Dom
28
Ago
2011

Homilía XXII Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2010 - 2011 - (Ciclo A)

El que pierda su vida por mí la encontrará

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

  • El hijo del Hombre tiene que padecer

En el Nuevo Testamento, especialmente en las Cartas de san Pablo, hay un dato que sobresale con mucha claridad: la contraposición entre “la sabiduría de este mundo” y “la sabiduría de Dios” revelada en Jesucristo. Los judíos pedían signos de un mesías, que engrandeciera las soberbias del templo. Los griegos pedían la explicación de todas las razones de las cosas. Pero esta señal no era otra que Cristo muerto y resucitado (1 Co 1, 22-25). Pedro, como los otros discípulos, no estaba de acuerdo con Jesús, porque un Mesías no debía sufrir, según lo que siempre se había enseñado en las tradiciones judías; eso desmontaba su visión mesiánica. El reproche de Jesús a Pedro es una advertencia muy seria de que estaba en juego la esencia del contenido de la vida de Jesús. Jesús plantea la cuestión esencial de dar sentido a una vida humana sometida al dolor y al desconcierto.

La profundidad de la sabiduría revelada en la cruz rompe nuestros esquemas habituales de reflexión, no somos capaces de expresarla de manera adecuada. Incluso nos puede parecer que es de mal gusto hablar de la cruz. Algunos tienden a ocultar la cara más sangrante y desgarradora para no herir nuestra sensibilidad. ¿Por qué se ocultan estas cosas, si es una enseñanza sobre la vida? Otros, en cambio, exhiben imágenes terroríficas, como si no hubiera otra realidad, describiendo sólo el dolor sin piedad ni respeto. Ante el dolor de los que viven esas situaciones son necesarias la sensibilidad y la compasión. La tradición cristiana nos invita a volver la mirada a “este varón de dolores”, que es Cristo.

  • El que pierda su vida por mí la encontrará

Jesús introduce algunas aclaraciones sobre el significado del gesto que iba a realizar. No se trata de menospreciar esta vida. Jesús no dice que la vida no tenga importancia y que tengamos que despreciarla. Al contrario está sugiriendo que es precisamente la vida lo que Dios ha puesto en nuestras manos para hacerla crecer y cuidarla hasta la vida eterna. Son expresiones que indican la donación de la vida, no el menosprecio de esta vida. La vida tiene otros límites, que la abren hasta la vida eterna. Y es que erigirnos en dueños de la vida nos lleva a destruirla, porque perdemos las cosas cuando queremos poseerlas. Las enseñanzas de Jesús invierten las aspiraciones humanas: es rico el que da.

Los hombres han buscado el beneficio de Dios con muchos sacrificios expiatorios. Estos rituales de ofrecer cosas e incluso personas nunca terminaban de producir víctimas, porque no ofrecían nada personal. Pero este gesto sacerdotal de Jesucristo en nada se parece al sacrifico pagano repetitivo e interminable. De ahora en adelante el verdadero mártir es el que mancha la bandera roja de la justicia y de la libertad de la humanidad con su propia sangre, nunca con la sangre de los demás. De este modo se deja de asistir al espectáculo obsesivo y permanente de ofrecer víctimas sin cuento. Es esto lo que lo hace digno de fe el gesto de Jesús.

  • El que quiera venirse conmigo cargue con su cruz y me siga

Finalmente vienen los dichos sobre el seguimiento, donde Jesús revela sus genuinas exigencias. La fe de los discípulos se había acrisolado después del reproche a Pedro, cuyas carencias de su confesión mesiánica eran manifiestas. Ahora en el momento de comenzar al camino a Jerusalén ya puede hablar abiertamente de la cruz, con todo lo que ello significa para Jesús en su proyecto del anuncio del Reino. La identificación, en el texto, entre cruz y vida personal es indiscutible: para seguirle hay que llevar la cruz. Por eso, la cruz, en estas aclaraciones, es la misma vida. Nuestra propia vida, nuestra manera de sentir el amor y la gracia, el perdón y la misericordia, la ternura y la confianza en la verdad y en Dios como Padre. Eso es “una cruz” en este mundo donde su sabiduría se opone a la sabiduría de Dios. La cruz ya no es el inicuo instrumento de tortura, sino que para los cristianos es un signo muy sagrado. La cruz está en la vida: en amar frente a los que odian; en perdonar frente a la venganza. La cruz de nuestra vida, nuestra cruz (“cargue con su cruz”, dice el dicho de Jesús), se convierte en signo de salvación para todos los que creen en Él.

La cruz deja de ser instrumento de tortura después del gesto que Jesús hizo sobre ella. La religión de la cruz no es la religión de la ignominia, sino de la condescendencia con los débiles y con los que no cuentan en este mundo. Jesús nos invita:

  1. Llevar la cruz significa reservar a Dios el juicio sobre los sufrimientos humanos: “Dios me libre de juzgar a mis hermanos sin haber calzado durante un mes sus zapatos”. Jesús dice que todas las víctimas son inocentes.
  2. Llevar con dignidad la propia cruz, sin descargarla sobre los demás. El sufrimiento ya no es una condena. Jesús nos ayuda a llevar nuestras cruces, ya que cargó con ellas. No se puede predicar la solidaridad humana con los oprimidos y marginados, si descartamos la cruz. La vida es un acto de obediencia a Dios para salvar la propia dignidad.
  3. Y, por fin, si todavía quedan fuerzas, ayudar a los otros a llevar su cruz. No siempre quedan fuerzas. Jesús conoce muy bien nuestras fuerzas, cuando hay buena voluntad.

Nuestro profundo deseo es que la palabra cruz sólo se use para evocar un antiguo instrumento de tortura y que desaparezca de nuestro horizonte. Pero mientras haya dolores humanos, la cuestión de la cruz seguirá siendo insoslayable. La cruz se ha convertido en signo de salvación para los cristianos, porque en ella se llevó a cabo el mayor gesto de amor. Por eso los cristianos nos bendecimos con ella en el nombre Dios Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, que es la imagen del misterio del amor de divino. La señal de la cruz es el gesto de oración más importante de los cristianos. Su repetición es el modo de practicar y experimentar la fe en el misterio de Dios salvador.