Abr
Homilía V Domingo de Pascua
Año litúrgico 2017 - 2018 - (Ciclo B)
“ Sin mí no podéis hacer nada ”
Comentario bíblico
de Fr. Gerardo Sánchez Mielgo - (1937-2019)
Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 9,26-31
Marco: Es un fragmento, que sigue a la vocación de Pablo, dramático y entrañable a la vez: la reacción de los creyentes ante el antiguo perseguidor.
Reflexiones:
1ª) No se fiaban de que fuera realmente discípulo.
Llegado Pablo a Jerusalén, trataba de juntarse con los discípulos, porque no se fiaban de que fuera realmente discípulo. Entonces Bernabé se lo presentó a los Apóstoles. Pablo trataba de juntarse con los discípulos. Era consciente de que no es fácil aceptar a un ex-perseguidor y a la vez que sólo desde la comunidad podía ejercer su tarea de proclamador a la que había sido llamado. También es explicable que los discípulos expresaran graves reservas para aceptarlo. En el plano humano la escena es de un realismo sobrecogedor, difícil y de una autenticidad indiscutible. Entrar en comunión vital, aceptar en la propia familia a quien no hace mucho los perseguía a muerte no es asunto liviano. La proclamación de esta lectura hoy nos invita a una reflexión profunda sobre el nivel de acogida que se da en nuestras comunidades religiosas, familiares y parroquiales. Debemos, animados por el Espíritu, crear espacios para una verdadera comunión que acepta al otro en su situación real. Esto sólo es posible en clave de Pascua.
2ª) Necesidad de la escucha y del diálogo.
Saulo les contó cómo había visto al Señor en el camino, lo que le había dicho y cómo en Damasco había predicado públicamente el nombre de Jesús. Es necesario un diálogo franco y abierto de las vidas, de las mentes, de los gestos y de las palabras. Pablo sabe que el único camino para ser aceptado parte de su esfuerzo por acercarse. Y les cuenta cómo fue sorprendido en el camino de Damasco por el Señor resucitado y cómo le ha cambiado su vida radicalmente. Saúl, Saúl, ¿por qué me persigues? Te es duro dar coces contra el aguijón' (Hch 26,14). Pablo recuerda en sus Cartas que la tarea ha supuesto para él un duro cambio, pero es un mandato del Señor: Levántate y ponte en pie; pues me he aparecido a ti para constituirte servidor y testigo tanto de las cosas que de mí has visto como de las que te manifestaré (Hch 26,16). Marcha, porque yo te enviaré lejos, a los gentiles (Hch 22,21). Por eso está dispuesto a establecer la comunión con los dirigentes de la Iglesia madre. Bernabé, futuro cooperador suyo durante el primer viaje apostólico, hizo de mediador entre Pablo y la comunidad, ya que poseía especiales dotes para la mediación y para crear la paz y la concordia. Hoy como ayer no es fácil aceptar lo nuevo, lo sorprendente y lo inusitado.
3ª) El perseguidor predica a Jesús con fuerte oposición.
Saulo se quedó con ellos y se movía libremente en Jerusalén predicando públicamente el nombre del Señor. Hablaba y discutía con los judíos de lengua griega, que se propusieron suprimirlo. Los judíos de lengua griega son los procedentes de la diáspora (vivían entre los gentiles pero mantenían su fidelidad a la fe en Dios). Aceptado por los dirigentes y por la comunidad, Pablo dedicaba a predicar públicamente el nombre de Jesús, como los apóstoles y Esteban. Hablaba y discutía, apoyado en la Escritura, con los judíos de lengua griega para demostrarles que Jesús era el verdadero Mesías esperado por Israel. Amenazado por la oposición y la persecución, Pablo debe huir de Jerusalén. La vocación apostólica y la fe en Jesús lleva consigo las marcas del maestro: la persecución y la muerte. El éxito humano y ostentoso no son las señales del verdadero testigo de Jesús. Son testigos del Resucitado que está sentado a la derecha del Padre y les reafirma con el don del Espíritu como lo sigue haciendo ahora con la Iglesia y con los creyentes inmersos en un mundo hostil y agresivo. Tampoco el creyente de hoy lo tiene fácil porque debe mantener a la vez la necesidad de la encarnación y las exigencias de la fe en Jesús; ambas realidades se necesitan para realizar la humanización auténtica del mundo.
Segunda lectura: Primera Carta de san Juan 3,18-24.
Marco: Vivir como hijos de Dios, de ahí la experiencia de confianza en Dios que es Padre.
Reflexiones:
1ª) Obras son amores y no buenas razones.
Hijos míos, no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad. En las comunidades joánicas ha surgido una grave crisis de carácter doctrinal y práctico. Se ha puesto en duda la identidad de Jesús, es decir, la imposibilidad de que el Hijo de Dios, el Revelador, se haya hecho realmente hombre y haya padecido una muerte salvadora. Un grupo de disidentes han comprometido la unidad en la comunidad. El autor recuerda que la verdadera fe se traduce en un compromiso ético de los miembros de la comunidad que verifica la autenticidad de la doctrina. Jesús nos recordaba, hablando de los fariseos, haced lo que dicen, pero no hagáis lo que hacen. En nuestro mundo, dominado por la imagen, es necesario traducir en realidades visibles la verdad que profesa el creyente. La Iglesia pide solemnemente para que los creyentes sean testigos más convincentes en medio del mundo actual ya que una de las causas del ateísmo práctico, tan extendido hoy, es la falta de coherencia de los creyentes entre su fe y su vida. Vivir como hermanos es un signo de que Cristo está vivo (Jn 17,21ss).
2ª) Caminar rectamente en la presencia de Dios.
Si la conciencia no nos condena, tenemos plena confianza ante Dios y cuanto pidamos lo recibiremos. Las espiritualidad que se desprende de la enseñanza cristológica y eclesiológica de esta Carta está marcada por la responsabilidad. El recurso permanente a los orígenes y a la fidelidad, pone en guardia a los miembros de la comunidad: deben realizar una respuesta madura y responsable. Sólo de esta manera estarán equipados para el crecimiento interior y para dar cabal cuenta de la esperanza que profesan. El recurso a la decisión procedente de una conciencia recta es un principio de gran alcance para el compromiso ético y moral. Empuja y canaliza la auténtica actuación cristiana en medio del mundo. Este modo de proceder posibilita la plena confianza en Dios que se manifiesta en el modo de dirigirnos a él y en el modo de respondernos: conce-diendo cuanto le pidamos. El autor de la carta lleva tan hondamen-te la convicción de que somos hijos de Dios que le permite hacerlo presente en todas las manifestaciones de la vida del creyente: un Padre siempre escucha a sus hijos; la única condición que se exige es que sus vidas sean coherentes con la filiación que han recibido.
3ª) ¡Es necesario expresar la fe en un amor fraterno comprometido!
Este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y que nos amemos unos a otros tal como nos lo mandó. El mandamiento es para Juan la expresión de la voluntad de Dios. Esta es la voluntad de Dios: que creamos en su Hijo Jesucristo, como su enviado. La adhesión personal a Jesús es la obra que agrada al Padre celestial en primer lugar: La obra de Dios es que creáis en quien él ha enviado (Jn 6,29). El autor enseña en esta misma Carta (4,7-21) la raíz profunda del amor cristiano: la experiencia del amor a los hombres manifestado en su Hijo Jesucristo. Y precisamente la fe para san Juan es el encuentro personal con Dios que se revela así en la historia. Nuestra noción de fe consistente en "creer lo que no vemos" define sólo parcialmente el contenido y la motivación de la fe. La fe es un encuentro interpersonal, una aceptación de Dios que se nos revela como amor gratuito, raíz de todos los demás dones. Esa es su voluntad. Y como consecuencia ha de expresarse en el amor mutuo. No olvidemos que para Juan (aparecerá en el fragmento evangélico del próximo domingo) el amor urge el don personal hasta de la propia vida. Y ese es un fruto preciado de la Pascua: Sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida en que amamos a los hermanos (1Jn 3,14). Sabemos que nuestra celebración pascual (paso de la muerte a la vida) se ajusta a la voluntad de Dios en que tomamos en serio el amor a los que nos rodean y estamos dis-puesto a escucharles, a ocuparnos de ellos, a compartir y servirles sin pedir nada a cambio.
Evangelio: según san Juan 15,1-8.
Marco: Este fragmento pertenece al discurso de despedida según la versión joánica. Los mejores fragmentos eclesiológicos de la escuela joánica se encuentran en este discurso. Y el fragmento de hoy es uno de ellos: Jesús condensa en sí mismo todo el simbolismo referido al pueblo de Israel revelándose como la cepa con sus sarmientos. Una imagen fuerte para expresar la esencia de la Iglesia en sí misma.
Reflexiones:
1ª) Jesús es la auténtica vid, cultivada por el Padre.
La auténtica vid soy yo y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo poda para que dé más fruto. El Antiguo Testamento utiliza la imagen de la viña para expresar la realidad del pueblo de Dios (Is 5,1-7; Jr 2,21; Sal 80,9-20). Jesús condensa en su persona los que significaba la viña como imagen de Israel. Pero realiza una transposición muy significativa al afirmar que Él es la auténtica vid. Con esta imagen se expresa la misma teología que Pablo cuando habla del Cuerpo de Jesús (Cabeza) que es la Iglesia (todos los miembros). La referencia al Padre que cultiva y cuida solícitamente esta viña es un motivo de confianza para la Iglesia. Es el propio Padre quien se ocupa de sus miembros, de cuidarlos, de vigilar su producción. Y los poda. En alguna otra ocasión la Escritura nos recuerda que el Padre poda a los sarmientos para que produzcan su fruto: Yo a los que amo, los reprendo y corrijo (Ap 3,19; cf.1Cor 11,32; Hb 12,4-11: aconsejo la lectura reposada de este texto de la carta a los Hebreos). No se suele entender esta pedagogía de Dios que, con frecuencia, produce rechazo. Es misteriosa pero providencial y guiada por la ternura del Padre (como hacen los verdaderos padres de la tierra responsables de su tarea) y con la finalidad de producir mayores frutos. Sólo contemplando a Jesús resucitado se llega a entender este modo del actuar de Dios con una fuerza irresistible para la vida cotidiana.
2ª) Los discípulos son los sarmientos.
Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante, porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí... lo echan al fuego y arde.
El evangelista expresa varios pensamientos que se engarzan entre sí: en primer lugar, la afirmación de que los creyentes en Jesús son sarmientos de la misma cepa (no cepas de la misma viña). Han recibido una oferta que les honra: son llamados a formar un ser vivo con el propio Jesús. Habría que insistir una y otra vez en que ser sarmientos de la misma cepa o miembros del mismo cuerpo es un honor para los sarmientos y para los miembros. Y una responsabilidad. Las dos cosas inseparablemente unidas, transformaría nuestra comprensión de la Iglesia a la que pertenecemos los que hemos recibido el bautismo y escuchamos estas palabras. En segundo lugar, sólo en una comunión vital con la cepa se asegura y garantiza la producción de fruto. En el plano de la imagen cae de su peso. La traslación al orden espiritual es coherente: sólo en comunión con la cepa y de unos sarmientos con otros se garantiza el crecimiento de la Iglesia como un ser vivo y en comunión. En tercer lugar, la afirmación de que sin Jesús no podemos hacer nada. Esta afirmación escueta es, a la vez, una severa advertencia y un consuelo. En cuarto lugar, el sarmiento que no da fruto es cortado y arrojado al fuego. El sentido profundo de la imagen es una referencia a la decisión final. Durante el camino, el Padre poda y limpia los sarmientos para que den más fruto.
3ª) Limpios por la Palabra.
Vosotros estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí y yo en vosotros. El evangelista Juan desarrolla una teología de la Palabra para construir la Iglesia que le es muy peculiar. Así lo expresa explícitamente en el versículo 7: Si permanecéis en mi y mis palabras permanecen en vosotros. Hay dos afirmaciones paralelas en este fragmento (15,4: permaneced en mi; 15,7: mis palabras permanezcan en vosotros y vosotros en mis palabras) que es necesario subrayar para animar a nuestros hermanos en la fe cuidar la comunión con Jesus personalmente y cuidar la escucha, acogida y realización de la Palabra de Dios. Dos formas de cultivar la vida que Él mismo nos ofrece y proyectarla eficazmente en servicio a los demás como Él lo hizo. En Él mismo, iluminados por la Palabra, descubrimos a todo hermano en cualquier situación en que se encuentre. Sólo a partir de esta clave interpretativa se hace fecundo el ministerio, el servicio al otro a todos los niveles: familiar, social, laboral, que es donde se desarrolla la vida de una creyente en el mundo.