Dom
29
Sep
2013

Homilía XXVI Domingo del tiempo ordinario

Año litúrgico 2012 - 2013 - (Ciclo C)

Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto

Comentario bíblico
de Fr. Gerardo Sánchez Mielgo - (1937-2019)



Primera lectura: (Amós 6,1a.4-7)

Marco: El capítulo 6 recoge oráculos contra el lujo despreocupado. El profeta denuncia las falsas seguridades de los ídolos, la falsa seguridad apoyada en las riquezas, la inseguridad de la ciudad, la confianza que estimula la buena vida. El cautiverio sobrevendrá como castigo.

Reflexiones

1ª) ¡Ay de vosotros los ricos porque habéis recibido vuestro consuelo!

Os acostáis en lechos de marfil... coméis los carneros del rebaño... bebéis vinos generosos, os ungís con los mejores perfumes. Es una descripción de la situación en Samaria durante el reinado de Jeroboam II. Durante su reinado, Samaria llegó a la época de mayor esplendor económico y de más deteriorada situación ética y religiosa. Las injusticias sociales eran lo más normal en aquella sociedad contra la que levanta la voz Amós. Ponen su esperanza en su prosperidad y continúan extorsionando a los más débiles y pobres. Amós fue el profeta que de modo más claro, directo e incisivo denunció la situación de deterioro y de injusticia social. Los ricos lo eran a costa de los vejados pobres y asalariados que no recibían su jornal justo. La explotación era lo normal en aquella sociedad. Con esta situación se atacaba la alianza del Sinaí y la voluntad de Dios expresada en aquellas cláusulas. Amós no levanta la voz en nombre propio y guiado por principios puramente económicos, lo hace, como es normal en los profetas, en nombre del Dios de la alianza del Sinaí. Esta alianza será siempre el punto de referencia para la denuncia profética en todos los campos y en todos los planos.

Segunda lectura: (1Timoteo 6,11-16)

Marco: Se trata de una solemne exhortación a Timoteo

Reflexiones

1ª) ¡Es necesario combatir bien para conseguir la vida eterna!

Combate el buen combate de la fe... El autor insiste en el carácter martirial de la vida cristiana, como se puede observar y deducir fácilmente del lenguaje utilizado: correr, combatir, “mantener el buen testimonio. La vida del discípulo durante la peregrinación por la tierra está sujeta a múltiples asaltos y a la persecución. Cuando se escribe esta carta, la Iglesia ya ha sufrido varias persecuciones más o menos generales. Han sido narradas o evocadas por algunos documentos neotestamentarios (Hebreos, 1-2 Pedro y Apocalipsis). Timoteo debe ser consecuente hasta el final a partir de una solemne profesión emitida por él sea en el momento del bautismo, sea en el momento de su ordenación para el ministerio. Aquella profesión de fe incluía, si se diera el caso, el martirio sangriento. Ciertamente la posesión de la vida eterna sería imposible si no partiese de un don gratuito, pero que solo podremos poseerlo realmente si se convierte también en el resultado de una conquista. Lo que heredamos sin méritos propios hemos de conquistarlo para poseerlo realmente. La posesión definitiva de la vida eterna es el resultado de la conjunción de la gratuidad y el compromiso arriesgado hasta la muerte. Y esta evocación que hace el autor es necesaria más concretamente en los momentos en que escribe la carta. Este mensaje sigue teniendo vigencia y actualidad hoy. En el horizonte de la vida de todo creyente existe siempre la posibilidad del martirio. En todo caso todo creyente está llamado a vivir en disposición de dar testimonio.

Evangelio (Lucas 16,19-31)

Marco: Proseguimos el camino hacia Jerusalén. En este fragmento Lucas ofrece una de sus ideas preferidas: el cambio de suerte que se da entre el tiempo y la eternidad. Este cambio radical de situaciones lo había dejado ya claro en la forma de presentar las bienaventuranzas que tiene en común con Mateo (las bienaventuranzas de situación). Ay de los que ahora... porque después...

Reflexiones

1ª) ¡El espejismo humano ante la comprensión de la verdadera felicidad!

Había un rico que se vestía de púrpura y de lino... Se trata de una narración con la mirada puesta en la moraleja o conclusión que de ella se debe sacar. Estimo que es mejor considerarlo como una parábola. En este caso todo el conjunto del relato ilumina una realidad de orden religioso. Esta lectura está estrechamente relacionada con la primera que hemos proclamado hoy tomada del libro del profeta Amós. El resultado de la vida disoluta del pueblo de Israel fue la destrucción como reino y el exilio (esto en el tiempo de la figura y la preparación). En el tiempo del cumplimiento del proyecto salvador la contraposición es la vida presente y caduca y la vida eterna y feliz para siempre. Esta parábola está recogida sólo por Lucas. Y es elegida por él porque encaja adecuadamente en su pensamiento general manifestado a lo largo de su relato: desde el Magnificat (aunque se trate de una composición de los primeros cristianos para glorificar a Dios por el misterio pascual en el que se realiza la salvación del mundo, Lucas la coloca sabiamente en labios de María a los comienzos de la realización del plan salvador de Dios en Jesús). En ese canto leemos: Derribó de sus tronos a los poderosos y ensalzó a los humildes (Lc 1,48.52). Vuelve a aparecer en el momento en que recoge las bienaventuranzas o congratulaciones de Jesús. Cuatro de estas congratulaciones las ha tomado de la misma fuente que Mateo y se las suele calificar como bienaventuranzas de situación, es decir, que se proclama bienaventurados o Jesús se congratula con aquellas gentes sometidas, de una forma violenta, a situaciones dolorosas y humillantes. Lucas realiza dos cambios: en primer lugar, subrayando el ahora y el después. En segundo lugar, añade: ¡Ay de vosotros...! Todas estas aclaraciones nos permiten captar mejor el sentido de la parábola proclamada hoy. La fuerza evocadora y la urgencia de este mensaje deben alcanzar al corazón de los hombres de nuestro tiempo poco preparados para captar y saborear tan paradójica enseñanza.

2ª) ¡La clave de la solución a este drama humano se encuentra en la Palabra de Dios!

Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto. Lucas valora adecuadamente los signos realizados por Jesús tanto en la naturaleza como en las personas. Y los interpreta de un modo personal y singular: son expresiones de la bondad y de la misericordia de Dios a través de Jesús. Y recoge algunos signos de la fuente propia de tal manera que sólo aparecen en su obra (vg. la resurrección del joven hijo único de una viuda en Naím). Pero Lucas insiste, de un modo especial, en la fuerza, dinamismo y necesidad de escuchar la palabra de Dios (Lc. 8,21). En la interpretación de la parábola del sembrador (8,15; cf. Lc 11,27-28). Es una escena muy similar a la que narra en 8,19-21 (que comparte con Marcos y Mateo). Los dos textos expresan cuál es la verdadera grandeza ante los ojos de Dios. María encarna bien esta definición de creyente, pues ella fue la primera en aceptar, acoger y reflexionar la Palabra de Dios y hacerla fielmente vida en ella (Lc 1,38; 1,45; 2,19.51). Estas escenas son propias de Lucas y reflejan la actitud de María para escuchar y meditar la palabra de Dios. Por tanto, este pensamiento con el que Lucas termina el fragmento que hemos proclamado hoy es coherente y en armonía con su tendencia a valorar la escucha de la palabra de Dios. La palabra interpreta los gestos. La resurrección de un muerto puede recibir múltiples interpretaciones: desde la negación por entender que se trata de una obra de magia hasta tergiversarlo. Pero el camino de la palabra y su escucha atenta es más seguro, piensa Lucas, y más acorde con un Dios personal que habla a los hombres manifestando su única Palabra.

Fr. Gerardo Sánchez Mielgo

Fr. Gerardo Sánchez Mielgo
(1937-2019)