Sep
Homilía XXVI Domingo del tiempo ordinario
Año litúrgico 2015 - 2016 - (Ciclo C)
“ Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida ”
Pautas para la homilía de hoy
Reflexión del Evangelio de hoy
En la catequesis que hemos recibido desde niños, se ha identificado "lo que dice" y narra esta historia del rico epulón y el pobre Lázaro con "lo que realmente quiere decir". Y se nos han enseñado como reales los que no son más que meros elementos inventados para la construcción de la historia: la existencia y el escenario del juicio después de la muerte, el cielo como premio y el infierno de fuego como castigo, el diálogo de los muertos con los vivos, la imposibilidad de arrepentimiento una vez que nos llega la muerte, etc. ¿Qué podemos sacar nosotros hoy de "lo que quiere decir" esta historia ejemplar?
Para un creyente cristiano, la persona que hemos sido en nuestra historia engarza con la que seremos más allá de la muerte
Ciertamente no será como nos lo narra la parábola, donde se nos muestra a los personajes después de la muerte tal como estuvieron en este mundo. Pero en la resurrección cristiana, el ser humano que vivió cada uno en la propia historia no pierde su identidad, sino que la realiza en plenitud. Es un salto prodigioso de la identidad histórica a la identidad resucitada, sin el corte de la aniquilación de lo que hemos sido en la vida.
Para un creyente cristiano, la resurrección no minimiza en absoluto la vida que hemos ido construyendo en nuestra historia, sino que le da suma importancia. La identidad resucitada no se opone a la identidad histórica como el verdadero ser humano al aparente. La humanidad resucitada se halla ya presente en la humanidad histórica como el árbol se halla presente en la semilla. ¿Quién puede despreciar la semilla para poner todo el acento en el árbol?
De ahí se deriva que para llegar a la vida resucitada no vale construir en la historia cualquier tipo de persona. El fruto que seremos depende de la semilla que ahora vamos siendo. ¿Da lo mismo ser asesino que asesinado, ordenar masacres por intereses mezquinos que morir inocentemente, acaparar injustamente riquezas que morirse de hambre, amar que odiar, cultivar exquisitas relaciones de fidelidad que practicar el engaño, la mentira y el fraude? Evidentemente, no. La razón de ello está en que el ser humano tiene libertad para actuar, pero también responsabilidad de lo que se ha hecho.
¿Cómo será el ser humano resucitado?
Todas las culturas han diseñado cómo va a ser nuestra vida después de la muerte. La parábola de hoy nos lo cuenta con pelos y señales. Es una imaginación. Porque de la vida del más allá no tenemos ni el más mínimo atisbo de experiencia, ni la ha tenido nadie. Lo que digamos no son más que elaboraciones nuestras que las hacemos a la medida de cómo vivimos aquí en la historia. La única actitud que cabe ante la vida resucitada en la esperanza o expectativa radical.
La esperanza o la expectativa es una mezcla de confianza, ilusión, deseo y temor. Ante la vida del más allá no cabe otra esperanza o expectativa que no sea la radical, pues no se apoya en ningún tipo de experiencia vivida por nadie. Aunque tengamos la tentación de hablar de la vida del más allá y de describirla, lo única opción razonable es el silencio y esa expectativa radical, que, aunque tiene bases racionales firmes para creer en ella, no está exenta de serias y profundas dudas.
La expectativa exige un compromiso activo con aquello que se espera. El futuro no llega si uno no se compromete en su consecución. Y ya sabemos cómo Jesús esperó la resurrección: comprometiéndose con los pobres, los despreciados, las mujeres, los abandonados, hasta sufrir la muerte por ello.
Y del infierno, ¿qué? ¿Es un escenario inventado en éste y en otros pasajes evangélico?
Los predicadores modernos ya casi no hablan del infierno, del juicio y de la condenación eterna. Después de una enorme inflación de siglos de predicaciones amenazantes sobre la condenación inminente, constatamos ahora un silencio, pero que no deja de ser un silencio incómodo y hasta perturbador. Porque, aunque ya no se habla de ello, nos seguimos preguntando: ¿quedarán impunes todas las injusticias, asesinatos, exterminios, robos, violaciones, etc., sin que los autores reciban un castigo reparador para sus víctimas? Acerca de la condenación eterna ofrecemos brevemente una explicación (E. Schillebeeckx, O.P.) entre las muchas que puedan existir. Es la siguiente. El Dios vivo se hace presente en nuestro mundo en la fraternidad tal como la vivió y predicó Jesús. Es decir, de la vida de Dios participa el que ama a los demás. Este vínculo vital con la vida de Dios en la fraternidad cristiana no puede romperse ni ser aniquilado por la muerte, como no lo fue con Jesús crucificado. En Jesús, Dios vence a la muerte para aquéllos que como él viven en este mundo el reino del amor fraterno. Existe cielo porque la vida de Dios, presente entre los hombres misericordiosos, se continúa después de la muerte. ¿Y las personas malas, injustas, asesinas, ladrones, etc.? Pues simple y llanamente están diciendo un no a vivir en nuestro mundo la vida de Dios, que no tiene otra manifestación que la fraternidad como la practicó Jesús. Esas personas malas han decidido libremente no tener en este mundo vida de comunión con Dios en el amor a los demás. Lógicamente, también están renunciando a una vida con Dios más allá de la muerte. Ésa es su decisión. Para ellos, la muerte es el final de su camino. No habrá ninguna vida (con Dios) más allá, porque tampoco la hubo en su historia terrenal. Han negado el vínculo con la vida de Dios aquí, con lo cual también lo están negando para después de su muerte. Los malos no tienen vida eterna. Su muerte es realmente el final de todo, porque se han autoexcluido de esa vida con Dios.
A Dios no se le acepta por la fuerza de pruebas prodigiosas
"No creerán ni aunque un muerto resucite". ¿El muerto resucitado es Jesús? Podría ser, porque la resurrección de Jesús no convence por la fuerza de la evidencia o por ser un prodigio portentoso. Dios sólo es accesible por la fe, que no es otra cosa que la seducción que siente quien se abre a que Dios invada su vida. Y esta vida de Dios se manifiesta en este mundo en la fraternidad al modo de Jesús.
¿Fue castigado el rico por sus riquezas o por su falta de caridad?
El evangelista Lucas, como judío, se acuerda de que la Ley y los profetas invitan a la misericordia y prohíben la ostentación orgullosa; como griego, recuerda asimismo las estimulaciones de esa cultura a la moderación. Así pues, ¿el error del rico no consistió solamente en haberse olvidado del pobre Lázaro, sino también en haber vivido con un lujo excesivo? Desde la óptica cristiana no hay duda: los ricos son condenados por no tener misericordia con los pobres. Mejor dicho, porque su enriquecimiento se construye a costa del empobrecimiento de los más débiles. La riqueza puede ser condenada por filosofías que hacen de la moderación un ideal de virtud. Pero para los cristianos, no es la riqueza lo que se condena, sino el empobrecimiento del que son víctimas muchas personas. Y lo son, a causa del enriquecimiento de unos pocos.
Hoy el empobrecimiento tiene un mayor alcance que en tiempos de Jesús, porque esta cultura ha convertido el dinero en su valor supremo que invade, condiciona y caracteriza toda nuestra vida. La vida nos sabe fundamentalmente a dinero, a mercancía. Por tanto al pobre se le condena, además de al hambre, a la enfermedad y al analfabetismo, a ser el mayor proscrito de una sociedad en la que el único sabor de la vida lo da el dinero, la riqueza.