Ago
Homilía XXI Domingo del tiempo ordinario
Año litúrgico 2011 - 2012 - (Ciclo B)
“ Tú tienes palabra de vida eterna, nosotros creeremos. ”
Pautas para la homilía de hoy
Reflexión del Evangelio de hoy
Si Dios no te es necesario, escoge a quién servir (Josué 24, 1-2. 15-17. 18)
Josué determina y anuncia que él ha hecho ya su elección, ante la gran asamblea de Siquén: “Yo, y mi casa, serviremos al Señor”. Pero además de ser anuncio público y comprometido, también es una provocación a las tribus de Israel, que olvidaron su caminar por el desierto y la salvación ofrecida por Dios. Josué no buscaba una simple palabra, sino una postura clara comprometida como la suya y la de su familia.
¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a dioses extranjeros! Fue la confesión del pueblo. El símbolo de su libertad. Hay que tener en cuenta, que no todas las tribus presentes en Siquén, habían sufrido la experiencia de la esclavitud y el paso por el desierto. Por eso, el olvido de Dios, y la mezcla de los pseudo-religioso podía estar presente. Con este pacto, se pretendía buscar la unidad con una alianza religiosa, comprometiendo en servir a Yahvé y abandonar los dioses cananeos. Por eso, tener confianza en Dios es decisivo para conseguir esa unidad.
Es curioso lo que pasa en nuestro tiempo, cómo ha crecido la indiferencia hacia Dios, y hacia lo religioso cristiano, y cómo ha aumentado la futurología y el esoterismo, sustituyendo nuestra sed de plenitud y de búsqueda de Dios, mediante la proliferación de anuncios y cadenas televisivas, que sólo buscan lucrarse, jugando con los sentimientos de la gente, con sus preocupaciones y sufrimientos. Otro signo más de la muestra cultural que ha convertido lo insignificante en algo absoluto.
Amor de entrega – amor mutuo (Efesios 5, 21-32)
Si buscáramos argumentos que alimentaran la polémica entre la sumisión y la libertad de la cultura machista versus feminista, en este texto, sería un error; ya que, la comprensión cultural del hombre y la mujer de la época en que se escribió, no se corresponde a la que hoy tenemos de la visión “hombre y mujer”. Este texto busca una analogía entre la relación mutua de Cristo y su Iglesia, semejante a la que puede existir entre un hombre y una mujer. Es una relación de entrega, amor ofrecido, gratuito. Pero requiere una respuesta mutua y libre, no porque Dios necesite ser correspondido, ya que su amor es pleno, y el dinamismo del amor conduce a la entrega generosa. Al contrario, conviene a nuestra libertad asumir el carácter mutuo que el amor despierta cuando es amor lo que se recibe de Dios. Es conveniente una entrega mutua y recíproca por nuestra libertad, porque, al asumir lo mutuo, nos libera del egoísmo caprichoso, que puede ser la nueva razón y la razón de siempre, que nos aparte del aprender la generosidad, la entrega y la mirada recíproca, a lo que el dinamismo del amor nos ha de conducir. Si rompemos ese dinamismo, la ruptura llega a la profundidad del amor y a la razón de amar. No sólo amamos a Dios porque él nos amó primero, sino porque en la respuesta libre, mutua y recíproca hacia Dios, doy sentido a la capacidad de compartir la vida con agradecimiento. Nuestra libertad tiene más sentido, alejándonos de la forma egoísta de la existencia, y comprometiéndonos con lo que tiene de generosidad y agradecimiento. A la vida ofrecida le ha de corresponder una vida agradecida.
El Espíritu que confiere la vida (Juan 6, 60-69)
La vida concreta que vivimos puede ser reflejada en la expresión del este pasaje de Juan, en el concepto de la carne. La carne no sirve para nada, es la nimiedad, lo alejado del sentido, lo alejado de Dios, la vida convertida en ridiculez irresponsable, la vida rebajada a lo insignificante. Por eso, la oferta de la resurrección, el espíritu que da la vida, no es la repetición de los esquemas culturales con los condicionantes que cada época le imprime. La resurrección ha de ser algo nuevo y recreado. La vida eterna, la vida recreada por Dios. Algo que escapa de nuestra historia, de nuestro tiempo, y de nuestra manipulación.
Lo que pertenece a Dios, es lo que hemos de permitir que Dios haga. Quizás perdemos mucho tiempo en “cómo va hacer la vida eterna, con quien queremos encontrarnos”, y desde la distancia de ese momento, y nuestros deseos, pretendemos jugar a condicionar a Dios, para decirle cómo tiene que ser nuestra vida eterna. Pero eso, no es más que una expresión inocente de nuestros deseos, pero también una pretensión oculta para decirle a Dios cómo queremos que sea nuestra “particular” vida eterna. Como si al morir lleváramos un prospecto o un libro de recetas que determinara las garantías de uso de la vida que Dios nos otorga. Y con ello no comprendemos que: si de Dios nos vino la vida, volvemos a nuestro origen, para volver a ser el aliento creador de vida, aquel que Dios insufló para nuestra existencia presente, y que el futuro acto creador pertenece a Dios, y sólo a Él. A nosotros, nos corresponde expresar la confianza y la fe, al pronunciar las palabras de “creer en la resurrección de la carne y la vida del mundo futuro”.
La Eucaristía, tema que está presente en este texto y en los discursos joánicos, es el sacramento escatológico que nos adelanta la Vida y que nos espera tras la muerte. Jesús pide a sus discípulos una adhesión libre y, si son capaces, llegar con él hasta el final, siempre, más allá de la muerte; y pronunciar en nuestro tiempo las palabras de Pedro: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabra de vida eterna, nosotros creeremos.