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Homilía Segundo Domingo de Cuaresma
Año litúrgico 2009 - 2010 - (Ciclo C)
“ Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos. ”
Pautas para la homilía de hoy
Reflexión del Evangelio de hoy
Doble faceta de la Transfiguración
La escena de la Transfiguración muestra dos facetas: la gloriosa y dolorosa íntimamente unidas, la cara y cruz de la misma moneda.
A primera vista, el relato evangélico puede deslumbrarnos por los destellos de luz que de él se desprenden. El velo que oculta la divinidad de Jesús se rasga, y los discípulos entreven un anticipo fugaz de la gloria de la resurrección de su Maestro, descrita con una gran riqueza de imágenes. La gloria, manifestación visible de la presencia de Dios, se transparenta a través del cambio que se produce en el rostro glorioso de Jesús y en sus vestidos de un blanco resplandeciente. Moisés y Elías, prototipos de la ley y los profetas, aparecen con gloria. Los discípulos, envueltos en la nube, entran también a participar de la gloria del transfigurado.
Sin embargo, el evangelio de Lucas arroja, al mismo tiempo, luz sobre la faceta dolorosa. El relato se halla situado entre el primer y segundo anuncio de Jesús a los discípulos de su pasión y muerte. En el mismo capitulo, Lucas narra que el Señor baja del monte y emprende el camino doloroso de su subida a Jerusalén. Allí ascenderá para morir a otro monte, el del Calvario. Además, el evangelista explicita el tema sobre el que versa la conversación entre el transfigurado, Moisés y Elías: la “partida”, es decir la muerte, que Jesús iba a consumar en la ciudad santa.
Ambas facetas, la de la cruz y la de gloria, la de la muerte y la resurrección, muestran el claroscuro del camino pascual de Jesús, que Ilumina nuestro caminar creyente. ¿Dónde experimentamos este claroscuro en nuestra vida? ¿Cuáles son las transfiguraciones que hemos de vivir personal y comunitariamente, para que aparezcan signos esperanzadores de la nueva humanidad y la nueva tierra? ¿Cuáles son los rostros desfigurados que necesitan transfiguraciones?
Dos reacciones muy humanas
Cuando la desgracia nos alcanza, deseamos que pase pronto; nos cuesta recibir la visita del dolor bajo cualquiera de sus rostros: enfermedad, fracaso, soledad… Pero, cuando vivimos momentos de felicidad y de gozo, nos gustaría poder eternizarlos y que el tiempo se parase. Seguramente, reconocemos en las palabras de Pedro un eco de las nuestras: ¡qué bien estamos aquí!, ¡qué hermoso es lo que estamos viviendo!, ¡qué a gusto nos encontramos en este ambiente o con estas personas!...
Tal vez, a ambas reacciones, la de huir del dolor y la de retener la felicidad, responde el deseo expresado por Pedro: “Maestro, bueno es estarnos aquí. Vamos a hacer tres tiendas…” Los discípulos no habían entendido nada del primer anuncio de la pasión y tampoco entenderán más de los siguientes: “nada de esto comprendieron,(…) no entendían lo que decía” (Lc 18, 34).
Sin embargo, Pedro no puede desviar a Jesús del cumplimiento de su misión, no lo puede detener en el monte de la transfiguración, cuando va a iniciar su éxodo hacia el Padre, que pasa necesariamente por el trago amargo de su pasión y muerte, antes de alcanzar la glorificación definitiva en su resurrección.
¿En qué reacciones de Pedro nos reconocemos cada uno y cada una, y comunitariamente? ¿Cómo procesamos evangélicamente el fracaso y el dolor que aparecen en nuestro camino cristiano?
La revelación del Padre
Es el punto culminante del relato lucano. La gloria de Jesús, que se manifestó en el bautismo en el Jordán y que ha permanecido velada en su humanidad, irrumpe de nuevo en la Transfiguración. La voz de Dios Padre proclama que el transfigurado es su Hijo, su Elegido (titulo mesiánico), pero esta revelación divina solamente podrá ser comprendida en plenitud tras la resurrección.
Pedro, Santiago y Juan se hallan, de repente, envueltos por una nube misteriosa, símbolo de la presencia de Dios que cubre y protege a los tres discípulos, como cubría la tienda del Encuentro en la que Moisés hablaba con Dios como con un amigo. Sólo, penetrando en la nube serán capaces de escuchar la voz del Padre que revela la condición divina de su Hijo: “Este es mi Hijo, el Elegido”.
Parémonos, leamos de nuevo lentamente el relato, para caer en la cuenta de nuestra vocación de hijos e hijas de Dios en el Hijo. Pidámosle al Padre la fuerza de defender siempre la dignidad de sus hijos, especialmente, los mas necesitados.
Escuchar al Hijo
La voz que oyen en la nube, explicita además un mandato “Escuchadlo”. Dios Padre pide a los testigos de la transfiguración y nos pide a nosotros que escuchemos a su Hijo. Escuchar implica estar atentos, prestar atención a lo que hemos oído, sintonizar con los sentimientos de la persona que habla. Un rasgo se une en el relato a la revelación de Dios: “guardaron silencio”.
Vivimos muchas veces con prisas, aturdidos por muchas palabras vacías y nos resulta difícil encontrar tiempo para escuchar a Dios y a las personas. Tal vez fuera bueno hacer la experiencia del silencio. Ahí, en ese habitar el silencio y en la oración, podremos afianzar nuestra fe y esperanza y encontrar el aliento necesario para aportar luz, ánimo y consuelo a quienes viven desfigurados por la vida.