Dom
29
Mar
2015

Homilía Domingo de Ramos

Año litúrgico 2014 - 2015 - (Ciclo B)

Ha llegado la hora

Pautas para la homilía de hoy

Reflexión del Evangelio de hoy

  • “Bendito el que viene en nombre del Señor”

Se acercan las fiestas de la Pascua y Jesús llega a Jerusalén. La ciudad y el momento en que esto sucede indican el trágico final que allí le espera. Y Jesús lo sabe.

Lo sorprendente es que no se acerca a ese momento final como un derrotado, ni entra en la ciudad como un triunfador victorioso. Lo hace con sencillez, humildad y una bondad que impresionan. Organiza él mismo la entrada para que no sea una ostentación, sino una manifestación popular de paz y alegría de las gentes más humildes y sencillas; los que siempre le han acompañado y han estado con él.

Todo ese ambiente y esas escenas nos parecen evocar el logro de las aspiraciones de los más débiles y desamparados de este mundo. En Jesús triunfa todo lo que en el orden presente fracasa. Este parece ser el significado más profundo de la entrada de Jesús en Jerusalén.

Jesús quiso inaugurar su Pasión proyectando sobre ella una luz profética anunciadora de su victoria. Esta es la razón de su entrada mesiánica en la ciudad de David.

El relato presenta a los fariseos protestando y exigiendo reprensión para los humildes y sencillos. Vemos una vez más cómo la religión puede endurecer el corazón de no pocas personas. Muchos no soportan que sea el pueblo humilde el que cante la alegría.

También nosotros nos unimos a los “hosanna” que coreaba el gentío; es el modo en que los cristianos seguimos proclamando nuestra fe en Cristo Señor, soberano de la vida.

Después de la cena tiene lugar un momento de transición, podríamos decir, en el Monte de los Olivos. Pero de una relevancia capital. Jesús comienza a orar. Empezó a sentir terror y angustia: “Me muero de tristeza”. Y varias veces encontró dormidos a los discípulos, incapaces de velar y orar con él.

Pedro llega a decirle: “Aunque tenga que morir contigo, no te negaré”. Y el texto de evangélico añade: “Y los demás decían lo mismo”. Es la hora de preguntarnos también hasta dónde estamos dispuestos a llegar en nuestro seguimiento al Maestro, al Señor.

Es hora de reconocer que nosotros muchas veces prometemos fidelidad y seguimiento al Maestro; también puede que lo confesemos, adoremos y besemos. En otras ocasiones, como los discípulos de aquella hora, también nosotros nos dormimos, lo negamos, lo abandonamos y huimos.

Toda la liturgia del Domingo de Ramos, no solo la de la Pasión, nos enfrenta con lo que puede ser la trayectoria, el recorrido de nuestra propia vida de fe, del seguimiento de todo cristiano.

También nosotros debemos pronunciarnos ahora a su favor, con verdad. Debemos preguntarnos si de verdad estamos dispuestos a afrontar con el Maestro y Señor Nuestro el camino del amor, de la fidelidad y de la entrega hasta las últimas consecuencias, para vivir con plenitud.

  • Vivir la Pasión. Vivir con Pasión.

Cada Domingo de Ramos se lee la Pasión con la idea de que la Cruz de Cristo domine toda la semana: el camino de la cruz, la entrega, el amor, el camino de la Vida.

La pasión es todo sentimiento que rige y dirige la vida de alguien volcado en la felicidad de otra persona, a quien se considera imprescindible, de quien se está pendiente, y por quien se es capaz de entregar hasta lo más propio y personal.

Pasión es la actitud y los sentimientos de padres y madres, de enamorados, de entregados, de fanáticos… Hay pasiones que matan y pasiones que dan vida; todos sabemos que hay pasiones insanas, morbosas, destructivas. Y hay pasiones, por el contrario, que dan vida y construyen, promueven, liberan, solidarizan, humanizan.
El caso de Jesús, cuya Pasión ha de ser como un referente de nuestras pasiones, es el de quien está preocupado por unir, dar vida, hacer posible la felicidad de todos, y especialmente de quienes más carecen de ella.

Precisamente en la narración de la Pasión encuentra respuesta la pregunta fundamental para todo discípulo y todo creyente: ¿quién es Jesús?, que constituye el eje del evangelio de Marcos. En la Pasión se revela el misterio: Jesús es verdadero hombre y verdadero Dios.

La afirmación del centurión, un pagano, que lo ve morir así (Mc 15, 39) es el símbolo del camino de la incredulidad a la confesión de fe que cada uno de nosotros está llamado a hacer contemplando al Crucificado. La narración es sobria, condensada, incisiva; los acontecimientos hablan por sí mismos. Y el protagonista calla.

Jesús se muestra verdadero hombre en Getsemaní: cae a tierra orando, en un gesto de súplica, angustia y abandono. Pero a la vez, se nos muestra verdadero Hijo de Dios ya que puede invocar a Dios, al Altísimo, con el apelativo de “Abba”.

Tras la repetida oración tendrá lugar la dolorosa y confiada entrega a la voluntad del Padre.

Solo a los pies de la cruz podrá renacer en nosotros una fe más madura y auténtica en Jesús, verdadero hombre y verdadero Dios; un Dios tan enamorado de sus hijos que acepta nacer, vivir y morir… por Amor.