Oct
Homilía XXX Domingo del tiempo ordinario
Año litúrgico 2012 - 2013 - (Ciclo C)
“ Todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido ”
Pautas para la homilía de hoy
Reflexión del Evangelio de hoy
Dos figuras de orantes en el evangelio.
Las figuras del fariseo y del publicano que presenta Jesús pueden ser consideradas como una síntesis del sentimiento religioso y de lo que constituye la auténtica actitud religiosa: Aparece la contraposición de dos actitudes que vienen a recoger la radicalidad del mensaje de Jesús; también pueden aparecer dos criterios antagónicos, de los hombres y de Dios, reflejados habitualmente por los evangelistas cuando hablan de la justicia, del ayuno, del amor o del culto.
En ambos personajes podremos descubrir sus rasgos de fidelidad, coherencia y esfuerzo para el cumplimiento de las normas que exigen sus compromisos con la sociedad y la religión. En el fondo de sus conciencias rigen unos principios o criterios que les llevan a consecuencias radicalmente diferenciadas.
El fariseo: Seguridad en sí mismo, cargado de obras buenas, limosnas ayunos y oraciones que le llevan sinceramente a dar gracias a Dios. Convencido de lo que dice, con “orgullo” santo, diferente a los demás hombres; santidad distinguida, rígida y legalista, al que no se puede hablar de conversión, porque eso es para los pecadores. Hipocresía fina, que no es capaz de descubrir la vanidad y ceguera de su mentalidad y comportamientos. Es la figura del fariseo de todos los tiempos, que late también en nuestra propia personalidad.
El publicano: Aprovecha su puesto oficial, al servicio de Roma, para enriquecerse con la extorsión de los pobres. No rezador; cuando entra al templo descubre que su vida exige un cambio radical, y quisiera iniciar un estilo nuevo; se presenta como es, sin traje de fiesta y ante Dios, manifestando su situación interior. Salió justificado, no por el comportamiento anterior, sino por el cambio que está dispuesto a inyectar en su trayectoria personal.
La humildad y sus variantes.
Muchos han hecho de su falsa humildad la máscara que oculte su vanidad. En la vida aparecen dos clases de falsa-humildad: Una estratégica (ante los demás para arrancar una alabanza no conseguida de otra forma), otra sincera, pero perjudicial (de quien se menos-precia a sí mismo) por desconocer sus cualidades, dones y talentos naturales o adquiridos.
¿Qué será la verdadera humildad? Digamos que no hay que hacer nada para ser humilde, sino reconocer que “soy lo que soy”, sin más. No hace falta hablar del tema; basta con rechazar cualquier orgullo, vanidad, jactancia, vanagloria, soberbia, altivez, arrogancia, impertinencia... ¡casi nada! recordando, por otra parte también, que la humildad no es solo “la verdad”, sino “andar en verdad”, es decir conocer la verdad de lo que uno es y buscar a diario ese conocimiento personalizado de sí mismo.
Cuanto se violente la verdad, por defecto o por exceso, se aleja uno de la humildad. Se trata de descubrir nuestras auténticas posibilidades (dones de naturaleza y gracia) con sus propias limitaciones humanas; ni superiores ni inferiores que otros, sino lo que seamos en verdad para valorarlo con acierto y responsabilidad, en las relaciones interpersonales: Un conocimiento en totalidad, para el que necesitamos la ayuda de Dios y del prójimo.
Trayectoria de San Pablo.
San Pablo cambió su trayectoria de vida cuando descubrió a Jesús camino de Damasco. Es modelo de generosidad y entrega a la causa del evangelio tras su conversión del mismo modo que lo fuera antes persiguiendo a los cristianos; los rasgos de su identidad aparecen perfilados lo mismo en su trayectoria farisaica que cuando apeló al Cesar para ser juzgado por su condición judía.
Constancia y fidelidad, entrega y compromiso que le acarrean persecuciones y fatigas sin límite; considera basura el resto de atractivos terrenales ante la figura de Cristo que le llama a ser testigo de su vida, muerte y resurrección en el mundo entero. Pudo decir que “por la gracia de Dios soy lo que soy”; nosotros ¿nos atreveremos a repetirlo de veras?
En la vida práctica
a.- Grandeza de ser humildes. Aceptemos que la humildad no alude a comportamientos o actuaciones, a cuanto tenemos o hagamos, sino a modos de ser, actitudes, esa identidad continuada que siempre nos acompaña: Aquello que permanece inscrito en lo más íntimo del ser humano-sobrenaturalizado.
b.- Esperanza del caminar desde abajo. Atreverse a vivir el evangelio implica hacernos preguntas elementales, para ser respondidas por nosotros mismos: ¿Quién soy? ¿Objetivos de mi vida? ¿Qué representa para mí Jesucristo, o declararme cristiano?
c.- Necesidad de discurrir en verdad, y coherencia para re-conocer mejor cómo somos, en la complejidad de facetas de la vida afectiva íntima, familiar, social, evangelizadora.
d.- Gratitud por la ayuda de Dios. La oración, fuente de perdón y de paz habitual, será ayuda eficaz para orientar nuestra comunión con Dios y el prójimo, viviendo el futuro con esperanza y caridad fraterna.