Dom
27
Abr
2025

Homilía II Domingo de Pascua

Año litúrgico 2024 - 2025 - (Ciclo C)

Paz a vosotros

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

La misericordia de Dios en nuestra vida

Hoy la Iglesia nos invita a contemplar el amor incondicional de Dios, que se manifiesta en la misericordia de Jesús resucitado. En el Evangelio, vemos cómo Jesús se aparece a sus discípulos, llevándoles paz y perdón, especialmente a Tomás, quien en su duda necesitaba una experiencia directa con el Resucitado. Este encuentro es una invitación para nosotros: confiar en el Señor y experimentar su misericordia en nuestra vida.

En este Segundo Domingo de Pascua, también conocido como el Domingo de la Divina Misericordia, nos lleva a profundizar en el significado de esta palabra: misericordia, que revela la grandeza de Dios, la profundidad de su amor y lo sublime de su actuar. Y es que la misericordia nos habla de un Dios que tiene entrañas de compasión, un Dios cercano, un Dios que ama incondicionalmente a la humanidad y cuyo corazón es el centro de gravedad de su amor infinito.

Creer en un Dios Todomisericordioso nos libera del miedo y nos abre a la esperanza de una reconciliación universal. Su misericordia, manifestada en sus obras, nos permite experimentar su amor y nos impulsa a proclamar con fe y confianza: “¡Señor mío y Dios mío!”

El Resucitado está entre nosotros y nos regala su paz

La paz es la respuesta del Señor a todas nuestras angustias. No es solo una sensación pasajera, sino una forma de ser quienes realmente somos. La paz es fruto de la Pascua y don de Dios, quien en Cristo ha reconciliado todas las cosas.

Una y otra vez, el Resucitado llega a nuestra vida y nos dice: "La paz esté con ustedes". Su paz no es un mérito nuestro, sino un don inmerecido, nacido del amor renovado de Dios, que siembra esperanza en los corazones temerosos.

¿Cómo es esa paz?

Nace de la reconciliación, del perdón de los pecados y de la certeza de que la muerte ha sido vencida. La paz es el nombre del perdón que nos libera de toda esclavitud, nos permite ser uno con nosotros mismos y vivir en comunión con Dios y con los demás. El perdón es el camino hacia la paz, su instrumento más poderoso, el fruto del amor pascual que todo lo renueva.

A lo largo de la historia, la humanidad ha anhelado la paz. Sin embargo, la violencia y la guerra, en todas sus formas, mantienen viva la sed de paz como antídoto contra el sufrimiento y la muerte. Queremos la bienaventuranza de la paz, pero nos resulta difícil construirla. Nos esforzamos por sembrarla en nuestras vidas y en la sociedad, pero cuán frágil y efímera parece ser.

Si verdaderamente queremos paz, debemos aprender a perdonar desde lo más profundo del corazón. Solo el perdón devuelve al hombre su dignidad, lo renueva, le abre caminos y lo limpia del miedo a amar. Perdonar es devolver la oportunidad perdida, disipar los temores y sanar las heridas de nuestra fragilidad.

La paz nace de la cruz

La paz del Señor brota del sacrificio de Cristo en la cruz, donde, por amor, renunció a su propia vida por nosotros. Su entrega no fue espontánea ni sencilla, sino fruto de una entrega total. En el pasaje evangélico, el Resucitado invita a Tomás a tocar sus heridas, a grabar en sus manos la dureza de la cruz, el precio del perdón y de la paz. De la misma manera, nosotros estamos llamados a comprender que el perdón no es fácil, que duele y nos desafía, pero que, al igual que la cruz, es fuente de salvación, esperanza y paz verdadera.

Que el Resucitado habite en nuestros corazones y los haga arder con su amor transformador. Tenemos hambre y sed de muchas cosas, pero, sobre todo, de paz. La lucha constante y la ansiedad que nos consume son signos elocuentes de su ausencia.

Imploremos, como San Francisco de Asís, el don de ser instrumentos de paz, porque "perdonando se es perdonado y muriendo se alcanza la vida eterna".


Abril 2025