Dom
25
Ago
2024

Homilía XXI Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2023 - 2024 - (Ciclo B)

¿También vosotros queréis marcharos?

Pautas para la homilía de hoy


Evangelio de hoy en audio

Reflexión del Evangelio de hoy

El tema central para la meditación es el de la creencia en relación con Dios, con todo lo que significa este vínculo con la divinidad. Ha sido el escollo principal y lo sigue siendo a lo largo de la historia, también en nuestros días. Hemos de clarificarnos acerca de una cuestión tan decisiva. Somos seres libres y, a la vez, condicionados por la elección del recorrido de una senda, única, en definitiva, para llegar al término. Existe un solo camino, aunque sean múltiples los modos de recorrerlo. Es de libre elección y se opta a recorrerlo personalmente. Es verdad que para llegar a ello se precisa de un buen uso de las posibilidades recibidas, pero también de la ayuda de los semejantes, especialmente de los más allegados, a comenzar por la familia.

La fe es necesaria para el crecimiento en comunidad porque, de otro modo, sufriría todo nuestro ser. Pero esta virtud no es únicamente un valor humano, sino que se necesita de la fe sobrenatural, sin la cual no llegaríamos nunca a vivir la realidad misteriosa de la salvación. Hoy se recuerda que esta fe parte de Dios, pero hay que corresponderla: «Nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede».

Josué recordaba ante el pueblo la libertad de que gozaban para la elección de su vivencia religiosa. Podían escoger entre lo que se llevaba y era usual en su entorno, o bien, lo que sintonizaba con sus raíces. Lo primero estaba al alcance; lo conocían y experimentaban, no hacía falta especificarlo. Para lo segundo, ofreció elementos de reflexión: Dios, por medio de Moisés, los sacó de la esclavitud de Egipto. Además, los acompañó incansablemente a lo largo del desierto. Guardaban todos recuerdo de prodigios y signos que realizó, al igual que la defensa obtenida. Israel reaccionó sin titubeos: «¡Lejos de nosotros abandonar al Señor, para servir a otros dioses!». Fueron concordes en mantener su identidad religiosa. Además, el Decálogo guiaba su conducta. Confesaron que valía la pena la dureza del camino.

En el Evangelio, multitudes que participaron en el milagro de la multiplicación panes, acudieron presurosos al encuentro de Jesús dispuesto a predicar abiertamente acerca de cuanto preanunciaba semejante signo. El gentío y hasta muchos de sus discípulos quedaron desconcertados y murmuraban: «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?». Les había dicho que el pan de Dios es el mismo Jesucristo que se encarna y da la vida al mundo. Por si todavía albergaban alguna duda, aclaró: «Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed».

Pero Jesús siguió adelante: el Hijo de Dios, hecho verdaderamente hombre, subirá adonde estaba antes. Mientras tanto, se les invitaba a recibir sus palabras que contienen espíritu y vida. La crudeza del mensaje alejó de él a muchos, sin descontar a discípulos hasta entonces. Tanto fue así, que Jesús dirigió una pregunta a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?». Quien hasta entonces se veía rodeado de multitudes le quedaban ante sí unos pocos.

No resulta difícil imaginarse la escena y hasta el tono con que el Señor formuló su pregunta. Es el interrogante de Jesús que se repite a lo largo de la civilización cristiana, todavía en la actualidad. Se ha de aceptar que son millones los cristianos a quienes les resulta dura la plena enseñanza del Maestro. Pero él jamás la rebajó. Mostro, por el contrario, que es la única que lleva a la gloria de la resurrección. Simón Pedro mostró cuál ha de ser nuestra respuesta: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios».

Las palabras de vida eterna se resumen en el amor, en reciprocidad al que Dios nos tiene y en el que tenemos por modelo a Jesucristo. San Pablo lo aplica en el fragmento de la carta a los Efesios a los esposos entre sí y elige modelo el amor que Cristo profesa a su Iglesia.

Cuál puede ser la razón de la diversidad entre las palabras de Jesús: «Mi yugo es suave y mi carga ligera» y las que pronunciaban las multitudes que murmuraban por la doctrina que les predicaba Jesús: «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?». ¿Puede ser nuestra respuesta la del apóstol Pedro: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? ¿Tú tienes palabras de vida eterna»? ¿Nos interroga el presente de muchos cristianos por lo que se refiere a la vivencia de la Eucaristía?