Jun
Homilía XIII Domingo del tiempo ordinario
Año litúrgico 2014 - 2015 - (Ciclo B)
“ Dios todo lo creó para que subsistiera ”
Pautas para la homilía de hoy
Reflexión del Evangelio de hoy
Hemos sido creados para vivir
La vida es un maravilloso don de Dios, que nunca agradeceremos bastante, aunque no siempre podamos disfrutarlo de manera placentera. Sabemos que, en muchas ocasiones, esa vida se nos hace penosa, se convierte en una carga pesada, difícil de soportar. Incluso hay quien, en tales circunstancias, no desea ya vivir.
En realidad, somos el fruto de un amor de predilección. Dios nos creó por amor, y a las demás criaturas por amor nuestro. Todas ellas están asociadas a nuestro destino de inmortalidad (cf. Rom 8, 19-21). La mirada de Dios sobre todos nosotros ha sido y sigue siendo de complacencia. Las penalidades innegables de este mundo no podrán oscurecer nunca del todo este designio de amor y de vida sobre cuanto existe.
Y, no obstante, el sufrimiento y la muerte son una realidad insoslayable. Unos la "viven" con resignación, otros con rebeldía. Un cristiano la acepta como algo inherente a su frágil condición humana, herida además por el pecado. Esta situación penosa trastorna también nuestra relación con las demás cosas. Pero, por encima de todo, para el creyente la muerte nos abre definitivamente a la vida dichosa que Dios quiso para nosotros.
Cristo nos comunica la verdadera vida
En el fondo, la cuestión decisiva no es nuestra muerte física, vivir más o menos tiempo en la tierra. Si nuestro corazón está puesto en los bienes definitivos, "en las cosas de allá arriba", como dice san Pablo, nuestra aspiración más profunda es vivir para siempre, y no de cualquier manera, sino siendo plenamente felices.
El pecado nos sometía a la muerte, a la "muerte espiritual" (es decir, al alejamiento de Dios), de la cual la muerte física es su eco más tangible. Pero Cristo nos ha liberado del pecado y, en consecuencia, de la muerte, de esa muerte que consiste en vivir sin él aquí y allá, en nuestra etapa histórica y en nuestra consumación escatológica (= a la hora de nuestro fin mundanal). De esa liberación que vino a procurarnos nos dio diversas señales a lo largo de su vida: el evangelio de hoy nos habla de dos.
"Tu fe te ha curado", "basta que tengas fe"; la fe es el requisito fundamental a través del cual Jesús libera del pecado y sus consecuencias: el mal, el sufrimiento, la muerte. La curación de la mujer que padecía flujos de sangre o la resurrección de la hija de Jairo son sólo indicios -pero son ya un anticipo- de la salud definitiva, de la vida eterna, que Jesús nos promete y que él mismo inauguró con su resurrección.
La vida definitiva se prepara ayudando a vivir
"Esto no es vida", dicen aquellos que, aun pudiendo todavía respirar, moverse y relacionarse, llevan una existencia tan precaria que les impide disfrutar mínimamente de ese maravilloso don de Dios. La vida biológica no proporciona en sí misma suficiente aliciente para sentirse verdaderamente vivo. Es necesario, por ejemplo, poder disponer de unos recursos que permitan una vida digna.
Es lo que Pablo deja entrever en su discreta recomendación a los cristianos de Corinto: los hermanos de la comunidad de Jerusalén están pasando necesidad, debéis ayudarles. Y les da tres razones. La principal: Jesucristo se despojó de su riqueza eterna para enriqueceros a vosotros, con unos bienes que no podíais siquiera sospechar. Además, la situación en que ellos se encuentran puede ser la vuestra algún día. Y por último: la Escritura habla de igualdad, por encima de la escasez o la acumulación.
En consecuencia, para que la vida definitiva sea deseada por todos, es necesario que estemos dispuestos a hacer deseable a todos la vida presente. No podemos desear vivir para siempre si la vida que ahora tenemos no nos merece en absoluto la pena. ¿Por qué habríamos de apetecer una vida más allá de la muerte, si la única que conocemos no nos permite vislumbrar en modo alguno su atractivo?