voluntad de Dios” (Gál 4,3-7).
No podemos atrevernos a llamar a Dios Padre, sin más, como si sólo lo fuera mío. La palabra “nuestro” entraña otra verdad fundamental: la fraternidad universal. Porque Dios es Padre mío y de los demás, los otros son mis hermanos. No podemos salvarnos, santificarnos en plan particular, sino comunitariamente. No podemos pensar sólo en nosotros, sino en el bienestar de todos los demás. Más adelante, no pediremos: “Dame” sino “danos” el pan de cada día.
Acabo con estas palabras de María Dolores Aleixandre: “El Padrenuestro contiene las enseñanzas más ricas de Jesús sobre la oración cristiana, porque es el paradigma de la verdadera oración cristiana. Urge siempre que reflexionemos sobre él, que lo conozcamos a fondo, que descubramos todo el mensaje que encierra y que, después lo tomemos y lo recemos en serio. El Padrenuestro no puede ser un cajón de sastre que vale para todo y en el que cabe todo. Tomar en serio el Padrenuestro equivale a plantearse en toda su radicalidad todas las cuestiones que se refieren a la oración cristiana. Si somos capaces de rezar el Padrenuestro con coherencia y autenticidad, será señal de que hemos entendido y estamos viviendo una verdadera vida de oración”.