Jul
Homilía XVII Domingo del tiempo ordinario
Año litúrgico 2013 - 2014 - (Ciclo A)
“ El Reino de Dios se parece a... ”
Pautas para la homilía de hoy
Reflexión del Evangelio de hoy
Con qué compararemos el Reino de Dios… (Mc 30)
Jesús utilizaba comparaciones conforme al tipo de sociedad y la manera de ser de la gente que se le acercaba para explicar el Reino, con quienes compartían momentos con él…: la naturaleza, las labores del campo, las faenas del mar, los usos domésticos o los negocios de la vida…
Hoy es “el tesoro escondido…”, “el comerciante de perlas finas…”, “la red de pesca…” y al final “el buen padre de familia…”
Jesús quiere destacar el valor del Reino de los cielos, que es mayor que cualquier cosa que existe en el mundo, y con la que nada se le puede comparar. Es un tesoro o perla tan rica que vale más que todo… Aunque el verdadero tesoro del hombre, el que es capaz de dar sentido a su vida, solo se encuentra en Dios, porque solo él sacia el ansia de infinitud que toda persona siente… Cada uno somos un abismo y solo un abismo más grande podrá saciarnos: “Quien a Dios tiene, nada le falta, solo Dios basta” dirá Teresa de Jesús.
El tesoro más importante de la vida
Quien encuentra a Dios, encuentra el tesoro más preciado de su vida, y a Dios solo le encontramos en Jesús y a través de aquellos con los que Jesús se identificó. Jesús es el revelador del Padre, y por él todos los hombres tienen acceso a Dios. Así se lo dice Jesús a su apóstol Felipe: “quien me ve a mí ve al Padre…” (Jn 14,9). Necesitamos de Cristo para ir al Padre, para conocer a Dios.
¿Dónde se encuentra hoy ese tesoro? En los hermanos, en la humanidad doliente. Dios está escondido como un tesoro en todos los hombres y mujeres de la tierra, en la persona que camina a nuestro lado o se sienta junto a nosotros o comparte nuestra relación familiar, o alienta nuestro trabajo o disfruta de nuestro espacio de ocio y descanso. Dios se encuentra escondido en el que sufre o llora en el interior de su corazón, en el emigrante que está sin saber dónde ir, en los desheredados de la fortuna, en los marginados y hasta en los perseguidos por causa de su nombre.
Y quien ha descubierto a Dios así, ha hallado un tesoro y es lo único que da sentido a la vida y en comparación con todo lo de este mundo… es tenido en nada.
¿Tendremos que pedir al Señor “capacidad para discernir el bien y el mal, para escuchar y gobernar…” (1 R 3,5ss), como Salomón? Eso nos podría ayudar a la hora de mirar al hermano.
La alegría de los cristianos: sentir el evangelio como fuente de alegría
Cuando un cristiano ha encontrado ese tesoro y está en disposición de dejarlo todo por él, todo se hace y vuelve más ligero. Suelta lastre, el corazón deja de pesarle y vuela con determinación y alegría. Está hasta en disposición de dejar todo por él. Se da cuenta de que el Evangelio, el Reino de Dios, no es una pesada carga que impide vivir la vida con espontaneidad, sino con amor y alegría, porque siempre nos invita a compartir con los demás. Y empieza la verdadera misión de un cristiano: ayudar a los demás a encontrar su perla, su tesoro escondido…
Al final del Evangelio de hoy, nos encontramos con otra brevísima parábola, “la de la red barredera”, semejante a la del trigo y la cizaña (Mt 13,24ss), con la referencia del juicio final entre los buenos y malos. Pero hasta entonces, no lo olvidemos, todos tenemos la oportunidad de optar por la salvación mediante la conversión.
Las apocalípticas palabras del evangelio de hoy: “apartaos de mí…”, no las quisiéramos ver cumplidas en ningún hombre de la tierra, porque Dios al final de la Creación dijo que “vio que todo cuanto había hecho y estaba muy bien” (Gn 1,31), y en esa bondad misericordiosa confiamos todos.