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Homilía Octavo Domingo de Tiempo Ordinario
Año litúrgico 2016 - 2017 - (Ciclo A)
“ Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia ”
Pautas para la homilía de hoy
Reflexión del Evangelio de hoy
El próximo miércoles iniciamos el “tiempo fuerte” que nos prepara para la Pascua, la nueva vida que nos ofrece Cristo Resucitado. Se nos invita ese día a “convertirnos y creer en el Evangelio”
Hoy, en este domingo, se nos interpela seriamente a una condición previa para “convertirnos” y “creer”. ¿Qué imagen de Dios tenemos?, ¿el Dios revelado por Jesucristo que nos ama como una madre, o el Ídolo del dinero que nos esclaviza?
Estamos viviendo no en una época de cambios, sino en un “cambio de época”. La ausencia de todo lo que significa trascendencia llama constantemente a nuestras puertas. Sigue imperando la idea del “silencio de Dios”, o lo que es peor, “la muerte de Dios”. Mayoritariamente en nuestra vieja Europa han decaído los valores evangélicos, y corremos tras esos otros valores efímeros que nos llevan a consumir y a tener lo necesario para poder consumir más. Así es como estamos construyendo la “sociedad del descarte” (Papa Francisco).
Qué difícil es hablar hoy de la confianza en un Dios providente cuando vemos a tantos descartados por la crisis económica, por las guerras, por las corrupciones, las injusticias, el hambre etc.. Hemos vuelto la espalda a Dios y nos hemos “mundanizado” favoreciendo así la “deshumanización”. Lo que importa es el dinero y a este ídolo sacrificamos: familia, amistad, ocio, salud, principios éticos, trabajo digno… Ya lo dice el refrán:”Poderoso caballero es don dinero”.
Pero el Señor, que no nos abandona nunca y nos quiere como una madre, nos ofrece hoy en la Palabra que proclamamos en la Eucaristía, una luz potente para hacer frente a estas situaciones de “servir al dinero” como único señor.
Isaías pone bien claro cómo nos ama Dios. Ama con entrañas de madre. Aunque nos resistamos a reconocerlo, El nunca nos abandona. Su providencia entrañable y amorosa nos acompaña desde el “silencio”. Incluso cuando lo abandonamos, nos alejamos de Él, nos sigue llevando “dentro”. Si descubrimos este amor entrañable podremos decir con el salmista:”Descansa sólo en Dios alma mía”.
Es importante, también, lo que San Pablo nos dice en la segunda lectura:”Que la gente sólo vea en vosotros servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios” Esto exige a todos los bautizados ser fieles: tener fe, ser dignos de confianza, ser leales. Así es como haremos presente la salvación de Dios en medio de un mundo alejado de Él.
Jesús en el Evangelio nos propone una serie de cosas que parecen que nos pueden parecer provocadoras. Son, sin embargo clarificadoras para poder discernir cómo hemos de dedicarnos a las necesidades diarias que tiene todo ser humano para vivir dignamente. Hemos de evitar el agobio (estrés). Jesús emplea, hoy esta expresión, hasta seis veces. Toda nuestra vida es un aprendizaje para que no vivamos “agobiados” por tantas cosas que nos preocupan. A estas preocupaciones diarias les hemos de dedicar nuestra atención, pero dejando también que el Espíritu de Jesús nos ayude a encontrar soluciones. Lo importante es “el reino de Dios y su justicia”. Pero también está el dicho popular: “A Dios rogando, pero con el mazo dando”.
Jesús no es ningún poeta romántico, que no conoce la realidad del ser humano. Si habla de los pájaros y las flores, lo hace como un punto de reflexión para ayudarnos a discernir y para que podamos vivir la vida con sosiego y paz. Nuestra fe nos dice que Dios no nos abandona. El siempre es fiel a su amor. El nos da la fuerza para afrontar las dificultades y sinsabores con las que nos encontramos a lo largo de nuestra vida.
Es importante que nos dejemos interpelar por la Palabra de Dios que se nos proclama cada domingo en la celebración de la eucaristía. Es el Dios providente que se nos hace presente para ayudarnos y nos da su fuerza en el alimento Eucarístico. Si somos fieles, como nos ha dicho Pablo, viviremos construyendo el Reino de Dios y su justicia, y muchos agobios desaparecerán de nuestras vidas. Así “serviremos” sólo al Dios Padre providente.