Nov
Homilía I Domingo de Adviento
Año litúrgico 2011 - 2012 - (Ciclo B)
“ Vigilad, porque no sabéis el día ni la hora ”
Pautas para la homilía de hoy
Reflexión del Evangelio de hoy
Isaías, Pablo, Marcos
En la primera lectura, Isaías, después del exilio de Babilonia, habla a un pueblo sobre su crisis de identidad, que más que vivir, malvive y sólo subsiste, porque le falta la esperanza. El Profeta presenta a Dios como Padre, y pide que se abra el cielo y que baje el Señor a ellos, haciendo más creíble su paternidad. Esta oración profética fue escuchada y se hizo realidad en el nacimiento de Jesús en Belén, haciéndose humano, como nosotros, y enseñándonos a ser hijos del Padre y hermanos unos de otros.
Pablo, en la segunda lectura, se dirige a la comunidad de Corinto para animarla e intentar corregir posibles desviaciones, para que, cuando llegue la parusía, el “día de nuestro Señor Jesucristo”, la encuentre viviendo y practicando la vida que Jesucristo espera de ella.
Marcos, en los cinco versículos del evangelio de hoy, insiste por cinco veces en el imperativo de Jesús: “vigilad”, “velad”. Esperad vigilantes; velad esperanzados. Se nos pide cierta tensión, que nos haga estar “despiertos” durante la espera. Esta tensión, por supuesto, es compatible con la “gracia y la paz” de que nos habla san Pablo. Gracia y paz para no sentirnos solos en el camino, sino ilusionados mientras preparamos el encuentro con el Señor que llegará, aunque no sepamos cuándo.
“Vigilad, porque no sabéis el día ni la hora”
San Marcos abre el adviento con una llamada a la vigilancia. Es el Señor quien nos la recomienda con gran insistencia. Hoy se nos dice que hay que mantener la vigilancia “al atardecer, a medianoche, al canto del gallo y al amanecer”, es decir, en las cuatro vigilias en las que se dividía la noche. Vigilar es estar alerta, estar despiertos, estar preparados. Vigilar es la actitud de no dejarse sorprender, de no cansarse de la ausencia del Señor, de no dormirnos.
Pero, vigilar, ¿para qué? ¿Para que no nos pase nada? ¿Para que todo siga igual? Esa es la vigilancia de los satisfechos, de los que se sienten contentos con lo que tienen y con lo que son. Nosotros, los seguidores de Jesús que empezamos a preparar el Adviento del año 2011, vigilamos con la esperanza de no frustrar la llegada de quien puede cambiarlo todo, todo lo que todavía nos falta: queremos valores evangélicos, actitudes como las de Jesús, apuesta por la Buena Noticia que, el que va a venir, nos trae. Queremos una paz como la que Jesús daba a sus discípulos; buscamos tener hambre de justicia evangélica; queremos poseer la Verdad para ser testigos, luego, de ella ante los demás.
Hoy el evangelio nos dice también otra palabra para indicar lo mismo: “velad”. Velar es lo contrario de dormir. Es mirar con ojos bien despiertos en todas las direcciones, con un doble propósito: que nadie nos engañe con soluciones fáciles para problemas profundos: “Si alguno os dice que el Mesías está aquí o allí, no le creáis. Porque surgirán falsos mesías y falsos profetas que harán signos y portentos para engañar, si fuera posible, a los elegidos. Pero, vosotros estad atentos, que os he prevenido” (Mc 13, 21-23). Y en segundo lugar, mirar para aprender y discernir los signos de los tiempos.
Tarea de los criados
Al irse de viaje el Señor, además de encargar al portero que velara, “dio a cada uno de sus criados su tarea”. Parece que la voluntad del Señor es conservar, pero no sólo. Conservar ya lo hace el portero, los criados no sólo tienen que estar despiertos, no sólo no tienen que hacer nada malo, tienen encomendada una tarea. Y la liturgia nos lo recuerda al comenzar el año litúrgico, al comenzar el adviento.
Esta es nuestra encomienda como criados del Señor. Para llevarla a cabo estamos bien equipados, todos hemos recibido más de lo que necesitamos. Sólo hace falta ponerse manos a la tarea, negociar, producir: “Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado” (Mt 28,18-20).
La tarea común a todos, con matices personales en cada caso, es hacer eficaz el amor de Dios, hacer posible el proyecto de Dios y, para lograrlo, ofrecer de palabra y de obra la buena noticia del Evangelio.
¿Hasta dónde tiene que llegar la tarea? ¿Cuándo se puede dar por cumplida y acabada? En dependencia de los talentos recibidos, hasta donde podamos. No se trata de una competición, sino de un encargo y de una gestión. Se acaba cuando regrese el Señor, y vea y apruebe lo que hemos hecho. Más que hasta dónde, debe preocuparnos el cómo llevarla a cabo. No es lo mismo en tiempos de bonanza o de crisis. Habrá momentos en que la tentación siga siendo hacer un hoyo en la tierra, esconder los muchos o pocos dineros del Señor, y esperar a que amaine el temporal. Pero, no podemos permitirnos esos lujos. Necesitaremos esfuerzo, sacrificio y dedicación, y contamos con ello.
Antes de acabar, una palabra sobre un segundo matiz del cómo realizar nuestra tarea. Me refiero a las formas, porque no sirven todas. Si de verdad estamos, no digo orgullosos, pero sí contentos, felices y agradecidos del encargo y confianza del Señor al confiarnos la tarea, tiene que notarse y repercutir. Tienen que vernos con ilusión, tienen que notar que tenemos fe en lo que hacemos. Que, de tal forma hayamos asumido la encomienda, que la hayamos hecho nuestra y queramos expandirla y contagiarla porque la consideramos la Buena, la mejor Noticia.
Que el Señor vuelva cuando quiera. No hagáis caso de los que teman su regreso. Nosotros a lo nuestro, a la tarea. Que en ella nos encuentre bregando, sudando, pero cantando. Y al portero, velando.